La Bella y la Bestia

Stephan Bibrowski era un perfecto caballero, siempre impecablemente vestido con sus trajes cortados a medida, luciendo camisas de seda y corbatas al tono. De una extensa cultura, se expresaba con corrección en cinco lenguas que manejaba con elocuencia. Todas estas características lo hubiesen convertido en un hombre de mundo, un gentleman, un caballero distinguido, y sin embargo, a pesar de estas dotes y cualidades, los interlocutores no podían vencer un sentimiento de sorpresa, cuando no de miedo y consternación, ante el aspecto leonino que los largos cabellos le otorgaban a su rostro.

Stephan había nacido en Polonia, muy cerca de Varsovia. Sus padres carecían de esta exageración pilosa. A la falta de una explicación plausible a su hirsutismo, inventaron una historia para justificar su aspecto. Los mitos siempre suplen nuestra ignorancia. Afirmaban que el padre de Stephan había muerto atacado por un león ante los ojos desorbitados de la madre, por entonces embarazada de Stephan; de allí su aspecto tan peculiar.

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A los cuatro años de edad, el peludo Stephan fue descubierto por un empresario llamado Meyers que le pagó una buena suma a la compungida progenitora, deseosa ésta de deshacerse de esta criatura tan particular que, para colmo, le hacía recordar las dolorosas circunstancias en las que había perdido a su marido. Desde entonces Stephan pasó a ser Lionel, el Niño de la Cara de León.

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No sólo exhibía su cuerpo piloso, sino que realizaba acrobacias y pruebas de fuerza vestido con un taparrabos. Hacia 1920 se instaló en el Dreamland de Coney Island, New York, donde continuó con sus espectáculos, al que agregaba largas charlas con los visitantes, contando sobre el mundo que había conocido. Su trato amable y conversación amena le hizo ganar el corazón de más de una jovencita que sucumbió a sus encantos y sus pulidas artes amatorias. Nace con él la leyenda de La Bella y la Bestia, un príncipe encantado prisionero en el cuerpo de un monstruo del que se enamoran perdidamente las mujeres, a pesar del aspecto poco agraciado del galán. Lamentablemente para Stephan, ningún beso lo liberaría de su cárcel de cabellos.

Dicen que Stephan, después de una desafortunada experiencia amorosa, dejó de exhibirse y se retiró a Alemania, donde murió a los cuarenta años de un ataque al corazón.

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