Venturas y desventuras de la Independencia

El trascendente acontecimiento político generado por los congresales de Tucumán, en 1816, fue consecuencia directa de la gesta de Mayo de 1810, episodio histórico que tiene inicio cuando el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros fue depuesto, dando lugar a creación de la Primera Junta de Buenos Aires. Suceso que se proyecta conformando los eslabones de la larga cadena de nuestra historia, con sus consecuencias, una de las cuales se manifestó seis años después, cuando el 9 de julio de 1816, en el Congreso de Tucumán, se declaraba nuestra Independencia.

Aquella Primera Junta, apenas iniciada su procelosa gestión, debió ensayar una nueva forma de gobierno más eficaz, por lo que el 18 de diciembre de 1810 creó la Junta Grande, reemplazada, en 1812, por el primer Triunvirato, que apenas gobernó un año y quince días, para ser sustituido por el segundo Triunvirato, que sólo alcanzó a gobernar poco más de un año.

En medio de este panorama tan sombrío, el 24 de octubre de 1812, el nuevo Triunvirato emitió un decreto convocando a la elección de diputados para integrar una Asamblea General Constituyente, con la clara misión de declarar la Independencia -aún pendiente de concreción- y dictar una Constitución para el nuevo Estado independiente.

Así fue como, el 31 de enero de 1813, se inauguraban las sesiones de la Asamblea General Constituyente que, como era previsible, los asambleístas no lograron un acuerdo sobre el proyecto constitucional.

Para mayor desconcierto, se sabía que España preparaba una poderosa expedición al Río de la Plata para sofocar la insurrección de estos dominios.

Mientras tanto, aquí en Buenos Aires, Posadas había sido sustituido en su cargo, por Carlos María de Alvear, quien también debió renunciar el 15 de abril de 1815.

Ante tan caótica situación, Ignacio Alvarez Thomas asumió el cargo de Director Supremo Provisional, con la condición expresa de convocar un Congreso General, con el fin de declarar la Independencia, establecer la forma de gobierno y redactar y promulgar una Constitución.

Con tal objeto, Alvarez Thomas, instruyó a las provincias para que designaran a los diputados que las representaran en el Congreso de Tucumán, según opinión de Bartolomé Mitre era la “última esperanza de la Revolución de Mayo de 1810, [yÁ único poder revestido de alguna autoridad”.

CONGRESO SOBERANO

Por vía de síntesis, podemos decir que las consecuencias de la gesta de Mayo de 1810, se proyectaron a lo largo de seis agitados años, en medio del caos y la anarquía, durante los que el proceso revolucionario no había logrado, hasta el momento, proclamar definitivamente su Independencia, y adoptar una forma de gobierno que uniera a las Provincias del Río de la Plata.

Al fin, el 24 de marzo de 1816 se instalaba en Tucumán el Congreso Soberano de las Provincias Unidas del Río de la Plata, anunciado con una salva de veintiún cañonazos, seguido de la celebración de una Santa Misa en el templo de San Francisco.

El acto inaugural contó con la presencia de veintiún representantes, mientras que otros se fueron incorporando con posterioridad, hasta un total de treinta y tres congresistas.

Por aquellos mismos días, el pacto de la Santa Alianza, había acordado la unión de las grandes potencias monárquicas para asegurar la permanencia de las dinastías tradicionales.

Preocupados por estas novedades políticas, los congresistas invitaron a Manuel Belgrano para que les informara sobre sus apreciaciones políticas recogidas en su reciente misión diplomática en Europa.

En consecuencia, durante una reunión secreta, llevada a cabo el 6 de julio de 1816, Belgrano les informó a los congresales que la revolución hispanoamericana estaba desacreditada por la dilatada anarquía y el descontrolado desorden en que se encontraban estas provincias, mientras que, en Europa, el sistema monárquico estaba en pleno auge, como consecuencia de los fracasos republicanos.

Al respecto, Belgrano expresó que, “ha acaecido una mutación completa de ideas en la Europa, en lo relativo a la forma de gobierno. Así como el espíritu general de las naciones, en años anteriores, era republicanizarlo todo, en el día se trata de monarquizarlo todo (…) En mi concepto, -seguía diciendo Belgrano- la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de una monarquía temperada, llamando a la dinastía de los Incas”, situando el trono en el Cuzco.

La elocuente y persuasiva exposición de Belgrano logró la adhesión de la mayoría de los congresales, que aceptaron instituir una monarquía constitucional.

No obstante las esperanzas de Belgrano se vieron frustradas por la acción de los diputados porteños, que se opusieron a la instauración del trono incaico en el Cuzco.

LA CARTA

Por fin, luego de superar tantas adversidades, el 9 de julio de 1816, se celebró la asamblea en la que los diputados, en sala plena, aclamaron la Independencia de las Provincias Unidas de la América del Sud.

Según lo sostienen no pocos historiadores de renombre, curiosamente no existen relatos de protagonistas que se refieran al desarrollo del acto.

Posiblemente la carta del diputado por Buenos Aires, el Dr. José Darregueyra, fechada en Tucumán el mismo día 9 de julio de 1816, dirigida a su entrañable amigo, Tomás Guido, sea el testimonio más fiel, cuando le dice que: “Después de una larga sesión de nueve horas continuas, desde las ocho de la mañana en que nos declaramos en sesión permanente hasta terminar de todo punto el asunto de la Declaración, nuestra suspirada independencia, hemos salido del congreso cerca de oraciones con la satisfacción de haberlo concluido y resuelto de unanimidad de votos a favor de dicha independencia, que se ha celebrado aquí como no es creíble”.

Así fue como luego de seis años políticamente turbulentos, la gesta histórica iniciada en mayo de 1810 y continuada en la Asamblea de 1813, hizo posible que el 9 de julio de 1816, veintinueve congresales reunidos en el Congreso de San Miguel de Tucumán, suscribieran el Acta de la Independencia de estas Provincias, para que asumieran el carácter de una nación libre e independiente.

Sobre el autor de esta nota:

Bernardo Lozier Almazán es Historiador e investigador, miembro de la Academia Nacional de Historia.

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