La economía en los tiempos de la Independencia

La guerra de la Independencia era la continuación armada de una discusión económica. Si bien los españoles tenían el dominio político, algunos criollos ya se movían en las esferas de poder local. La gran discusión de fondo en el proceso emancipador era la subsistencia del sistema mercantilista español. Su eliminación aparejó una mejora en los precios de los productos que podían exportarse y una reducción en los precios de los productos importados, especialmente aquellos de origen inglés, mucho más asequibles por ser los frutos de la revolución industrial. Sin embargo este proceso tuvo distinta aceptación porque afectaba el esquema productivo de cada región.

Este fenómeno era más evidente a medida que se alejaban de Buenos Aires o la zona del litoral. Acá la variación de precios fue un incentivo notable para la producción ganadera, fenómeno que caracterizó buena parte del siglo XIX.

Muchos comerciantes porteños se beneficiaron por las restricciones mercantilistas españolas recurriendo al contrabando. La palabra contrabando tiene una connotación peyorativa pero era, en realidad, una forma de defensa ante una autoridad arbitraria que priorizaba los intereses de la Metrópolis. Fue el contrabando una reacción de sobrevivencia ante una mentalidad mezquina y autocrática.

Aprovechando la disponibilidad de tierras y ganados, muchas de estas familias de comerciantes, conscientes de las oportunidades en el mercado internacional se fueron volcando a la adquisición de grandes extensiones para dedicarse a la producción ganadera.

La economía colonial estaba fundamentalmente destinada a la producción de metales preciosos. Estos se extraían del Alto Perú (el Potosí fue en su momento la ciudad más rica del mundo) y las demás provincias del virreinato se volcaron a proveer lo necesario para su explotación. En Córdoba se producían mulas, carretas en Tucumán, y forrajes en Salta. Buenos Aires era la vía de entrada de esclavos y otros insumos (telas, hierro forjado, bienes suntuarios) y obviamente, el puerto por dónde salía la producción local.

Todo producto que entraba o salía de las colonias iberoamericanas debía pasar obligadamente por un puerto español, obligando a triangulaciones caras y ridículas. Este sistema que solo beneficiaba a España, generaba un encarecimiento de los productos en las colonias, imponiendo una fuerte limitación en el desarrollo potencial de Hispanoamérica.

Las guerras napoleónicas y la pérdida del poder marítimo español después de Trafalgar, empeoraron las condiciones de las colonias en América. La situación más dramática se produjo durante las invasiones inglesas, cuando España poco o nada pudo hacer por la sometida capital del Virreinato. Además los ingleses se llevaron el oro y la plata de Buenos Aires, que Sobremonte pretendía proteger llevándolo a Córdoba. Todo el mundo le achacó esta actitud, que era lo que debía hacer. Su acto de pusilanimidad lo cometió al año siguiente en Montevideo, cuando se rehusó a pelear con los ingleses. El tesoro de Buenos Aires fue paseado triunfalmente por las calles de Londres.

Los ingleses además de imponerse por las armas, llenaron al mercado local de productos de mayor calidad y menor precio.

¿Para qué necesitamos a España? Se preguntaron los comerciantes de estas ciudades (tanto criollos como españoles, ya que personajes como Álzaga, Larrea y Matheu eran originarios de la Península).

Aunque el sistema mercantilista tenía estos inconvenientes, el gobierno de España le garantizaba a sus súbditos americanos una organización administrativa, gastos militares limitados y escasa conflictividad, porque la distribución de gastos era más equitativa. Además España tenía una moneda estable. (Esta escasa conflictividad se vio alterada en algunos casos como la revuelta de Tupac Amarú que respondía a una presión impositiva mayor sobre los grupos aborígenes.

En 1809, ante el calamitoso estado de las finanzas del Virreinato, Baltazar Cisneros, había permitido el intercambio comercial con naves inglesas (ya que entonces Inglaterra era aliada de España contra Napoleón). Después de 1810 las autoridades mantuvieron esta relación, eliminando la intermediación de comerciantes y puertos españoles, logrando una notable reducción en el precio de los fletes. Así las cosas, los bienes exportables multiplicaron su valor por tres y las importaciones de redujeron en 30 %. Los tributos a las exportaciones bajaron del 50 % al 10 % y con el pasar de los años al 5 %.

Los aranceles a la importación bajaron de 45 al 30 % y después al 21.

La venta de cueros se convirtió en una alternativa muy interesante.

Estas variaciones impulsaron la economía, pero los gastos militares consumieron gran parte de la recaudación de los primeros gobiernos patrios, que estaban siempre escasos de metálico. En los primeros años de gobierno patrio se continuó usando casi con exclusividad el peso español de plata ($ 5 valían £ 1, y para conocer el valor de una libra de entonces con la actual hay que multiplicar por 40/45).

Pero la pérdida de control del Potosí puso en dificultades a los criollos, aunque al abandonar el Alto Perú, Pueyrredón se encargó de sustraer bastante metálico, que sirvió para sostener la guerra por un tiempo (se dice que también desaparecieron varias sacas de monedas que, según algunas versiones, habrían quedado en manos del futuro Director Supremo).

Ciertas zonas con producciones específicas, como el vino de la zona del Cuyo y los tejidos artesanales de Catamarca y Córdoba, no pudieron competir con la importaciones europeas que entraban por Buenos Aires y solo tributaban en la ciudad portuaria. Esto forzaría la aparición de aduanas interiores, ya que Buenos Aires no repartía sus ganancias (aunque lo hiciese indirectamente por el gasto militar). Mendoza logró cierta autonomía por el comercio con Chile. De allí el apoyo a San Martín para la Campaña de los Andes, ya que se reabría un fuerte negocio que había florecido en tiempos de la colonia.

Los intereses regionales enfrentados con la Aduana porteña fueron la causa de gran parte de la conflictividad entre las provincias a lo largo del siglo XIX.

Si bien el cuero fue nuestro gran mecanismo de crecimiento, el cebo, la grasa y el tasajo como alimento para esclavos eran nuestras principales exportaciones, hasta que la producción ovina en mano de escoces e irlandeses permitió sumar a la lana como hito exportable.

El papel moneda

Después de la pérdida del Potosí (por eso las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma fueron un «desastre») la base monetaria dependería de las monedas del país y de los saldos comerciales de las exportaciones. Después de 1825 algunas monedas serían acuñadas por La Rioja, base de la fortuna de Facundo Quiroga y fuente de problemas con Bernardino Rivadavia por los contratos con firmas inglesas para explotar las minas.

Durante las guerras de la Independencia, los gobiernos patrios emitieron títulos de deuda que adquirieron carácter transaccional (pagaban con «pagares» que tardaban en cumplirse y para efectivizarse sufrían un fuerte descuento). El mayor cambio se produjo cuando comerciantes porteños e ingleses crearon el Banco de Descuentos, cuya función era emitir papel moneda convertible en oro. Parte del dinero que llegó al país del Empréstito Baring fue depositado en sus cuentas, pero a partir de la Guerra con el Brasil, el Estado intervino a dicho banco y declaró la inconvertibilidad de los billetes para cubrir los déficits fiscales. Esto depreció la moneda. Desde 1826 esta práctica se multiplicó creando un proceso inflacionario que ascendió al 600 % entre 1825 y 1860 (hasta ese entonces la inflación anual se calculaba en un 6 %).

Mientras esto acontecía en Buenos Aires, las provincias continuaron manejando monedas bolivianas, chilenas y riojanas, con una variación en su cotización según el contexto del país (durante la Guerra de Brasil y el bloqueo anglofrancés aumentaron la cotización del metálico).

En definitiva, cuando nuestros diputados declaraban la independencia, el país sufría una escasez de metálico por no contar con los recursos del Alto Perú, pero había aumentado la capacidad exportadora, aunque las provincias del litoral se beneficiaron más que las del norte. De allí que el Protectorado Artiguista haya proclamado su independencia un año antes que la declaración de Tucumán.

Por otro lado, las necesidades bélicas iniciaron un proceso inflacionario por la escasez de metálico y la emisión de deudas futuras que se extendió a lo largo del siglo XIX.

La subsecuente inestabilidad en los precios, impidió el desarrollo de un sistema financiero saludable, siempre exigido por los gastos del gobierno y las operaciones poco felices como las del Empréstito Baring. Este pecado de endeudamiento caracterizó a todas las ex colonias españolas que contrajeron empréstitos con Casas inglesas. Ninguna de ellas logró estabilizar su economía por varios años.

La característica destacada de la Argentina fue el uso de la inflación para financiar el déficit fiscal, una «costumbre» que no hemos enmendado en estos 200 años de historia.

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