Fischer vs Spassky: ajedrez y guerra fría

Ambos pusieron sobre el tablero sus egos y sus mentes prodigiosas. El así llamado “Match del Siglo” fue el mejor símbolo de la disputa obsesiva y paranoica que marcó la segunda mitad del siglo XX. Fue algo más que un encuentro entre dos mentes geniales; por primera vez en la historia un ajedrecista estadounidense, un joven excéntrico llamado Bobby Fischer, se había ganado el derecho a disputar el título mundial frente al representante de la por entonces invencible escuela soviética: el campeón Boris Spassky, que había aprendido a jugar ajedrez a los cinco años en un tren mientras su familia evacuaba su ciudad natal, San Petersburgo, durante la Segunda Guerra Mundial.

El título mundial de ajedrez era patrimonio de los ajedrecistas soviéticos desde 1948 y Boris Spassky era campeón desde 1969, tras vencer a Tigran Petrosian. La Unión Soviética apoyaba abiertamente la práctica del ajedrez concediendo becas y subvenciones, financiando la carrera de los principales proyectos del régimen y utilizando políticamente el ajedrez para mostrar la supremacía soviética.

Bobby Fischer, nacido en 1943 en Chicago y criado en Brooklyn, creció en un ambiente familiar disfuncional. Regina Wender Fischer, su madre, era una mujer muy particular. Nacida en Suiza en una familia judía, su familia emigró hacia los Estados Unidos, donde se hizo ciudadana estadounidense. Era enfermera, muy inteligente, inquieta, y además del inglés hablaba con fluidez en ruso, alemán, francés, español y portugués. Mientras vivía en Europa se casó con el físico alemán Hans Gerhardt Fischer, con quien tuvo una hija, Joan, una de las pocas personas que se llevó bien con Bobby. Cuando nació Bobby, Regina estaba en Chicago y ya no vivía con Hans, aunque aún no se había divorciado. Por entonces Regina se relacionaba con otro físico, el húngaro Paul Nemenyi, un simpatizante comunista de prodigiosa inteligencia que había ganado la medalla nacional de matemáticas siendo adolescente en Hungría y destacaba especialmente en pruebas de razonamiento espacial, lo cual es, curiosamente, una de las cualidades básicas para un buen jugador de ajedrez. Cuando nació Bobby, Nemenyi era la pareja de Regina; así lo testimonian incluso papeles del FBI, que espiaba a Regina y a su pareja en plenos tiempos de macartismo debido a su activismo de izquierda y sospechando erróneamente que podían ser espías soviéticos. La verdadera ascendencia de Bobby, entonces, es confusa. Recibió el apellido Fischer, y si Paul Nemenyi era su padre, como parece más que probable, Regina nunca lo declaró y mantuvo el dato en secreto.

Bobby nunca tuvo una buena relación con su madre, que llegó a hacer huelgas de hambre para que Bobby recibiera ayuda económica. Regina llevó a Bobby a jugar al Club de Ajedrez de Brooklyn, en el que encontró un maestro, Carmine Nigro, que le enseñó estrategia. A los 13 años fue campeón junior de Estados Unidos: un talento excepcional acababa de aparecer. Y Bobby, que ya vivía para el ajedrez, tomó una decisión trascendental: dejar el colegio. “¿Qué me pueden enseñar en la escuela para ser campeón mundial?”.

En 1956 John Collins lo aceptó como alumno, y en 1957, a los 14 años, se coronó campeón de los Estados Unidos y obtuvo el título de Gran Maestro. Fue acumulando fama y prestigio con triunfos ante oponentes importantes y ganó el campeonato de EE UU las ocho veces en las que participó; una de ellas, la de 1963-64, venciendo en las 11 partidas que disputó, un registro nunca igualado. Por entonces ya vivía solo en su modestísimo departamento en Brooklyn, ya que su madre, simplemente, se fue. Durante un tiempo Regina lo ayudó girándole sus cheques cuando trabajó como enfermera voluntaria en Nicaragua, pero Bobby tenía que caminar solo.

El carácter indomable de Bobby, su propensión a los conflictos y su enorme egolatría le generaron rápidamente un antagonismo especial con los soviéticos, que dominaban los torneos internacionales. Bobby los acusaba de imponer condiciones que los favorecían en los torneos; así, la paranoia se adueñó de su manera de ver las cosas. Con el antecedente de su conflictiva relación familiar (sólo se llevaba bien con su hermana) y de haber sido espiado (él, su madre y su pareja) por el FBI desde su infancia, se afirmaba en él la certeza de que lo amenazaban complots del más variado origen: la CIA, el FBI y los soviéticos, a los que se agregaron los judíos, en un creciente costado antisemita que lo acompañaría el resto de su vida.

El camino de Bobby Fischer hacia el match con el campeón Boris Spassky fue largo. Primero se disputó un torneo entre los 24 mejores jugadores del mundo. Bobby Fischer ganó el torneo con 18,5 puntos, ganando 15 de las 23 partidas y perdiendo sólo una, con el danés Bent Larsen, que quedó segundo con 15 puntos. Los seis primeros de ese torneo, a los que se sumaron los ex-campeones mundiales Tigran Petrosian y Victor Korchnoi, disputarían un torneo por eliminación directa hasta llegar a una final, que consagraría al retador oficial. En cuartos de final (a seis partidas) Bobby derrotó 6 a 0 al ucraniano Mark Taimanov, en semifinal derrotó 6 a 0 a Bent Larsen y en la final, jugada en septiembre-octubre de 1971 en el complejo del Teatro San Martín de Buenos Aires, a 9 partidas, venció al armenio Tigran Petrosian 6,5 a 2,5. A la vista está: Bobby Fischer arrasó con todos los rivales que le pusieron delante. Su momento se acercaba: viajaría a Reykjavik, Islandia, a disputarle el título a Spassky.

Bobby Fischer

 

Bobby Fischer
Bobby Fischer

 

Poco antes del viaje a Islandia, Joan, su hermana, ve a Bobby en crisis (estaba más paranoico que nunca) y le dice que debería internarse, que así no puede viajar a Islandia. Por supuesto, Bobby se niega a que le toquen un pelo, se pelea duramente con ella y recibe un llamado de Henry Kissinger: “el presidente (Richard Nixon) y yo estamos encantados de que viajes a Islandia”.

Bobby Fischer viajó a Islandia acompañado sólo por dos personas: su analista y su manager. Su analista era William Lombardy, un sacerdote católico que había sido un gran ajedrecista y había formado parte del equipo de EEUU vencedor en el campeonato mundial de estudiantes en 1960; también había sido subcampeón (detrás de Fischer, que fue campeón) en el US Open de ajedrez de 1961. En esa época inició con Bobby una relación de amistad (algo inaudito para Bobby Fischer), y Fischer mismo lo llamó para que lo ayudara en su match con Spassky. El manager era Paul Marshall, un ajedrecista frustrado, abogado y mecenas que ayudó muchísimo a Fischer (según él, en forma desinteresada) argumentando que quería que EEUU destronara a la URSS de una vez por todas en el ámbito del ajedrez mundial. Marshall resolvió mil problemas económicos, contractuales y humanos generados por el insoportable carácter de Bobby. Tan poco común fue la actuación de Marshall y su devoción por Bobby que se ha pensado que era un hombre ubicado por la CIA al lado de Fischer, cosa que Marshall siempre negó.

El Teatro Nacional de Islandia (Thjodleikhusid), en Reykjavik, fue el escenario elegido para el match, que se jugaría a 24 partidas. Cada triunfo sumaría un punto y el empate (tablas) otorgaría medio punto. El primero en llegar a los 12,5 puntos sería el ganador, pero si el resultado final fuera empate en 12 puntos el campeón defensor retendría el título.

La bolsa a repartir sería de 250.000 u$d en partes iguales. Sin embargo, cuando todo estaba acordado, Fischer exigió una mejora en la bolsa ofrecida; no lo conformaban los 125.000 u$d que le correspondían. Bobby se negaba a viajar a Reykjavik hasta que no le pagaran lo que quería, y la situación se resolvió cuando un financista británico, James Slater, decidió ofrecer él la misma cantidad, doblando así la recompensa total para Fischer.

Bobby Fischer, un tipo tan brillante como inmanejable, empezó a jugar el match bastante antes de mover la primera pieza. Sus permanentes caprichos y reclamos condicionaron psicológicamente a Spassky, un tipo con una mente genial pero amansado por el régimen soviético, que lo custodiaba permanentemente (de hecho, el séquito que lo acompañó a Reykjavik tenía casi veinte personas). El ego de Spassky (seguro de su victoria ante aquel insoportable estadounidense) hacía que contemplara los caprichos de Fischer sin inmutarse demasiado, mientras Fischer aumentaba su confianza haciendo y deshaciendo a su antojo.

Bobby protestó por la habitación de su hotel y exigió trasladarse a un lugar fuera de la ciudad, exigió un cambio en la iluminación en la sala donde se jugaría el match, protestó por la calidad de los trebejos, les recriminó a los organizadores por la ubicación del público y de las cámaras de televisión, se disgustó por lo poco espaciosa que era la sala (después se quejaría de que había mucha gente), exigió que se prohibiera entrar a la sala a menores de 10 años, pidió que revisaran a la gente y que les sacaran las golosinas envueltas en papel de aluminio porque hacían ruido al desenvolverse, reclamó por los relojes del match y por el orden de ingreso de los jugadores a la sala. Insufrible.

El 11 de julio a las 17 hs, día y horario estipulado para el inicio de la primera partida del match, el campeón estaba sentado a la mesa pero el retador no aparecía. Spassky movió la primera ficha ante la silla vacía de Fischer, que llegó siete minutos más tarde que lo pautado. Fischer jugó toda la partida enojado, sin la concentración necesaria, hasta que un error insólito para su talento (estaba para tablas pero perdió un alfil clave en forma inconcebible) le dio el triunfo a Spassky. Bobby presentó un reclamo formal sobre la ubicación de las cámaras de televisión, que según él molestaban su concentración.

Luego de esa primera partida Fischer se retiró ofuscado (Fischer vivía ofuscado) de la sala. Sin esperar a sus acompañantes bajó las escaleras fuera de sí, sin encontrar el camino de salida, y se encontró en un subsuelo en el que había un salón mediano, algo así como un gimnasio, con un par de canchas de ping-pong. Ese lugar le gustó, y entonces exigió que el match se desarrollara de ahí en adelante en ese salón y no en el auditorio principal del complejo. Y sin el público, que tendría que conformarse con ver las jugadas en una pantalla ubicada en la sala principal del teatro. La negativa de las autoridades y los organizadores fue inmediata. Como consecuencia de ello Fischer no se presentó a jugar la segunda partida y se la dieron por perdida.

Con el match 2-0 y Fischer empacado y exigiendo cosas difíciles de aceptar, sobrevolaba la sensación de que el match no continuaría. Esa idea se hizo más cierta al saberse que Fischer había reservado asiento en tres vuelos con destino EEUU. El árbitro del match, el alemán Lothar Schmid, trató de arreglar las cosas; habló con Spassky apelando a su “espíritu deportivo” tratando de que el “match del siglo” no terminara en un fiasco (del que Spassky no era responsable). Spassky, en contra del consejo unánime de todos sus asesores, aceptó jugar la tercera partida en aquel subsuelo, sin público ni cámaras de televisión, como exigía Fischer. La situación se resolvió sólo por la extrema buena voluntad de Spassky; si no hubiera aceptado jugar la tercera partida en esas condiciones (a lo que tenía derecho) era casi seguro que el match hubiera terminado y Spassky hubiera conservado el título mundial.

Fischer tardó varias horas en decidir si continuaba jugando con las nuevas concesiones. Finalmente, una hora y media antes del comienzo de la tercera partida, aceptó continuar el match. Y así se jugó la tercera partida, aunque en un momento Fischer vio una cámara y empezó a gritar. Spassky se levantó, dijo que ya estaba harto y que se iba a jugar la partida a la sala principal. Lothar Schmid salvó el encuentro con gran paciencia; consiguió calmar a ambos al decirle a Fischer que la cámara no estaba transmitiendo y pidiéndole que fuera gentil, y a Spassky recordándole su promesa de continuar jugando, algo que Spassky terminó aceptando con disgusto.

Fischer ni siquiera agradeció personalmente el gesto de Spassky, y estos nuevos caprichos consentidos le dieron un enorme estímulo. Ganó la tercera partida con las negras y pasó a dominar completamente la batalla psicológica entre ambos. La cuarta partida fue tablas. Luego de arduas negociaciones, Bobby Fischer, ya dominante, aceptó volver a jugar en la sala principal, y en la quinta volvió a ganar con las negras. Las cosas estaban 2,5 a 2,5. Fischer se había recuperado en el score y ahora dominaba psicológicamente el juego, el entorno y a su rival.

La sexta partida pasó a la historia por el impresionante nivel de juego demostrado por Fischer, quien calificó esa partida como la mejor del match. Al terminar la partida, Spassky se levantó y empezó a aplaudir a Fischer, en medio de la ovación del público. Hasta Fischer se asombró, y reconocería el gesto ante su equipo: “¿han visto lo que ha hecho?”, dijo en referencia a la caballerosidad de su rival aplaudiéndolo de pie.

En las siguientes partidas parecía que Fischer jugaba cómodo pero “sin forzar la máquina”. La 13a partida, con el score 7 a 5 a favor de Fischer, fue determinante. Fue una partida extraordinaria, con un juego de enorme calidad por parte de ambos. El final fue dramático y Fischer terminó venciendo, poniendo el score 8 a 5. Restaban once partidas y Spassky tenía que remontar tres puntos de desventaja. Eso lo obligaba a ser agresivo y a arriesgar. Fischer, que era obsesivamente combativo, detestaba los empates y buscaba siempre el desequilibrio en el tablero, vulneró su propio estilo; ya estaba como pez en el agua y reguló el juego sin buscar aumentar la diferencia, ya que con hacer tablas le alcanzaba y sobraba para mantener la ventaja hasta el final. Y así fue: las siguientes siete partidas terminaron en tablas. Para colmo (de Spassky), la 21a partida la ganó nuevamente Bobby, con las negras. 12,5 a 8,5. La diferencia ya era irremontable. Resignado y arrepentido por haber dejado crecer a la bestia, Spassky reconoció su derrota y abandonó el match, que no llegó a las 24 partidas originalmente establecidas.

Boris Spassky, que había mostrado una actitud educada ante las excentricidades de Fischer siendo realmente paciente con los innumerables caprichos y exigencias del genio norteamericano, se arrepentiría años después de su indulgencia para con su rival.

Spassky fue recibido con recelo por el público y las autoridades de su país; para ser claros, “le soltaron la mano”. Seis años después de perder el título se nacionalizó francés, aunque siguió compitiendo bajo la bandera soviética. En 1974 cayó en semifinales ante el futuro campeón Anatoli Karpov, y en el ’78 perdió la final frente Víctor Korchnoi. En cambio, Fischer fue recibido por una multitud a su regreso a EEUU. Había dado un triunfo simbólico a su país. En el reino de los trebejos, Estados Unidos había ganado una batalla de la Guerra Fría.

Bobby Fischer nunca jugó siendo campeón mundial. En 1975 exigió para enfrentar a su retador, Anatoli Karpov, un sistema de puntuación en el match que la Federación Internacional de Ajedrez (dirigida por los soviéticos) consideró abusivo, ya que le daba una excesiva ventaja deportiva. Le quitaron el título mundial y Anatoli Karpov fue proclamado campeón sin jugar.

En 1992, Spassky y Fischer volvieron a enfrentarse. El match se disputó en Belgrado (Serbia, ex Yugoslavia). Bobby, igual que en el ’72, volvió a vencer a Boris; esta vez se llevó 4 millones de dólares. Rechazó muchas otras ofertas, estaba cada vez más paranoico y se sentía perseguido por más fantasmas: la CIA, el FBI o la KGB, y, en su creciente furia antisemita y fanatismo religioso, también los judíos. En 2004, en el aeropuerto de Tokio, guardias de seguridad lo detienen. Fischer se resiste y lo golpean, cubren su cabeza con una capucha negra, le quitan zapatos y cinturón y lo encarcelan. Había violado un embargo económico decretado por EEUU por haber jugado en la ex Yugoslavia otra vez contra Spassky y EEUU había librado una orden de captura en su contra.

Fischer denunció un complot de la CIA. “Hice mucho por los Estados Unidos, pero ahora parece que ya no les sirvo. La Guerra Fría terminó y ahora quieren encerrarme”. Un año más tarde viajó a Islandia, país que le dio asilo político, y se sumergió en el anonimato. No concedió reportajes, no tuvo vida social. Se recluyó en una cabaña de la que sólo salía lo mínimo e indispensable. En 2007 lo internaron por un cuadro de psicosis paranoide unido a un gran debilitamiento físico. Murió un año después, solo, abandonado, inmerso en un aura de intriga. Robert James Fischer fue enterrado en el cementerio de la iglesia Laugardalur, cerca de la localidad de Selfoss, a unos 60 kilómetros al sudeste de Reykjavik. “Hvil i friol” (“descanse en paz”) dice su lápida, en islandés antiguo.

La Federación de Ajedrez de EEUU le pidió a Islandia, sin éxito, el cuerpo de Bobby Fischer tras su muerte.

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