Una bala al corazón del gobierno zarista

Agobiada por las tribulaciones de la Primera Guerra Mundial, y el desacierto de declarar la “guerra total submarina” contra Inglaterra (que provocó el ingreso de Estados Unidos al enfrentamiento en favor de los ingleses), Alemania se vio presionada por dos frentes.

Si bien Rusia se constituía como una amenaza menor, ya que el ejército del Zar estaba menos preparado y peor predispuesto que las fuerzas del Káiser, las extensas estepas rusas obligaban a Alemania a disponer de gran cantidad de soldados para controlarlas. Esos hombres se necesitaban en el frente occidental.

Las torpes políticas del Zar Nicolás II lo habían convertido en un personaje impopular. En 1917 se declaró una huelga antizarista que contó con el apoyo del ejército, generando una crisis que fue aprovechada por la burguesía para controlar al parlamento. La Duma tomó el poder, desplazando al Zar y Kerenski fue nombrado Ministro.

Rusia se convirtió en república, pero continuó la guerra contra Alemania. Lo que llevó a los bolcheviques a retirar su apoyo a la Duma, preparando la revolución de octubre.

El alto mando alemán conocía la importancia estratégica del regreso a Rusia de Lenin; él era capaz de liderar a los bolcheviques en la revolución que amenazaba al gobierno de la Duma. En caso de obtener este control, cesarían las hostilidades. Con ese objetivo las autoridades alemanas se contactaron con Lenin y le propusieron asistirlo para que regresara a su país.

Lenin se encontraba exiliado en Suiza, y no podía llegar a Rusia a través de Francia e Inglaterra sin la colaboración de Alemania, porque los submarinos germanos controlaban la ruta marítima.

El ofrecimiento de colaboración de los alemanes sorprendió a Lenin, pero su situación y sus ansias de poder lo impulsaron a aceptar la propuesta. En un principio, algunos de sus compañeros se opusieron porque desconfiaban del régimen alemán, pero Lenin los convenció argumentando que la Revolución peligraba y esta era la oportunidad que habían esperado.

Así fue que, Lenin y 30 seguidores, subieron a un tren alemán. El acuerdo era que no podrían bajar del tren hasta que este abandonase territorio alemán, porque las autoridades temían que estos revolucionarios rusos hicieran contacto con grupos radicalizados del creciente socialismo germano. Cruzaron Alemania, y un barco los trasladó hasta Suecia; finalmente atravesaron la frontera rusa con Finlandia en trineos y abordaron otro tren hasta a Petrogrado (nuevo nombre de San Petersburgo). En la estación, los seguidores de Lenin los recibieron entonando la Marsellesa.

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Lenin, al llegar a la estación Finlandia, en Petrogrado, en abril de 1917.

Lenin, al llegar a la estación Finlandia, en Petrogrado, en abril de 1917.

 

A poco tiempo de su llegada a Rusia, Lenin recuperó su autoridad sobre los bolcheviques, aunque su alianza con los alemanes fue denunciada como traición por algunos periódicos. Por un tiempo, Lenin debió esconderse. A pesar de este contratiempo, en solo seis meses conquistó el poder del Estado más grande Europa.

Instalado en el gobierno, Lenin inició las negociaciones con los alemanes para retirarse de la guerra y concentrarse en los problemas que aquejaban a Rusia. En el pacto de Brest-Litovsk, Rusia renunciaba a Finlandia, Polonia, Estonia, Lituania y otros territorios. La estrategia alemana fue un éxito, aunque entonces no se percataron que habían encendido la mecha del comunismo que tantos problemas les acarrearía durante la República de Weimar.

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