Intimidad de una pandemia – Parte III: Los médicos y las epidemias

CONTINUACIÓN DE: Intimidad de una pandemia – Parte II: Camino a la guerra

Lo secundaron en esta campaña médicos de la talla de Victor Vaughan, los hermanos Charles y William Mayo, Hermann Biggs como epidemiólogo y el Dr. William Gorgas, Cirujano General del Ejército de EEUU.

Desde el comienzo de su gestión estos médicos centraron su atención en el agente más mortífero de las guerras: las epidemias. Sabían muy bien que las pestes ocasionan más muertes que las balas durante las contiendas. En la Guerra Civil Americana, dos de tres combatientes morían por enfermedades infecciosas (en el enfrentamiento entre federales y confederales 185.000 soldados murieron en combate y 373.000 por enfermedades).

En la guerra anglo-bóer, entre 1899 y 1902, diez soldados británicos morían por afecciones de distintas etiologías (malaria, sífilis y enfermedades contagiosas) por cada soldado caído en combate.

Durante la guerra de Cuba, 3 militares americanos morían de fiebre tifoidea por cada caído en acción. Estas muertes habían sido innecesarias por falta de previsión, de los 50 millones de dólares destinados a sostener la contienda contra España, nada se había previsto para la asistencia sanitaria. El Dr. Sternberg, como médico militar, se quejó de esta improvisación y reveló graves errores como no contar con agua potable en un clima tropical. Por tal razón, 5.000 soldados murieron por la impericia de los altos mandos.

Durante una contienda exponer a jóvenes a enfermedades infecto-contagiosas de las que no tienen inmunidad pueden causar desastres. En la Guerra franco-prusiana de 1871 el sarampión mató al 40% de los combatientes.

Estos datos eran bien conocidos por Welch y sus colegas estaban atentos a esta contingencia. Sin embargo, la conducción del ejército, con su habitual estrechez de miras, no consideraba que las enfermedades infecciosas fuesen sus enemigas y centró su atención en el desarrollo de armamentos y, sobre todo, en el reclutamiento de soldados convocados a una lucha “patriótica”. El subsecuente hacinamiento de soldados resultó ser una trampa mortal.

El jefe médico del ejército era el hijo de un oficial confederado. Había sido aspirante a ingresar en West Point pero al fracasar, William Gorgas estudió medicina a pesar de las quejas de su padre. Amante de la lectura, aún en los momentos más complejos de su carrera, dejaba una hora al día para leer sobre ciencia ó literatura clásica.

Gorgas era un hombre amable que prefería que lo llamaran doctor, antes que general. Era determinado y hasta ocasionalmente feroz. Su calma, aun en los momentos de más tensión creaba confianza en sus subalternos. En privado, expresaba su furia contra lo que consideraba la estupidez de sus superiores. En más de una oportunidad estrelló un tintero contra la pared para expresar su impotencia ante la estulticia.

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William C. Gorgas

William C. Gorgas

Su primera tarea como médico militar fue matar mosquitos en La Habana después que el equipo del Dr. Walter Reed confirmase la hipótesis del Dr. Finlay sobre el Anopheles Aegypti como vector de la fiebre amarilla. Para 1902 las muertes por esa enfermedad habían bajado a “0” (aunque en su fuero más íntimo Gorgas dudase sobre las conclusiones de Reed).

Dado su éxito le fue encomendada la misma tarea en Panamá donde los trabajadores en la construcción del canal caían de a miles. También salió airoso en esta instancia, a pesar de la escasez de medios otorgado por sus superiores. Su triunfo le ganó fama internacional como experto en sanidad y allanó su camino al generalato, cargo que obtuvo en 1914. Desde un primer momento golpeó todas las puertas para evitar la catástrofe sanitaria durante la guerra en Cuba.

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Canal de Panamá

Canal de Panamá

En 1917 Gorgas con 63 años a cuestas estaba por renunciar a su puesto, pero el comienzo de la Primera Guerra Mundial lo hizo cambiar de opinión. Durante toda su vida se había preparado para este momento.

Su primera misión fue hacer una campaña para alertar a los jóvenes reclutas sobre las enfermedades de transmisión sexual. A pesar de los moralistas que promovían la abstinencia (algo muy difícil de lograr en ese mar de hormonas masculinas), los médicos militares promovían la masturbación antes que recurrir a las prostitutas. Las enfermedades venéreas eran la causa de ausentismo que llegaba al 30% en el ejército. Esto debía evitarse a toda costa. “El soldado que contraiga esta enfermedad (en la jerga militar le decían “dose”) es un traidor” era el slogan imperante. Cada 15 días todos los militares eran revisados en busca de signos de enfermedades venéreas y en aquellos que se detectase, eran obligados a informar sobre sus contactos. Su paga era reducida y podían llegar a una corte marcial.

La campaña llegó a cerrar más de 80 “zonas rojas” en todo el país, incluido New Orleans donde el jazz servía de música de fondo en los prostíbulos.

Sin embargo, el gobierno continuaba desatendiendo la advertencia de Gorgas sobre la imperiosa necesidad de evitar una epidemia.

Cuando un investigador americano desarrolló una antitoxina contra la gangrena, el ejército se negó a dar fondos para su investigación. Afortunadamente la relación entre Gorgas y Welch permitió que esta fuese desarrollada en el Instituto Rockefeller, salvando miles de vidas en la contienda.

Este estrecho vínculo entre médicos y científicos pudo evitar males mayores, en la pandemia más mortífera que conoció la humanidad.

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Victor C. Vaughan, William C. Gorgas, y William H. Welch

Victor C. Vaughan, William C. Gorgas, y William H. Welch

CONTINUA EN: Intimidad de una pandemia – Parte IV: Médicos vs Enfermeras

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