Régis Debray, el traidor

Régis Debray es ciertamente un personaje fascinante y multifacético, más que nada debido a lo errático de su derrotero. Nacido en Francia el 2 de septiembre del año 1940, Debray fue hijo de padres distinguidos, altas personalidades de la sociedad parisina, y no le faltó nada en los primeros años de su vida. Para el inicio de los sesenta, cuando se encontraba estudiando filosofía en la ENS bajo los auspicios de Althusser, no pudo evitar sentirse atraído, como tantos otros europeos, por los sucesos revolucionarios cubanos.

Como estudiante y militante de izquierda, sabía que quedarse en París era renunciar a experimentar la verdadera revolución. Por eso tomó la decisión de viajar a América Latina en 1961 para ver con sus propios ojos todo lo que allí estaba sucediendo. Impresionado favorablemente, empezó a escribir sobre el tema para diferentes medios y así es como Fidel Castro supo de su existencia. Cuando en 1965 publicó el que sería su primer trabajo notable titulado “El castrismo: la larga marcha de América Latina”, un artículo que apareció en la revista Temps Modernes, el líder cubano le envió un telegrama solicitándole que fuera a Cuba como su invitado. Ciertamente Debray no era el único interesado en la Revolución, pero el hecho de que hubiera realmente estado en el territorio lo hizo merecedor de esta atención especial. Su influencia no se limitó solamente a la isla, sino que rápidamente su artículo fue traducido, difundido y leído atentamente en todo el continente americano.

Rodeado por este nuevo halo de reconocimiento, Debray viajó a Cuba y tuvo acceso a las altas esferas de la vanguardia revolucionaria, tratando directamente con Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara. La relación que estableció con ambos fue muy importante, pero fue Guevara quién lo cautivó especialmente, llegando a desarrollar con él un lazo muy cercano, rayano en la admiración.

Durante el período 1965-66, Debray se dedicó a investigar sobre los sucesos revolucionarios, recopilando información y testimonios que luego tomarían forma en ¿Revolución en la revolución?, publicado a inicios de 1967. Esta obra, con todos sus problemas, se transformaría en una especie de biblia guerrillera. Por primera vez, se trataba de dar un marco teórico a la idea del “foquismo”, elemento central de la lucha armada guevariana, que considera que la participación de un grupo minoritario puede ser capaz de generar las condiciones para el triunfo de la lucha revolucionaria de las masas. El libro -aunque hoy muchos digan, sin demasiados datos, que fue desautorizado por Guevara- se recibió con muchísimo interés por toda América Latina.

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Se ha hecho mención de los “problemas” de ¿Revolución en la revolución? y hoy se lo suele criticar, justamente, por cuestiones como su falta de atención a las condiciones específicas de los diferentes estados latinoamericanos a la hora de encarar la lucha armada, y por su desestimación de la guerrilla urbana por sobre la rural. A pesar de todo esto, se sabe que el texto circuló y fue muy celebrado entre los círculos estudiantiles y revolucionarios. En este punto es pertinente una anécdota del filósofo e historiador Oscar Terán, quién recordaba en un texto publicado en el 2005 haber participado a inicios del ’67 de una lectura colectiva del texto de Debray – llegado clandestinamente de “la isla” en microfilm y proyectado en la pared en una buhardilla en el barrio porteño de Barracas. Reconociendo aún en ese momento las limitaciones del texto de Debray, los jóvenes que allí se habían congregado, sin embargo, ponían el énfasis en el valor “cubano” del texto y, según describe Terán, varios sentían que con la información que acababan de recibir serían capaces de cambiar el mundo.

Quizás por recuerdos así, tan llenos de idealismo, la decepción frente a la figura de Debray es hoy tan escandalosa. No sólo porque su recorrido profesional en los últimos años lo encontró actuando como funcionario del Estado francés y abandonando en gran medida sus ideales revolucionarios, sino porque también se considera que tuvo un rol central en la captura y muerte del Che Guevara a fines de 1967.

Los hechos que llevan a esta acusación son difíciles de desentrañar y aún no se sabe con exactitud qué fue lo que sucedió. Se tiene noticia de que Debray viajó a encontrarse con Guevara en Bolivia y, de acuerdo a los diarios del Che, para fines de marzo de 1967 el francés le “planteó con demasiada vehemencia lo útil que podía ser afuera”. Finalmente decidido a dejarlo abandonar el campamento, Guevara dividió sus fuerzas para sacar a Debray y al pintor mendocino Ciro Bustos. La operación falló y Bustos y Debray fueron capturados el 20 de abril, detenidos en Camiri y condenados a 40 años de prisión por el gobierno boliviano, de los que terminarían cumpliendo sólo tres.

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Es en este punto donde los misterios comenzaron, ya que, con la posterior captura y fusilamiento de Guevara el 8 de octubre, se supone que la información que habilitó su descubrimiento provino de Bustos o de Debray, los únicos capaces de dar cuenta, no sólo de su presencia en Bolivia, sino también de su ubicación exacta. Dependiendo de la época y del autor, se ha tendido a mover la carga de la culpa entre uno u otro. Así es que, por ejemplo, mucho se ha escrito acerca de los dibujos hechos por Bustos, publicados luego como documentos de la CIA, en los cuales retrató a varios guerrilleros y hasta bosquejó un mapa. Con esta evidencia, la revolucionaria venezolana Elizabeth Burgos, quien era entonces la esposa de Debray, le dijo en un reportaje a Oriana Fallaci que no cabía duda de que había sido el argentino el que había hablado.

Desairado, Bustos salió a corregir los dichos recuperados por Fallaci y dijo que lo único que le pidieron en el interrogatorio fue que confirmara algo que Debray ya había confesado, llegando a afirmar que le hicieron escuchar una cinta en la que estaba registrado el testimonio del francés. A pesar de que hoy existen fuentes que permitirían culpar a Debray, los testimonios mismos de Burgos pueden ponerse en duda. Poco antes de su muerte en el 2017, el pintor aseguró también, en consonancia con otros testimonios de sus represores, que la CIA y el ejército boliviano ya tenían toda la información acerca del paradero del Che, borrando cualquier responsabilidad que él o Debray pudieran haber tenido en la traición.

A pesar de todo, la situación todavía está poco clara y la teoría de la traición de Debray aún cuenta con amplios apoyos, especialmente gracias a la gran difusión que tiene. Quizás su detractora más paradigmática es Aleida Guevara, hija del Che. Basándose en el diario de su padre, dónde indica que la información que le llegó fue que Debray “habló de más”, ella, como tantos otros intelectuales, opinan que Debray fue el único culpable de la captura de Guevara.

Más allá de lo que pueda haber sucedido, sea o no el culpable, Debray parece no haber sufrido demasiado las consecuencias de lo que sucedió en el año ’67. Después de ser apresado, gracias a negociaciones de Charles De Gaulle y al apoyo de muchos intelectuales franceses liderados por Jean Paul Sartre, se consiguió que el presidente boliviano Juan José Torres diera la amnistía en diciembre de 1970 a Debray y a Bustos.

El francés fue a parar a Chile, el 22 de diciembre de ese mismo año, siendo capaz de acercarse a Salvador Allende, quien acababa de asumir la presidencia. Pasó un tiempo allí, entrevistándose con varias personas y elaborando escritos que él mismo llevó a Cuba, pero su alejamiento de la Revolución ya era una realidad, y terminó volviendo a Francia. De vuelta en su patria se asoció con François Mitterrand, quien lo convocó como experto en América Latina y lo puso al servicio del gobierno entre 1981 y 1985. Según Debray, esta experiencia también terminó en desilusión y, a partir de ese momento, tomó la decisión de abandonar la política.

Desde entonces, especialmente en la década del ’90 y a inicios de los 2000, se dedicó al trabajo puramente intelectual. Hoy ha hecho del análisis de los medios su principal objeto de estudio y pareciera que sus épocas revolucionarias hoy, a los 78 años de edad, han quedado en el pasado. Muchos estarían dispuestos a olvidarlo si hubiera desaparecido entre las sombras de la historia, pero Debray no eligió el camino del silencio. Casi buscando el odio de todos aquellos que aún hoy se consideran herederos de la Revolución, no sólo no reconoce su aporte crucial en la difusión de las ideas castristas por toda América, sino que también escribió varios libros bastante críticos sobre su experiencia revolucionaria en los que habla pestes de Guevara y Castro.

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