Madame de Staël: la madre de los románticos

En la era napoleónica se decía, en una frase que muchos atribuyen al mismísimo Bonaparte, que en Europa había tres grandes potencias: Gran Bretaña, Rusia y Madame de Staël. Aún si puede sonar exagerado, ella – a través de su trabajo intelectual, su vida escandalosa y sus opiniones políticas – realmente fue una fuerza que revolucionó el mundo cultural occidental de los albores del siglo XIX y dejó una marca indeleble en la historia.

Entender su ascenso en un mundo en el cual las mujeres difícilmente podían llegar a tener ese tipo de influencia es, en primer lugar, entender su anormalidad. Había nacido en 1766 con el nombre de Anne-Louise Germaine Necker y sus padres – él, banquero suizo y ministro de finanzas de Luis XVI, cuya deposición desataría la toma de la bastilla; ella, importante salonnière parisina – se encargaron de que su única hija tuviera siempre lo mejor. De este modo, la joven Germaine recibió una educación excepcional para las mujeres de su tiempo que, aunque fundada en los valores religiosos protestantes de sus progenitores, la ayudó a incorporar conceptos de ciencia y de inglés. Además, por el salón de su madre, tuvo la oportunidad desde muy joven de participar de discusiones políticas y culturales complejas con escritores, filósofos y personajes destacados del movimiento enciclopedista.

Así, dotada de un intelecto excepcional (más no de belleza, como más de uno se encargaría de señalar), cuando llegó el momento de buscarle un marido la familia terminó eligiendo al barón Erik de Staël-Holstein, embajador sueco en Francia. El matrimonio, concretado en 1786, jamás sería uno de amor, pero sí de mutuos beneficios y, como se decía entonces, él pudo casarse con los millones de Necker, ella con París, ciudad que se negaba a abandonar. Ahora confirmada en una posición social relevante como la esposa de un embajador, la flamante Madame de Staël tuvo la oportunidad de lanzarse a llevar una existencia de aventuras románticas, políticas y literarias.

En esta época publicó con cierto éxito su primer texto analítico, Lettres sur les ouvrages et le caractère de J.J. Rousseau (1788), en el cual comenzó a perfilar su pensamiento al criticar, entre otras cosas, las diferentes formas de enseñar a hombres y a mujeres que Rousseau establecía en Emilio (1762). Además, siguiendo los pasos de su madre, Germaine abrió su propio Salón que congregó a importantes figuras de la escena política local y a exiliados y veteranos de las guerras de independencia estadounidenses.

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Madame de Staël.
Madame de Staël.

 

 

En esta línea, a pesar de que eventualmente quedaría como una moderada con el advenimiento del Terror, en los orígenes del proceso revolucionario Mme. De Staël abrazó el cambio y hasta acudió a la apertura de los Estados Generales, favoreciendo la instalación de una monarquía constitucional en Francia. Por contar con inmunidad diplomática hasta se pudo quedar en París cuando otros debieron abandonar la ciudad – ayudando ella misma a escapar a unas veinte personas – pero eventualmente la radicalización de la situación la obligó a partir al exilio. Durante los siguientes años se movió entre la región de Coppet en Suiza y París, a donde pudo volver recién en 1795 y, además de redactar varias obras de teatro y ensayos, elaboró un texto de gran relevancia titulado Réflexions sur le procés de la Reine par une femme (1793), dónde, además de recomendar que no se ejecutara a María Antonieta, se metió con el tema del rol de la mujer durante el proceso revolucionario.

En temas de género nunca llegaría a proponer la igualdad total como Olympe de Gouges, escritora del provocativo Los derechos de la mujer y la ciudadana (1791) que terminó condenando a su autora a la guillotina, pero Germaine de Staël, de todos modos, se expresó a favor de un mejoramiento de la posición social de la mujer. Esta idea, especialmente enfocada en abrir el mundo intelectual a sus congéneres y en terminar con los dobles estándares aplicados a lo masculino y lo femenino, que tan bien ilustraría en su primera novela de éxito Délphine (1802), sería una de las primeras razones de choque con Napoleón Bonaparte. Él, su némesis más famosa, aparentemente había generado un interés genuino en Germaine, pero se dice que, en una de sus primeras conversaciones, cuando ella le preguntó cuál era la mujer más grande de la historia, él le contestó: “Aquella, Madame, que haya tenido más hijos”.

Con tales cimientos, la relación no estaba destinada a durar. Cuando él se puso a la cabeza del gobierno francés, rápidamente ella se erigió en su más importante crítica, organizando una oposición desde su rol como líder de opinión. Este accionar, eventualmente, le valdría una pena durísima para ella, orgullosa parisina, cuando fue condenada en 1803 a partir a cuarenta millas de París y luego fuera de Francia. Arrancando así lo que ella llamaría sus Diez años de exilio (publicado como libro póstumo en 1821), Germaine estableció su residencia en Coppet y armó un nuevo salón destacado por ser verdaderamente europeo que congregó a figuras contrarias al régimen, como su amante más famoso, el escritor Benjamin Constant.

En esta época, también, ella emprendió un viaje por Europa que habría de influir tremendamente en su obra y en su legado. Visitando, en primer lugar, Weimar, Leipzig y Berlín, Germaine entró en contacto con autores como Goethe, Schiller y los hermanos Schlegel y descubrió una literatura novedosa, fresca y excitante que ella habría de defender en el controversial De l’Allemagne (escrito en 1804 pero publicado finalmente en 1810). Este libro, además de actuar como un análisis sobre las costumbres alemanas y valerle, nuevamente, la ira de Napoleón por ser considerado “no francés”, fue realmente revolucionario en tanto que, por primera vez, conceptualizó la idea del romanticismo, ideología clave de la primera mitad del siglo XIX. Ella ya había desarrollado un trabajo sobre cuestiones similares en su De la littérature considérée dans ses rapports avec les institutions sociales (1800), trabajo pionero del análisis literario, pero en esta oportunidad fue mucho más lejos. Ya desde el mismo título, sugiriendo la existencia de una “Alemania” que todavía no estaba ni en los planes, Mme. de Staël puso el foco sobre los valores que emanaban de las culturas europeas y contribuyó a cimentar una idea tan decimonónica como la de la existencia de una nación basada en una lengua y una tradición común, que habría de reforzar en su segunda novela de éxito, Corinne ou l’Italie (1807), para el caso italiano.

En definitiva, a pesar de todas sus tribulaciones, la llegada de la consagración intelectual terminó confirmando la genialidad de Mme. de Staël. Vivió lo suficiente para ver a Napoleón caer y, a finales de la década de 1810, pudo retornar a Francia. No estaba del todo satisfecha con la Restauración Borbónica, por lo que decidió continuar con su deambular por Europa y retornó a su base en Coppet. Su salud, sin embargo, estaba cada vez más deteriorada por un edema que afectaba sus piernas y por el opio que consumía para calmar sus dolencias. Tan grave era el asunto que, para abril de 1817, cuando retornó por última vez a París, ya era una inválida. Finalmente murió el 14 de julio de ese año, a los 51 años.

Desaparecida físicamente, los escándalos que rodearon su vida de amantes, hijos ilegítimos y aventuras fueron lentamente desvaneciéndose. Hoy, a más de 200 años de su muerte, su estatus quedó íntimamente ligado a su obra, especialmente a sus aportes en la historia de las ideas, con la que contribuyó a dar forma a las mentalidades del siglo XIX.

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