La vida en Buenos Aires… hace 60 años

En las casas era raro que hubiera rejas en las ventanas. En los edificios no había portero eléctrico; la puerta de calle solía estar abierta o sin llave, se podía llegar hasta la puerta de cada departamento. De hecho, uno ponía en la puerta de su casa las botellas de leche de vidrio vacías, el lechero se las llevaba y dejaba las llenas. Lo mismo pasaba con la soda.

Había muy pocos semáforos. Los policías dirigían el tránsito con sus señas desde una caseta elevada en el medio de la avenida; los policías de tránsito se distinguían porque usaban unas mangas blancas sobre los antebrazos del uniforme.

Las calles eran empedradas. Había muchas calles de tierra, sobre todo en el conurbano pero aún en la ciudad. Había tranvías que iban sobre unas vías y cuyas paradas estaban en unas islas en medio de las avenidas y había trolebuses (una especie de ómnibus a electricidad). Los colectivos sólo tenían una puerta adelante, por la cual se subía y se bajaba. La que hoy es la línea 161 antes fue la 221 y antes la 19. La línea 152 era el trolebús 302. El 59 era el 259, etc. No había autopistas; la Panamericana era precaria y llegaba hasta Olivos, unos 3 o 4 km nada más. Los taxis no eran negros y amarillos. El subte línea D llegaba hasta Palermo.

Se podía ir en tren a Córdoba, a Tucumán, a Bariloche, a casi todos lados. En temporada de verano había cuatro o cinco trenes diarios a Mar del Plata y algunos llegaban hasta Miramar. Había que sacar los pasajes en la estación Constitución, para lo cual se formaban largas colas. Se podían sacar pasajes en pullman, primera y tercera (asientos de madera). Casi nadie (nadie, bah) iba a Pinamar.

No había supermercados, ni hablar de hipermercados. El primero fue el Minimax, en 1962, y le pusieron una bomba. Había un Supercoop (El Hogar Obrero) en Caballito, después aparecieron Tanti en Florida, Norte en zona norte y Gigante. En el almacén del barrio se compraba el fiambre, el arroz, las galletitas, la sopa, el café, etc; conocíamos al almacenero, al diariero, al panadero, al policía, al farmacéutico, al carnicero, al verdulero. Todos fiaban si no alcanzaba el dinero. No existía el freezer ni el horno a microondas. El pollo era más caro que la carne y el cerdo más caro aún.

Había dos grandes tiendas multirrubro: Harrods y Gath & Chaves. Había dos grandes sastrerías: Modart y Thompson & Williams.

No se usaban tarjetas de crédito ni de débito. Había muy pocas personas que las tenían, se usaban para gastos grandes y en determinados rubros. Se ahorraba en pesos, existía la libreta de ahorros y se usaban las alcancías en las que se ponían, sobre todo, monedas, porque las monedas tenían valor, se podía comprar cosas con ellas.

Había cuatro canales de televisión, en blanco y negro: canales 7, 9, 11 y 13. Los televisores eran armatostes enormes, tenían un tubo que cuando se gastaba o se quemaba… chau. Tenían una antena que había que ir a la terraza a orientarla para que tuviera una señal aceptable, salvo que el edificio tuviera una antena colectiva.

Se enviaban cartas por correo a las que se les ponían estampillas. Las cartas enviadas dentro del país se enviaban en sobre blanco; las que iban al exterior, en sobre blanco de bordes azules y blancos. Se podían enviar de tres maneras: franqueo simple (tardaban una semana o más en llegar), certificadas (tardaban dos o tres días) y expreso (tardaban un día).

Un departamento valía más si tenía teléfono, porque había pocos teléfonos. Los teléfonos públicos no solían funcionar bien, no tenían cabinas (estaban empotrados en la pared en la vía pública), eran negros y se usaban con una moneda de 5 $. Las oficinas de Entel tenían cabinas para hablar. Las llamadas de larga distancia había que pedirlas con horas de anticipación y eran carísimas. Había dos compañías de electricidad: la Ítalo Argentina y Segba. En las casas no había aire acondicionado. En los autos tampoco.

Mucha gente iba a la cancha de saco y corbata, algunos con sombrero, incluso a la popular. Para protegerse del sol se usaba un pañuelo anudado en sus cuatro puntas para ponérselo en la cabeza. En las canchas había unos carteles con letras y números en los que se anunciaban los resultados de los partidos de las otras canchas. Varios equipos jugaban con camisa (con botones) en vez de camiseta. Las canchas estaban siempre llenas, raramente había disturbios. Los partidos de fútbol no se transmitían por televisión; algunos se pasaban en diferido. Recién en 1967 se comenzó a transmitir fútbol en vivo.

Todos los miércoles y sábados a la noche había boxeo en el Luna Park, y los sábados se llenaba. Dos o tres radios transmitían las peleas en directo.

El cine tenía funciones en continuado de dos o tres películas. Con la entrada uno podía quedarse en el cine todo el tiempo que quisiera y ver las tres películas, incluso volver a verlas si quería. Había muchos cines, en todos los barrios, y había cines con películas sólo para niños: el Los Ángeles y el Real.

En las disquerías, uno podía escuchar en una cabina el disco que le interesaba y decidir si lo compraba o no. Los discos eran de vinilo, LP (33 rpm) y simples (45 rpm), y había que adecuar el tocadiscos de acuerdo a las rpm del disco. No existía el hard rock, ni el heavy metal, ni el rock progresivo, ni el punk, ni el funk. Se escuchaba mucho folklore y mucho tango.

Las primeras zapatillas de lona y goma fueron las Flecha y aparecieron en el ’62; sólo había blancas y azules. Enseguida aparecieron las Pampero. Los botines de fútbol eran Sacachispas (de goma, tela gruesa y tapones cuadrados) o Fulvence, y tenían tapones de goma. Los botines de rugby tenían tapones de goma o de madera, hacia el final de la década aparecieron los tapones de aluminio. Se usaban galochas cuando llovía. No se usaban mochilas; los chicos iban al colegio llevando sus útiles y libros en valijas de cuero con bolsillos y hebillas.

Tener una pelota de fútbol de cuero número 5 era un privilegio. Era el premio habitual por llenar un álbum de figuritas, también. Se jugaba en la calle o en la plaza con pelotas número 3 o 4 o con pelotas de goma, con carritos de rulemanes o con autitos de plástico que se rellenaban de plastilina y a los que se les ponía una cucharita abajo para que “patinaran mejor”. Los mejores juegos de mesa eran el Estanciero, el Cerebro mágico, el Costa Azul, el Ludo, el Juego de la Oca, las damas, el ajedrez. Se jugaba con soldaditos, vaqueros e indios, con los autitos Matchbox; el Scalextric era un lujo. Andar en triciclo era glorioso para un niño. Los chicos de cierta edad podían ir solos a casi todos lados.

Las revistas de deportes eran El Gráfico, Goles y Corsa. La prosa de los periodistas que escribían en esas revistas era excelente. Las revistas infantiles eran Codelín y Billiken, en el ’64 apareció Anteojito. Se leían muchísimo los diarios de la tarde: la sexta de La Razón y Crónica.

Las tablas de multiplicar se aprendían de memoria, no se usaban calculadoras. Los tiempos verbales también. Hasta el ’65 la primaria terminaba en sexto grado, había primer grado inferior y primer grado superior. Los maestros eran personas inolvidables, de altísima trascendencia en la vida de cada chico. Los padres confiaban en ellos y su palabra era ley.

Los varones tenían que hacer el servicio militar, al que se lo llamaba “colimba” (corre-limpia-barre) durante un año; si te tocaba la marina, eran dos años.

Apareció la radio a transistores, la Spica y la Noblex Carina eran famosas. Se usaban las máquinas de escribir, las Olivetti, Smith Corona y Remington eran las más conocidas. No existían las fotocopias. Las fotografías se sacaban con cámaras fotográficas; la más sencilla y al alcance era la Kodak Fiesta, y había rollos de 12 fotos, de 24 y de 36.

Se tomaba vino común, casi no se tomaba vino fino. El más popular era el Peñaflor. Se usaba mucho la damajuana. Se tomaba poca cerveza. El whisky era un lujo. No había comida chatarra; las mejores hamburguesas eran las que se comían en la cancha. No había bebidas light; bah, estaba la Tab, que fue la primera babida de bajas calorías, que apareció en el ’63.

No existían las prepagas; las obras sociales eran pocas y cerradas. El médico te conocía, solía ser del barrio, sabía de todo y atendía a toda la familia. Era muy común operar a los niños de las amígdalas. Apareció la vacuna Sabin oral contra la polio en 1962, la del sarampión en el ’63, la de las paperas en el ’67, la de la rubeola en el ’69 y la triple viral en el ’71, así que uno se podía pescar cualquiera de esas enfermedades. No había gimnasios (salvo en clubes deportivos), la gente no salía a correr. Había menos obesos. El smog ni se notaba.

Y en todos lados había lugar para estacionar.

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