Lawrence Oates, la épica historia de un héroe de la Antártida

Lawrence Oates nació el 17 de marzo de 1880 en Putney, Londres, en el seno de una familia acomodada. Su tío, Frank Oates, era un destacado naturalista y explorador en África. Oates fue educado en Eton y comenzó la carrera militar cuando acabó sus estudios.

Con 18 años se unió al Regimiento de West Yorkshire y le tocó cumplir el servicio militar en la Segunda Guerra de los Bóer, en Sudáfrica, donde en 1900 formó parte del 6º Regimiento de Dragones de Inniskilling (uno de los que, medio siglo atrás, habían protagonizado la celebérrima carga de la Brigada Ligera en la Guerra de Crimea). En 1902 ya era teniente y en 1906 fue ascendido a capitán. En el campo de batalla sufrió una herida de guerra; en concreto, recibió un disparo en el muslo izquierdo, lo que le dejó como secuela tener esa pierna unos 2,5 centímetros más corta que la otra.

La guerra acabó y al tiempo, el capitán Robert Falcon Scott empezó a organizar un viaje a la Antártida, el segundo suyo, con el objetivo de ser los primeros seres humanos en alcanzar el Polo Sur geográfico. La Royal Society y la Royal Geographical Society financiaban parte de la expedición, que fue bautizada como Terra Nova (es el nombre del barco que llevó a los expedicionarios a la Antártida), pero en esencia era una iniciativa eminentemente privada. Se seleccionó un equipo multidisciplinar (como se dice ahora) de 65 miembros, pero además del perfil profesional de cada uno de los exploradores se valoró también la aportación económica que pudieran hacer (no en vano, hubo 8.000 candidatos). El capitán Oates fue seleccionado por su experiencia militar con caballos (Scott quería llegar al Polo usando ponis) y porque hizo una aportación de unas 1.000 libras esterlinas.

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El viaje partió en 1910 y además tenía otros objetivos en el campo de la biología o la geología. La aventura se dividió en tres etapas, la última de las cuales era la de intentar alcanzar el Polo Sur geográfico, valiéndose de una serie de depósitos de alimentos y combustible que se iban dejando por el camino para facilitar la vuelta.

El capitán Oates, de carácter reservado, ya detectó alguno de los primeros problemas antes de llegar a la Antártida, en concreto de la poca idoneidad de los 19 ponis que había comprado Scott para la misión (en la foto de debajo, Oates con los équidos). Los animales sufrieron muchísimo durante el trayecto por mar y, como luego se demostraría, eran una pésima elección para viajar por el Polo. Scott los eligió por ser capaces de llevar más peso que los perros, pero no tuvo en cuenta que necesitaban seis veces más cantidad de comida, que eran más pesados y menos resistentes. Este fue uno de los principales errores que condenaron la expedición; un fallo, por otra parte, que no cometió Roald Amundsen.

Amundsen era un explorador noruego, experimentado en travesías por el Polo Norte, que casi al mismo tiempo que Scott decidió acometer la hazaña de alcanzar el Polo Sur Geográfico. Cuando los británicos supieron de esta intentona, la aventura se convirtió en una carrera.

Tras una serie de visicitudes penosas que me ocuparían varios artículos (os recomiendo el libro El Peor Viaje del Mundo, escrito por Apsley Cherry-Garrard, uno de los supervivientes de la expedición Terra Nova y que relata con maestría todo el viaje; me ha servido de mucho para elaborar este artículo), finalmente quedó un grupo de cinco exploradores con el objetivo de alcanzar el Polo Sur. Era el 4 de enero de 1912 y los elegidos eran el propio Robert Falcon Scott, Edward Wilson (físico, naturalista y ornitólogo), Henry R. Bowers y Edgar Evans (marinos) y Lawrence Oates.

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Este grupo de cinco comenzó la marcha hacia el Polo, pero a los siete días, a unos 24 km del destino, vieron una bandera noruega, por lo que se dieron cuenta de que Amundsen les había adelantado. Al día siguiente (17 de enero de 1912) alcanzaron el Polo Sur Geográfico. En efecto, allí encontraron una tienda, algunos víveres, una carta destinada al rey de Noruega informando de la hazaña y una nota para el equipo británico. Todo llevaba allí 35 días, la ventaja que les sacó el noruego, que no sólo partió primero, sino que hizo el trayecto en bastantes menos jornadas.

Sumido en la decepción, el equipo emprendió el regreso, que se complicó sobremanera por unas inusuales malas condiciones atmosféricas y por la falta de víveres. El más perjudicado era Edgar Evans. El escorbuto hizo aparición y Evans, que sufrió una caída con un golpe en la cabeza, falleció justo un mes después de haber alcanzado el Polo Sur.

Para el regreso tenían previsto hacer una media diaria de 9 millas, pero las congelaciones, el hambre y la sed les hicieron mella, de modo que apenas podían hacer 3 millas al día. Lawrence Oates empezó a empeorar. Tenía escorbuto y su herida de guerra se reabrió. Sufría severas congelaciones en manos y pies y apenas podía caminar. El capitán Oates pidió a sus compañeros que le dejaran atrás, pero estos rechazaron abandonarlo. Esta decisión fue probablemente fatal para el grupo, porque los retrasó demasiado.

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La mañana del 15 de marzo de 1912 (esto es, hoy hace 101 años), Oates volvió a pedir a sus compañeros que lo dejaran en la tienda, pero se negaron y continuaron. Esa noche, la salud del capitán de Dragones empeoró dramáticamente. Así, en las primeras horas del 16 de marzo de 1912, Oates realizó un sobrehumano esfuerzo en la tienda para calzarse las botas, se puso en pie y pronunció la legendaria frase que le hizo pasar a la posteridad:

“I am just going outside and may be some time” (“Voy a salir y puede que para un tiempo”).

Wilson, Scott y Bowers comprendieron lo que quería hacer Oates y pese a que intentaron impedírselo, sus esfuerzos fueron en vano. El capitán Lawrence Edward Grace Oates, que al día siguiente hubiera cumplido 32 años, salió de la tienda con unas temperaturas de unos 40 grados bajo cero y se alejó para dejarse morir en las nieves eternas de la Antártida. Lo que nunca llegó a saber es que su sacrificio no sirvió para salvar la vida de sus compañeros.

El capitán Robert Falcon Scott escribió en su diario: “Sabíamos que Oates caminaba hacia su muerte… era el acto de un hombre valiente y de un caballero inglés” (el relato de esos días, reflejado en el diario del capitán Scott, fue recuperado por la expedición de rescate que salió en su búsqueda, y en la que estaba el joven Apsley Cherry-Garrard, de manera que le sirvió de base para su libro). En la imagen de debajo os dejo el cuadro A very gallant gentleman, de J. C. Dollman, en la cual se refleja el momento en el cual Oates se entregaba a su destino final.

Los tres supervivientes reemprendieron la marcha pero el 20 de marzo les sorprendió una tormenta de nieve y ya casi no pudieron avanzar más. Desnutridos, enfermos, congelados y sin víveres, ya no les quedaba ninguna duda de que no saldrían nunca del Polo Sur. Se cree que Bowers, Wilson y Scott fallecieron congelados el 29 de marzo, día en el que el capitán Scott realizó la última entrada en su diario: “Todos los días estamos dispuestos a partir hacia nuestro depósito a 11 millas, pero a la entrada de la tienda persiste un remolino de nieve. No pienso que podamos esperar nada mejor ahora. Perseveraremos hasta el final, pero nos estamos debilitando, por supuesto, y el final no puede estar lejos. Es una lástima, pero creo que no puedo escribir más. R. Scott. Por Dios cuida de nuestra gente”. Estaban, como bien calculó Scott, a sólo 11 millas del depósito de abastecimiento. Aquí debajo os dejo una imagen de la última página del diario de Scott.

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Tras varios meses de tensa espera, un equipo salió en búsqueda de Scott y los otros cuatro exploradores. El 12 de noviembre de 1912 fueron hallados los cuerpos helados de Scott, Bowers y Wilson. En el mismo lugar se erigieron unos improvisados mausoleos con montones de nieve y dos esquíes a modo de cruces. Días después, el equipo de rescate buscó también algún rastro de Lawrence Oates, pero sólo hallaron su saco de dormir. El cuerpo del capitán de Dragones nunca apareció. Probablemente hoy, un siglo después de su desaparición, siga allí, incorrupto y congelado.

La figura de Lawrence Oates ha permanecido en el imaginario colectivo británico como el paradigma del comportamiento caballeroso, abnegado y sacrificado del que tanto hacen gala los ingleses. Hoy en día hay un museo dedicado a su memoria en Selborne, Inglaterra. Su saco de dormir está en el Museo del Instituto Scott de Investigación Polar en Cambridge. Además, hay un par de monumentos en su honor en otros lugares de Inglaterra.

Por lo demás, su historia ha sido contada no sólo en el libro de Cherry-Garrard o en los diarios publicados de Scott, sino también en el cine. Como curiosidad, les diré que dos grupos de música españoles hacen referencia a su historia. Uno es Mecano, con una famosa canción titulada Héroes de la Antártida, en la cual una de sus estrofas relata la decisión de Oates. Existe otra canción, esta del grupo heavy asturiano Warcry y titulada Capitán Lawrence (un temazo), que es más específica de la historia de Oates y que relata en primera persona lo que pudo pensar el joven oficial en sus últimas horas.

Y esta noche, cuando se acuesten, pensar un momento en que a más de 15.000 kilómetros de vuestra cama calentita, en algún lugar ignoto, todavía reposa en el hielo el cuerpo del capitán de Dragones Lawrence Oates, a cuya memoria, me lo vais a permitir, dedico este artículo.

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