Stéphane Mallarmé

Escribir es poner negro sobre blanco

Stéphane Mallarmé nació el 18 de marzo de 1842 en París (Francia).

Hijo de Numa Mallarmé y Élisabeth Desmolins. Tras morir su madre en 1849, fue criado por sus abuelos.

Estudió el bachillerato en Sens.

Trabajó como maestro de escuela en París.

En 1862, se fue a vivir con la alemana, Maria Gerhard, a Londres, donde se casaron el 10 de agosto de 1863.

Se convirtió en uno de los más célebres representantes del simbolismo junto con Paul Verlaine.

Sus primeros escritos, publicados en periódicos de la época, registran una clara influencia de Charles Baudelaire.

Su poesía y su prosa se caracterizan por su musicalidad y la experimentación gramatical.

Como poemas destacados aparecen La siesta de un fauno (1876), que inspiró el preludio homónimo del compositor francés Claude Debussy, y Herodías (1869).

Otras de sus obras importantes son la antología Verso y prosa (1893) y el volumen de ensayos en prosa Divagaciones (1897).

Stéphane Mallarmé destacó también por su conversación, en la que se mostraba tan lúcido como oscuro en sus escritos. Una tirada de dados nunca abolirá el azar (1897), es un largo poema de versos libres y tipografía revolucionaria.

Tuvo mucha influencia en corrientes literarias como el dadaismo o futurismo. Fue autor también de artículos sobre moda femenina.

Stéphane Mallarmé falleció en Valvins el 9 de septiembre de 1898.

Obras

– Herodías (Hérodiade, 1864)

– La tarde de un fauno (L’après-midi d’un faune, 1865)

– Los dioses antiguos (Les Dieux antiques, 1879)

– Álbum de versos y prosa (Album de vers et de prose, 1887)

– Páginas (Pages, 1891)

– Divagaciones (Divagations, 1897)

– Una tirada de dados jamás abolirá el azar (Un coup de dés jamais n’abolira le hasard, 1897)

El fauno

¡Estas ninfas quisiera perpetuarlas!

Tan claro,

su ligero encarnado, que en el aire revuela

abatido de espeso letargo.

¿Amaba un sueño?

Montón de antigua noche, mi duda ha terminado

en mucha rama tenue que, habitando las mismas

florestas, prueba, ¡ay!, que sólo me ofrecía

como triunfo la falta ideal de las rosas.

Reflexionemos…

Si las mujeres que glosas

un anhela semejan de tus sentido pródigos,

la ilusión, fauno, escapa de los ojos azules

y fríos, tan llorosa fuente de la más casta:

mas la otra, en suspiros, ¿dices tú que contrasta

como brisa del día cálida en tu toisón?

¡Qué no! por el inmóvil y cansado desmayo

de calor sofocando la matinal frescura,

no murmura agua alguna que no vierta mi flauta

al otero rociado de acordes; sólo el aire

pronto a exhalarse fuera de los dos tubos, antes

que disperse el sonido en infecunda lluvia,

es, en el horizonte de línea perfecta,

el invisible y sereno aliento artificial

de toda inspiración que hasta el cielo retorna.

Oh ribas sicilianas de un sereno pantano

Que en lucha con los soles mi vanidad despoja,

Tácitas bajo flores de centellas, DECID

Que yo cortaba aquí huecos juncos domados

por el talento; y sobre el oro de los sotos

lejanos, consagrando su viña a las fontanas,

ondula una blancura animal en reposo:

y que, al preludio lento donde nacen las flautas,

vuelo de cisnes, ¡no!, de náyades se escapa

o hunde…

Inerte, todo arde en la hora encendida,

sin decir por cual arte en conjuro partieron

tanto ansiados hímenes por la que busca el la:

me levantaré, ¡lirios!, al naciente fervor,

recto y solo, bajo hondas antiguas de fulgor,

seré uno de vosotros para la ingenuidad.

Sólo esta nada dulce por su labio anunciada,

el beso, calladamente, perfidias asegura,

mi pecho virginal muestra una mordedura

misteriosa, legado de algún augusto diente;

¡ya basta! arcano tal optó por confidente,

junco basto y gemelo bajo el azul sonando:

que, desviando hacia sí la turbada mejilla,

sueña, en un solo largo, que nosotros gozamos

la belleza en redor llena de confusiones

falsas entre sí mismas y nuestro canto crédulo

y de lograr, tan alto como amor se modula,

desvanecer del sueño ordinario de flanco

o dorso puro, ciega mi vista que los sigue,

una sonora, vana y monótona línea.

¡Quieres, pues, instrumento de fugas, oh maligna

siringa, florecer en el lago aguardándome!

Con mi rumor altivo quiero hablar largo tiempo

de las diosas; y, por idólatras pinturas,

despojar todavía cinturas a su sombra:

así, cuando a las vides la claridad succiono,

desterrando un dolor por la mentira aislado,

alzo, riente, el exhausto racimo al cielo estivo

y soplando en sus pieles brillantes, de embriaguez

ávido, hasta el ocaso yo miro a su trasluz.

Oh ninfas, rebasemos los múltiples RECUERDOS.

“Mis ojos, horadando los juncos, asestaban

cada talle inmortal que hunde fuego en las ondas

con un grito de rabia al cielo de la fronda;

y el espléndido baño de cabellos huía

en estremecimiento y brillos, ¡pedrerías!

Corro; cuando a mis pies se enredan (afligidas

de languidez gustada en el mal de ser dos)

entre sus solos brazos las durmientes casuales

yo, sin desenlazarlas, las arrebato y hurto,

odiado por la frívola sombra, hasta el macizo

de rosas que desecan todo perfume al sol

donde nuestro ardor sea como el día extinguido”.

¡Yo te adoro, enfado de vírgenes, delicia

feroz del sacro cuerpo desnudo que resbala

y huye a mi ardiente labio en destello agitado!

el espanto secreto que brota de la carne:

de los pies de la cruel al pecho de la tímida,

que abandona a la vez una inocencia, húmeda

de loco llanto o menos afligidos vapores.

“Mi crimen es haber, feliz de vencer miedos

traidores, separado intrincados cabellos

de besos que los dioses guardaban confundidos,

pues iba apenas para velas ardiente risa

tras los pliegues felices de una sola (guardando

con dedo simple para que su candor de pluma

se tiñera del gozo de su hermana que enciéndese,

la pequeña, cándida y sin ruborizarse:)

que de mis brazos rotos por las muertes inciertas

como una presa siempre ingrata se libera

sin piedad del sollozo del que aún ebrio estaba”.

¡Tanto peor! la dicha de otras me arrastrará

por su trenza a los cuernos de mi frente sujeta:

tú sabes, pasión mía, que, púrpura madura,

cada granada estalla con murmullo de abejas,

y nuestra sangre, amando a quien viene a cogerla,

fluye por el eterno enjambre del deseo.

A la hora en que el bosque muere en oro y cenizas,

una fiesta se exalta en muriente follaje:

¡Etna! es en tu redor, visitado por Venus,

en tu lava posando sus talones ingenuos,

cuando retumba un sueño donde expira la llama.

¡Tengo la reina!

¡Oh, cierto castigo…!

Mas el alma,

de palabras vacante y este cuerpo aturdido,

sucumben a la fiera calma del mediodía;

sin más, fuerza es dormir en el blasfemo olvido,

en la sedienta arena yaciendo, ¡pues me place

abrir la boca al astro eficaz de los vinos!

Adiós, oh par; veré la sombra en que os volvéis

Autores: Víctor Moreno, María E. Ramírez, Cristian de la Oliva, Estrella Moreno y otros Extraído del sitio Buscabiografias.com

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