Política y religión

José Valentín Gómez nació en Buenos Aires, el 3 de noviembre de 1774. Era hijo de don Jacobo Felipe Gómez, sevillano, comerciante, y de doña Juana Petrona Cueli, porteña. Su madre afrontó valerosamente la viudez y la crianza de nueve hijos, el menor de los cuales era Valentín.

Hizo sus estudios en el Colegio de San Carlos, y en 1787, pasó a la Universidad de Córdoba donde se doctoró en teología, el 21 de septiembre de 1795.

Concluida en forma brillante su carrera teológica regresó a Buenos Aires, y obtuvo del Obispo Manuel Azamor y Ramírez, la tonsura clerical.

Continuó los estudios en Chuquisaca, donde recibió el grado de bachiller en ambos derechos, el 18 de mayo de 1796.

En Buenos Aires asistió a las prácticas de jurisprudencia en la Real Audiencia y concurrió al estudio jurídico del doctor Justo José Núñez, carrera que desatendió para dedicarse a la cátedra.

En 1797, al celebrarse concurso para proveer curatos vacantes ocupó el tercer lugar en la nómina para el beneficio de Evangelio en la Catedral. En diciembre del mismo año, se le nombró fiscal eclesiástico, permaneciendo en ese puesto hasta el 1ero. de diciembre de 1799, fecha en que lo renunció en virtud de la incompatibilidad con otros ministerios. Entretanto, para 1798, había recibido de manos del Obispo de Córdoba, doctor Ángel Mariano Moscoso, las cuatro órdenes menores y la mayor del subdiácono. En 1799, se hizo acreedor por oposición a una cátedra de filosofía en el Colegio Carolino que desempeñó por tres años con beneficio para la juventud como lo certificó el doctor Carlos José Montero. Tuvo entre sus alumnos a Bernardino Rivadavia, Manuel J. García, Vicente F. López,

En 1806, recibió en su despacho a Juan Martín de Pueyrredón y Martín Rodríguez, prófugos de Buenos Aires ante el empuje de los invasores ingleses. Gómez retempló el ánimo de los patriotas, y los impulsó al triunfo de Perdriel.

Obtuvo por concurso el curato de Canelones, en la Banda Oriental, de la que se le dio colación el 18 de noviembre de 1808.

Participó sigilosamente en los trabajos de la Revolución de Mayo, y siendo amigo de Rodríguez Peña sirvió a la causa emancipadora.

Tanto fue su ardor en el combate de Las Piedras que, olvidando su carácter sacerdotal, peleó como un soldado más. Artigas lo cita en el parte de batalla, publicado en La Gaceta de Buenos Aires, el 18 junio de 1811. Su actuación en la vecina orilla le había sacado una relativa oscuridad, y desde entonces comenzó a revelar en la tribuna los talentos oratorios que hasta ese momento solo había ejercido en el púlpito. De regreso a Buenos Aires en ese año, ocupó interinamente una cátedra de teología.

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La acción de Las Piedras.

La acción de Las Piedras.

La Banda Oriental lo nombró su apoderado para la Asamblea que debió reunirse en Buenos Aires en 1812. Consiguió la Canonjía de merced el 23 de diciembre del expresado año, desde cuya época permaneció en su servicio, y fue promovido gradualmente hasta la segunda dignidad del Senado Eclesiástico que tenía a su fallecimiento.

De acuerdo a su preparación jurídica, el gobierno le encargó en noviembre de 1812, la redacción de una Constitución, y “Plan de legislación y economía, capaz de llevar a estos países –dice el decreto- al punto de elevación y grandeza a que los llama el destino”.

Su nombre figuró entre los más esclarecidos diputados de la Asamblea del Año XIII, de la cual fue presidente. A propuesta suya se creó el Directorio, y formó parte además del Consejo de Estado en 1814. Recibido el cargo de Director Supremo por don Gervasio A. de Posadas, lo comisionó con Vicente A. de Echevarría para tratar con Vigodet un armisticio. Los enviados fueron considerados de manera “muy poco decente”, nos recuerda Posadas en su Autobiografía, añadiendo que Gómez “se hará un lugar en cualesquiera corporación donde se encuentre. Su fuerza es la oratoria; su decir y accionar le dan realce. Los cargos y comisiones que tuvo los desempeñó con dignidad”. Gómez actuó intensamente hasta la caída de Alvear; Álvarez Thomas hizo embargar sus bienes y lo desterró en 1815, juntamente con Monteagudo, Vieytes, Agrelo, Vidal, Álvarez Jonte y Rodríguez Peña.

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<p>Asamblea del Año XIII.</p>

Asamblea del Año XIII.

En esa época, además de canónigo ejercía el cargo de provisor y gobernador del Obispado. Desde la cárcel hizo renuncia del vicariato, y al término de un año, el nuevo Director Supremo, don Juan Martín de Pueyrredón, le llamó al país y le devolvió el 8 de julio de 1817, su silla de canónigo con todos los sueldos vencidos durante el tiempo de su ausencia.

A raíz de la llegada a Buenos Aires del coronel Le Moyne, agente secreto francés del Marqués d’Osmond, que se había entrevistado con el Director Pueyrredón, fue despachado Gómez con pliegos para realizar una importante tramitación ante las cortes europeas y obtener el reconocimiento de la independencia. El enviado salió de Buenos Aires, el 26 de octubre de 1818, y su misión a París, que desplazaba a Rivadavia, tenía por objeto acercarse al duque de Orleans, candidato para la monarquía constitucional que se proyectaba en las Provincias Unidas, y poder realizar la tramitación del caso para coronar al Príncipe de Luca. Esta tramitación diplomática de Valentín Gómez, si bien realizaba un pensamiento del gobierno argentino no estaba desposeída del conocimiento y el común acuerdo del gobierno de Chile, pues a su hora O’Higgins había resuelto con el enviado Antonio José de Irisarri, que obraría en concordancia con aquel.

Instalado en un pequeño departamento de la Rue Saint Augustín, que le alquilara con anticipación Rivadavia, residente en París, repartió sus horas entre sus gestiones en las Cancillerías y la lectura en la Biblioteca Nacional próxima a su domicilio.

Las gestiones del doctor Gómez fracasaron completamente, a más que la situación había cambiado en Buenos Aires, anulando las instrucciones del Congreso de Tucumán sobre la coronación del Príncipe de Luca.

Regresó al país, año y medio después de su salida, en 1821, y a su arribo se le nombró miembro de la Sala de Representantes de Buenos Aires. alternó sus tareas legislativas con las sacerdotales. En la Iglesia Catedral pronunció el 29 de julio de ese año el Elogio fúnebre del benemérito ciudadano don Manuel Belgrano, ilustre miembro de la Primera Junta Gubernativa de Buenos Aires, Capitán General de Provincia y jefe de los Ejércitos Auxiliadores del Norte y Perú, en la conmemoración de sus exequias. El Elogio… luego fue impreso por los tórculos de la Imprenta de los Niños Expósitos.

Por decreto del 13 de junio de 1822, designósele prefecto del Departamento de Ciencias Sagradas, en la flamante Universidad de Buenos Aires. era un nombramiento de lujo, porque al no poder atender, fue reemplazado provisoriamente por Paulino Gari. Gómez a la sazón era nuevamente gobernador del obispado, cargo que ocupó desde el 16 de agosto de 1821 hasta el 3 de junio de 1822.

Pasó a desempeñar una nueva misión diplomática ante el Emperador del Brasil, el 9 de junio de 1823, a raíz de que éste se había apoderado de la provincia oriental. Las “instrucciones” dadas al doctor Gómez insistían en evitar una “guerra que no tendrá término por parte de las Provincias Unidas, hasta recuperen y aseguren la integridad de su territorio”. Dice Rivero Astengo que el enviado trató de suavizar las asperezas e ilustrar la opinión del Brasil, confundida por los agentes de Lecor, que negaban toda importancia al núcleo de orientales partidarios de la reincorporación de las Provincias Unidas. Gómez, apesumbrado por la inminencia de la guerra, salió de Río de Janeiro en la fragata “Agenoria”, acompañado de su secretario, el poeta Esteban de Luca, muerto en ese viaje, por naufragio de la embarcación frente a Banco Inglés, salvándose providencialmente.

Su llegada a Buenos Aires despertó el entusiasmo del pueblo. Fue elegido por tercera vez diputado a la Legislatura de Buenos Aires, cuyas funciones desempeñó hasta 1824, año en que comenzó a actuar en el Congreso Constituyente hasta 1827. Fue múltiple su actuación en la memorable Asamblea, interviniendo en los grandes debates sobre asuntos políticos, económicos y sociales.

Como miembro de la Comisión de Negocios Constitucionales firmó el dictamen sobre el proyecto de ley, declarando al Capital de la República, oportunidad en que pronunció un extenso discurso explicando las causas que había tenido para adoptarlo. Su doctrina en ese debate, implica –dice un autor- una confusión temeraria “organizar, no significa construir”.

A su Comisión pasó la queja del gobernador de Buenos Aires contra el presidente de la República, introducida al Congreso el 25 de febrero de 1826, del que se expidió, presentando una minuta de contestación tres días después con las firmas de Castro, Vázquez, Bulnes, Castellanos y la suya. Además, rubricó el dictamen sobre la forma de gobierno que serviría de base a la Constitución del Estado, que tuvo entrada en la sesión del 14 de julio de 1826, pronunciándose a favor de la misma.

Intervino en el debate de la ciudadanía, y apoyó la forma unitaria de gobierno. En la sesión del 1ero. de septiembre de 1826, se informó sobre el Manifiesto de la Comisión de Negocios Constitucionales. Se le atribuye al doctor Castro la redacción de estas páginas también firmadas por los miembros de la Comisión. Del doctor Castro o del doctor Gómez, el manifiesto es una síntesis lograda, de hechos y doctrina, dice Levene.

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A la muerte del doctor Antonio Sáenz, fue nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires, el 10 de abril de 1826, después de haberlo rechazado en varias oportunidades por razones de salud. Asumió el cargo con una manifiesta prevención contra su antecesor y contra Rivadavia, que se trasluce en las comunicaciones oficiales. Desde esa época, Gómez sintió la indiferencia del gobierno a las resoluciones que tomó en la enseñanza superior. A pesar de ello, logró una organización si no perfecta, por lo menos completa, que le permitió constituirse en cuerpo directivo de la instrucción pública. Él mismo dice que levantó la Universidad “de entre sus ruinas, dispuesto a dejarla luego que aquella se encontrase en pie regular y consistente”. Lo cierto es, que renunció recién el 20 de agosto de ese año, después de haber puesto en orden y restablecer el crédito del establecimiento.

Fue una ceremonia solemne, conmovedora e interesante a la vez, la que motivó la despedida del sacerdote Gómez. Aunque el general Lavalle quiso que cayera sobre él, la responsabilidad del asesinato del coronel Dorrego, gobernador de Buenos Aires, nadie creyó que fuera el autor de tamaño crimen. Era verdad que, como decía Lavalle, Dorrego fue ejecutado “por orden mía”, pero Manuel Moreno, el cónsul general francés Mendeville, y Francisco Castañeda pusieron de manifiesto que había presidido un conciliábulo, y que sus componentes habían sido los verdaderos autores de ese nefasto crimen, realizado sin juicio o sumario previo. Los confabulados se reunieron varias veces, y eran: Julián Segundo de Agüero, Valentín y Gregorio José Gómez, también sacerdote y hermano del anterior, Bernardo Ocampo, Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, Manuel B. Gallardo, redactor de “El Tiempo”. Rivadavia, además de sus grandes confidentes, Agüero y dos Gómez, tuvo al francés Varaigne, que vivía en la misma casa que el presidente, y al saberse la sentencia que había caído sobre Dorrego, salió éste a la calle, vestido de sanculote, con sendas pistolas al cinto y otras dos en sus manos, gritando por las calles que había llegado el día de la justicia, el de las justas venganzas.

Cuando vio Gómez que era cosa sabida en el pueblo su participación en el asesinato de Dorrego, publicó un folleto con fecha 10 de julio, sincerándose, y cuando llegó de Londres el libelo de Manuel Moreno, en el que se le culpaba de aquella muerte, publicó una Segunda Exposición, fechada el 7 de noviembre de 1829. Aunque muy sofisticada, ésta última está lejos de lavar las manchas de sangre que se advierten en la sotana de Gómez. Tanto era así, que Castañeda en “Buenos Aires cautiva”, siguió contándole entre os asesinos de Dorrego. Él y Agüero eran, a juicio de Castañeda, los dos más responsables, después del presidente fracasado, a quien había sucedido Dorrego en el gobierno. Oculto bajo el pseudónimo de “Unos eclesiásticos”, publicó: “Contestación al escrito impreso por el Sr. D. Pedro Angelis con el título de “Declaración de un punto de liturgia eclesiástica” (Bs. A. 1831). Valentín Gómez fue juntamente con el deán, Zavaleta, quien encabezó la oposición capitular en 1831, al reconocimiento del doctor Mariano Medrano con Vicario Apostólico en jurisdicción ordinaria. Medrano por su parte, se encargó de alertar a Roma sobre Gómez, de ideas jansenistas que, para mayor abundamiento había estado en París, frecuentado al tristemente célebre Abate Pradt. Consultado Gómez por el gobierno en 1834, con motivo de las Bulas de Medrano para Obispo de Buenos Aires, produjo su dictamen favorable a la cuestión del Patronato. Su trabajo figura en la contestación que dio en el Apéndice al Memorial Ajustado, expidiéndose “en un difuso y extenso dictamen de tinte marcadamente cismontano y con referencias históricas a base de citas de autores como el gran Campomanes”, así decía.

Después vivió retirado el virtuoso canónigo, anhelante en las alternativas de la política del país. Falleció en Buenos Aires, el 20 de septiembre de 1839, a los 65 años de edad, de una hemorragia cerebral. Fue sepultado en el Panteón de la Iglesia Catedral, con asistencia de un numeroso concurso, que aun resultó mayor en los solemnes funerales que se celebraron a los pocos días.

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