Queguay Chico

Los portugueses se preparaban para dar el golpe final. Dos mil paulistas desembarcaron en San Miguel; con ellos Lecor contaba con 8.000 hombres en armas en territorio uruguayo. El trato respetuoso que al principio habían observado los portugueses se transformó en acciones violentas y represiones arbitrarias.

Pero Artigas no se daba por vencido a pesar de la desproporción. Debía recuperar tierra oriental y para eso concentró sus huestes dispersas, entrerrianos, correntinos, indios misioneros y las tropas que aún respondían a Fructuoso Rivera, en Río Grande. Pensaba que atacar el flanco portugués por sorpresa podría cambiar su suerte. A pesar de las derrotas y sinsabores, el oriental estaba en condiciones de reunir tres mil hombres para esta campaña.

Mientras Andresito buscaba unir sus tropas a las de Artigas, fue sorprendido y apresado a orillas del Uruguay. El gobernador de las Misiones fue enviado a servir como esclavo en Porto Alegre[1].

La captura de Andresito fue un duro golpe para Artigas. La intención de atacar Río Grande quedó en la nada.

La amenaza santafecina era intolerable para Pueyrredón. En menos de tres años, cuatro ejércitos se habían perdido por intentar conquistarla. A pesar de todo, Santa Fe continuaba en pie y desafiante. A principios de 1819, el Director Supremo convocó al Ejército del Norte, conducido por Belgrano, para atacar a Santa Fe una vez más.

López y Ramírez sostenían la bandera de Artigas, pero a medida que su estrella zozobraba en la campaña oriental, las figuras de los caudillos mesopotámicos se afianzaban. Para el oriental era cada vez más difícil imponer su autoridad. En realidad, la misma independencia provincial propugnada por el Protector hacia difícil la coordinación de las fuerzas artiguistas proclives a actuar de acuerdo a intereses localistas y sin contar con una conducción unificada. De esta forma se complicaba la ejecución de toda acción conjunta.

Pero la amenaza porteña era real, 7.000 hombres avanzaban sobre Santa Fe y hasta San Martín había sido convocado para defender Buenos Aires de la “barbarie” federal. López negoció un armisticio con Viamonte, que fue ratificado el 12 de abril. Este permitió las comunicaciones entre Buenos Aires y las provincias del norte, además de facilitar el libre comercio en el espacio reservado hasta entonces al Protectorado de Artigas.

El caudillo uruguayo no podía aceptar un tratado donde no se le exigiera a Buenos Aires defender la causa de los orientales. Eso para él era una traición y así se lo hizo saber al Cabildo de Santa Fe: “Menos doloroso me hubiese sido un contraste en guerra, que ver debilitados los resortes impulsivos de las comunes esperanzas”. Artigas insistió en llevarse las tropas orientales de tierra santafecina para pelear en su Banda. A fin de justificar su actitud, mostró amplias pruebas de la complicidad entre los porteños y el invasor lusitano. Estas pruebas afirmaban que una vez vencidos los orientales, los portugueses podrían avanzar sobre Entre Ríos hasta llegar a Santa Fe.

El miedo de verse bajo el dominio del Imperio esclavista obró milagros. López y Ramírez se aprestaron a invadir Buenos Aires.

Desde Mendoza San Martín le envió a Pueyrredón una carta en donde señalaba la intención de la Logia de poner fin a este enredo y nombrar mediadores chilenos que ofrecieran una conciliación entre Buenos Aires y Artigas. Lejos de aceptar la propuesta, Pueyrredón estaba dispuesto a “imponer la ley a la anarquía” hasta sus últimas consecuencias. San Martín insistió, pero esta misiva a Pueyrredón fue interceptada por López. Al saber de la buena disposición de San Martín para lograr un entendimiento con Artigas, López le hizo llegar a Viamonte esta carta. El mismo día, el 5 de abril de 1819, las tropas de Buenos Aires y Santa Fe acordaron suspender las hostilidades. Belgrano, enterado del asunto, compartió la decisión. Ante la coincidencia de las partes, Pueyrredón no tuvo más remedio que aceptar la propuesta como un fait a compli. Belgrano se entrevistó con López y ambos firmaron un acuerdo en San Lorenzo, donde convinieron que el 8 de mayo deberían reunirse los delegados plenipotenciarios de Buenos Aires y los artiguistas para firmar un tratado entre las Provincias Unidas y los Pueblos Libres que “sellaría para siempre la concordancia entre pueblos hermanos”.

Tres días más tarde y a pesar de la firma del armisticio donde se establecía un cese de las hostilidades, Pueyrredón insistió en que San Martín volviese con su ejército a Buenos Aires. En lugar de obedecer, San Martín le envió su renuncia. El Director Supremo debió revocar la orden[2].

Los delegados artiguistas y porteños se reunieron en San Lorenzo, pero pronto se estableció un diálogo de sordos. Pedro Larrechea, delegado por Santa Fe, sostenía que no se podía llegar a un acuerdo sin antes asistir a Artigas en su lucha contra los portugueses. Los delegados porteños Álvarez Thomas y Julián Álvarez insistían en la condición sine qua non del reconocimiento al gobierno central del que los orientales deberían depender.

Nada dijeron de la intención de imponer un monarca galo. Las tratativas con los franceses habían evolucionado con miras a traer al Duque de Orleans a conducir los destinos de la nación.

[1] Algunas versiones lo dan por muerto en la misma Isla das Cobras, aunque otros dicen que sobrevivió y volvió a su tierra. Se carecen de otros datos sobre su vida.

[2] La historiografía oficial insiste en mostrar a un San Martín y a un Pueyrredón hermanados ideológicamente y unidos por una noble amistad. Es poco probable que Pueyrredón le perdonase a San Martín esta actitud de rebeldía, que en última instancia le costó el gobierno. Curiosamente, pocos autores citan que estando en París San Martín y Pueyrredón fueron vecinos de la Rue Saint George, vivían a pocos metros. A pesar de esta proximidad escasas veces se vieron durante los años que habitaron en Europa.

Texto extraído del libro Artigas: un héroe de las dos orillas (Editorial El Ateneo).

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