Revolución de los Claveles: 47 años de un levantamiento atípico

No hubo violencia, ni gritos, ni siquiera ansiedad. El 25 de abril de 1974, la jornada en la que el mundo vio a los plácidos portugueses acabar con una dictadura de 48 años, comenzó con una canción a la que siguieron flores y abrazos.

“Somos tiernos y poco intensos, al contrario que los españoles -nuestros absolutos contrarios- que son apasionados y fríos”, apuntaba el poeta Fernando Pessoa. Su democracia, en efecto, llegaba con ternura. Alérgicos a la brusquedad, los lusos adaptaron el concepto de revolución en un levantamiento pacífico sin precedentes.

Éstas son las claves del día en que Portugal terminó con la dictadura más duradera del siglo XX en Europa.

Marcello Caetano. El último dictador del Estado Novo. Sucedió en septiembre de 1968 a António de Oliveira Salazar, inhabilitado tras golpearse en la cabeza al caer de la silla en la que iba a atenderle su callista. Caetano, debilitado por la crisis petrolera de 1973 y el fracaso de las guerras coloniales en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, vive casi olvidado. No es plenamente consciente de que la Revolución avanza hasta la 1.30 horas del 25 de abril, cuando es conducido por un agente de la PIDE, la policía secreta de la dictadura, al cuartel do Carmo, en el centro de Lisboa. A las 17.00 horas, el cuartel se rinde. Caetano lo abandona a las 19.30 en un vehículo blindado rumbo al aeropuerto en medio de gritos de “¡Asesinos!” lanzados por la multitud.

Fernando José Salgueiro Maia y Otelo Saraiva de Carvalho. Los más emblemáticos capitanes de la revolución. Salgueiro Maia lideró la columna de blindados que cercó los ministerios de la Praça del Comércio, un acción clave por forzar la rendición del dictador Marcello Caetano. Seguía órdenes de Saraiva de Carvalho, responsable del puesto de comando en Pontinha, en Lisboa, desde donde se dirigió el golpe que había diseñado.

Celeste Caeiro. La revolución le debe su nombre. Camarera, costurera, estanquera y empleada en un guardarropa, aquel 25 de abril se acercó, con una cesta repleta de claveles del local en el que trabajaba, a averiguar si era cierto que había una insurrección en marcha. Un soldado apostado en la céntrica plaza de Rossio le pidió a las 9 de la mañana un cigarrillo y ella, que no llevaba, le entregó un clavel rojo. Los demás uniformados imitaron al compañero y colocaron las flores en sus fusiles para mostrar que su movimiento era pacífico. Fue la imagen icónica de la jornada. “Nunca esperé que los claveles viniesen a derivar en todo esto, fue un gesto sin segunda intención”, dijo Caeiro en una entrevista a Efe en 2014, una de las últimas que ha dado.

Zeca Afonso, autor de Grândola Vila Morena, la canción que identifica a la revolución. La melodía sonó a las 00.25 del 25 de abril en Radio Renascença. Era la contraseña pactada entre los capitanes de abril, que la eligieron por su letra: “El pueblo es quien más manda” y “tierra de fraternidad”. En la hora siguiente a su emisión, unidades al mando de capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) se pusieron en marcha.

António de Spínola. El general convertido en primer presidente de Portugal tras la revolución. Spínola había puesto al régimen nervioso dos meses antes del 25 de abril, al publicar un libro en el que defendía una solución política para las guerras coloniales. El día de la insurrección, recibió la rendición de Caetano y lideró la Junta de Salvación Nacional, creada para avanzar en la transición hacia la democracia a partir del 26 de abril. Fue presidente desde mayo de 1974 hasta septiembre de ese año, cuando dimitió.

Suenan en la radio las canciones pactadas por los militares para comenzar la insurrección al filo de medianoche. La primera, E depois do adeus, era conocida por su fracaso en Eurovisión. Grândola Vila Morena, censurada por la dictadura, era la última señal esperada por los militares para lanzarse a la calle, suena a las 00.25. El tema pasa a la historia como el himno antifascista luso.

claveles

Llaman a Marcello Caetano. Apocado y desbordado por las críticas a una gestión siempre comparada a la de su antecesor, el todopoderoso dictador Salazar, Caetano es avisado de que grupos de militares se dirigen al cuartel do Carmo, sede de la Guardia Nacional Republicana (GNR). El líder del Estado Novo es conducido al Carmo por un agente de la policía secreta, y ya en el camino se hace obvia su soledad. Son las 1.30 horas de la mañana.

Amanece en Lisboa. La capital es un hervidero de rumores con la salida del sol. Centenares de soldados esperan instrucciones a pocos metros del cuartel do Carmo. La actividad se paraliza en el país.

Caetano desiste. Son las 17.00 horas y el último dictador luso se rinde. Entrega el poder al general António de Spínola y se sube a un coche blindado camino del aeropuerto para vivir sus últimos años exiliado en Brasil.

Spínola proclama la Junta de Salvación Nacional, que servirá para conducir la transición a la democracia. Son las 1.30 horas del 26 de abril. En un mensaje retransmitido por televisión, se compromete a “promover la conciencia de los portugueses, permitiendo la plena expresión de todas las corrientes de opinión”, y facilitar la convocatoria de elecciones.

El pinchazo de la rueda. Los oficiales Otelo Saraiva de Carvalho y Vasco Lourenço se arremangan para cambiar la rueda pinchada de su coche. Son las dos de la mañana, salen de una reunión de militares y aún falta más de un año para la Revolución de abril. Entre esfuerzos y risas, Lourenço se sincera ante Saraiva de Carvalho. “Le dije a Otelo que no íbamos a solucionar nada con requerimientos y papeles, que debíamos dar un golpe de Estado y convocar elecciones. Él me miró y me dijo: ‘¿Pero tú también piensas así?. ¡Ese es mi sueño!’”, contó en 2004 a Efe. La idea acababa de implantarse.

El semáforo. Es el episodio más conocido porque ilustra la educación lusa como ninguno. En la madrugada del 25 de abril, la columna militar que se dirigía al centro para tomar los centros del poder en Lisboa, se detiene a la altura de la universidad. El capitán Fernando José Salgueiro Maia, a cargo del grupo, observa atónito la situación: la columna para porque el semáforo está en rojo. En la calle desierta, perplejo, manda avanzar con sirenas hasta llegar al río.

“No son horas”. Un grupo de militares se encamina de madrugada a tomar Rádio Club Português, desde donde el MFA anunciará el levantamiento. El portero les frena en seco. “No son horas para hacer una revolución”, les espeta antes de cerrar la puerta. Los militares vuelven a llamar y, tras una larga conversación, el portero cede, aunque les advierte de que el personal no llega hasta las 7.00. El comunicado del MFA se lee en directo poco después de esa hora.

El fracaso eurovisivo. E depois do adeus, la primera canción que alertó a los militares de que el levantamiento estaba en marcha, concursó a principios de abril de 1974 en el Festival de Eurovisión y quedó en último lugar con apenas 3 puntos. Tras la Revolución, la composición no corrió mejor suerte, y la gloria se reservó para Grândola Vila Morena, un himno solo comparable en importancia al Bella Ciao partisano. Los portugueses tendrían que esperar hasta 2017 para vencer el festival, con Amar pelos dois de los hermanos Salvador y Luísa Sobral, otro himno al desastre amoroso.

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