George Sand, profesión de libertad

Pensar en George Sand es, ante todo, pensar en rebeldía. Casi cualquiera que la recuerde hoy sabrá que revolucionó la opinión europea de la década del treinta del siglo XIX cuando adoptó una identidad masculina (atuendo incluido) y, feminista avant la lettre, abogó con sus palabras y su accionar por abandonar los dobles estándares con los que eran juzgados las acciones de los hombres y las mujeres. Pero, además, como si esto fuera poco, ella llegó a transformarse en una de las escritoras más prolíficas y exitosas de tiempo, y logró ganarse el odio y la admiración de importantísimas figuras.

Antes de todo esto, sin embargo, ya había una persona muy especial llamada Aurore Dupin. Ella había llegado al mundo un 1ero de julio de 1804 en París, fruto del romance entre Maurice Dupin, un militar de linaje aristocrático, y Sophie-Victoire Delaborde, una mujer que ha pasado a la historia simplemente como una prostituta. Años después, ya como escritora, Sand jugaría con estos orígenes para indicar que encarnaba en sí esta perfecta combinación de lo “alto” y lo “bajo”, pero sus padres en realidad no tuvieron mucho que ver con su crianza. Maurice murió en 1808 en un accidente y Aurore, de sólo cuatro años, fue básicamente vendida por Victoire a su abuela materna – Marie-Aurore, conocida como Madame Dupin – a cambio de un estipendio anual por hacerse cargo de la niña.

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Aunque el concepto pueda sonar un tanto cruel, la experiencia realmente contribuyó al desarrollo intelectual de Aurore. Su abuela había sido una gran admiradora de las ideas de la Ilustración y dedicó todos sus recursos a lograr que la joven tuviera una educación al mejor estilo rousseauniano. De este modo, la pequeña creció dentro de un marco que le permitió ser culta, libre, independiente y, lamentablemente para la abuela, rebelde. En el afán de atemperarla, Aurore fue enviada al convento de las monjas agustinas por un par de años y, ya para 1822, poco después de la muerte de su Madame Dupin, la casaron con Casimir Dudevant.

El matrimonio, sin embargo, no se le dio bien. La pareja tuvo dos hijos y por algunos años fue relativamente feliz, pero Aurore se comenzó a aburrir y buscó la compañía (por entonces platónica) de otras personas fuera de la pareja. Su marido, por su parte, se mostraba violento y dispuesto a humillar a su mujer en público. Eventualmente, la relación no dio para más y ella se fue a París en 1830, logrando también años después, tras aducir crueldad de parte de su esposo, conseguir que su separación fuera reconocida legalmente.

Mientras todo esto sucedía, Aurore estaba pasando además por una profunda transformación interna. Con su nueva libertad, se fue a la París revolucionaria a vivir la vida bohemia. Se dejó imbuir por los cambios políticos y estéticos románticos y, teniendo que trabajar para vivir, se dedicó a producir textos para la prensa partidaria. Su pluma, sin embargo, carecía entonces de la urgencia y el ingenio que caracterizaba al periodismo de esos años y que habría de desarrollar en el contexto de 1848. Por esta razón, para ganar más dinero y garantizarse buenos trabajos, decidió unirse con otro escritor popular del ambiente llamado Jules Sandeau. Famosamente, llegarían a compartir mucho más que un trabajo, pero lo más trascendente de esta relación para la historia de Aurore fue que juntos escribieron artículos y hasta una novela bajo el pseudónimo “Jules Sand”. La estrategia de adoptar un nombre masculino para lograr la publicación no era nueva, pero cumplió su cometido y logró llamar la atención de varios editores que apostaron por ellos.

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Así se entenderá que, en la mediada que fue ganando confianza, cuando Aurore contaba con 26 años redactó una novela en solitario titulada Indiana (1832), fuertemente basada en sus dramas amorosos con Casimir. El libro – el primero editado bajo el nombre “George Sand” – puso a la escritora en el mapa y, como argumenta la estudiosa de Sand, Belinda Jack, demostró con su éxito arrollador que había todo un mercado de lectoras atrapadas en matrimonios infelices que se sentían atraídas por la idea de escapar. Rápidamente sacó un segundo libro, Valentine (1832), y dio inicio a la que sería una carrera extremadamente prolífica y aclamada. Con gran diciplina a la hora de producir, Sand llegaría a escribir entre 50 y 80 novelas de distintos géneros, más de una docena de obras de teatro, tres colecciones de cuentos y miles de cartas, artículos y textos propagandísticos.

En paralelo, Sand desarrolló ese costado escandaloso que ya era parte de su ser desde su más tierna infancia. Desde inicios de los treinta prefirió usar, además del nombre de varón, ropa masculina y adoptar hábitos poco femeninos para los estándares de entonces, como fumar cigarrillos y frecuentar cafés. Hoy nos puede parecer osado, más aun considerando lo distinto que era el mundo en esa época, pero en el afán de matizar esta impresión es interesante recordar que, según los recuerdos de la propia Sand, su idea no era llamar la atención, sino todo lo contrario. Para la escritora travestirse era una forma de liberarse, de estar cómoda y, sobre todo, de pasar desapercibida en los ámbitos netamente masculinos en los que le gustaba estar. Muchos de sus amigos – gente como France Liszt, Honoré Balzac o Sainte-Beuve, entre tantos otros – alentaban y disfrutaban de su compañía en estos espacios vedados al público femenino, pero desde ya otros comensales podían no hacerlo, por lo que el disfraz era la forma más fácil de garantizarse el anonimato.

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Caricatura de George Sand con pantalones.
Caricatura de George Sand con pantalones.

 

 

Dentro de este ser escandaloso, también podría incluirse su larga lista de amantes, entre los que se suele destacar al compositor polaco Frédéric Chopin. Este punto es especialmente llamativo para muchos ya que, a lo largo de su vida Sand no ocultó que le gustaba el sexo. Para el ojo que mira al pasado como un lugar de códigos morales más estrictos puede parecer hasta imposible que a mediados del siglo XIX ella hablara del agotamiento de la forma matrimonial y detallara sin pudor todo tipo de prácticas y deseos, incluso con miembros de ambos sexos. Muchos hablarán también de promiscuidad y libertinaje, y es cierto que podemos hablar de múltiples aventuras, pero es de destacar que, para la escritora, encarnando el espíritu romántico como nadie, todos estos episodios eran una forma de amar. Así podemos entender, por ejemplo, que mantuviera una relación de diez años con Chopin, un hombre que no era, parece ser, para nada fogoso.

Por todo esto, a más de un siglo y medio de su muerte el 8 de junio de 1876, aunque hoy sean pocos los que puedan nombrar siquiera uno de los libros que escribió, George Sand continúa siendo un personaje recordado. Como ella misma decía, su profesión era la libertad. Por eso, con su forma de ser excéntrica, más allá de despertar todo tipo de reacciones entre sus contemporáneos, ella contribuyó en el esfuerzo por redefinir los estándares de la femineidad y abrió lentamente la puerta para que otras mujeres (y varios hombres, ¿por qué no?) se lanzaran a escribir sobre sus propias experiencias vitales.

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