En el natalicio de Julio Argentino Roca, recordamos a su padre y sus primeros años de vida

José Segundo Roca nació en Tucumán, el 31 de mayo de 1800. Era hijo del capitán español Pedro Roca y de doña María Antonia Tejerina y Medina, tucumana. Estudió en el convento de San Francisco, y desde muy joven sentó plaza en la compañía de Cazadores Cívicos de Tucumán en calidad de cabo 1°, el 15 de enero de 1816. Marchó a Chile en la expedición libertadora al Perú, revistando como subteniente de bandera del Batallón N° 11 de Infantería. Con el ejército del general San Martín embarcó en Valparaíso en la fragata “Dolores”, el 20 de agosto de 1820. Hizo la campaña de la Sierra a las órdenes del coronel mayor Juan Antonio Álvarez de Arenales. Se halló en Jauja y Pasco, siendo premiado con una medalla de plata, y ascendido a teniente 2° por su comportamiento.

Posteriormente, desempeñó diversas misiones militares en los pueblos de Otuzco y Moyobamba, en el depto. de Amazonas, en el Perú; en 1822, marchó a la campaña del Ecuador a las órdenes del mariscal Sucre, donde obtuvo la importante victoria de Pichincha, el 24 de mayo de ese año. Por su actuación fue condecorado con tres medallas de oro, una por el general Bolívar, otra por el Cabildo y la ciudad de Quito, y la tercera por el Perú.

Tuvo el honor de llevar el parte de la batalla al general San Martín, quien como premio lo ascendió a sargento mayor graduado con fecha 22 de junio. El mariscal Andrés Santa Cruz en 1823, designó a Roca su ayudante de campo, y en tal carácter, participó en la segunda expedición sobre Puertos Intermedios. Se encontró en la batalla de Zepita, librada el 25 de agosto contra las fuerzas realistas del general Gerónimo Valdés, de resultado indeciso, pero mereció ser premiado pecuniaria y honoríficamente, se le entregó también una medalla de oro. A fin de ese año, de regreso a Lima fue nombrado edecán del general José de La Mar.

En 1824, se retiró a Trujillo, sede del cuartel general del Libertador Bolívar, hallándose en la batalla de Junín que resultó victoriosa, por lo que fue agraciado con otra medalla. A causa de encontrarse gravemente enfermo no pudo asistir a la batalla de Ayacucho, no obstante lo cual, el Libertador le concedió los honores y premios obtenidos. Regresó a Buenos Aires en 1826, y el presidente Rivadavia le reconoció sus servicios, acordándosele el grado alcanzado en el Perú. Se incorporó al Estado Mayor del Ejército Republicano que se encontraba operando contra las fuerzas imperiales. Fue ayudante de campo del general Lucio Mansilla, y a sus órdenes combatió en Ombú e Ituzaingó, en Camacuá y en los Potreros del Padre Filiberto.

Fue ascendido a teniente coronel, y se desempeñó sucesivamente como edecán de los generales Alvear y Lavalleja. Terminada la guerra con el Brasil, Roca volvió a Buenos Aires, y actuó bajo las órdenes del coronel Manuel Isidoro Suárez que operaba en el territorio de la provincia, interviniendo en la acción de las Palmitas, el 7 de febrero de 1829, siendo recomendado muy especialmente por su actuación. Pronto fue nombrado edecán del general Lavalle, habiéndose batido en Puente de Márquez. Después del tratado de Barracas celebrado entre Rosas y Lavalle, marchó al interior prestando servicios al lado del general Paz. Participó en la campaña del gobernador Javier López contra la provincia de Santiago del Estero, en junio de 1830, que dio por resultado la capitulación de Felipe Ibarra. También hizo la campaña de Salta a las órdenes del general José Ignacio Gorriti. En mérito a su actuación fue promovido a coronel el 23 de setiembre.

En 1831, se incorporó al ejército que se hallaba en Córdoba, y asistió con el Regimiento de Lanceros a las operaciones que tuvieron lugar en aquella provincia hasta que fue hecho prisionero el general Paz, el 10 de mayo, por los federales. En la retirada hacia el norte, y en la travesía de Ambargasta peleó en la acción de las Piedritas, mandado por el coronel Mariano Acha. Combatió contra las fuerzas de Facundo Quiroga en la Ciudadela de Tucumán, a raíz de lo cual tuvo que emigrar a Bolivia, presidida entonces por el mariscal Santa Cruz. Volvió al país en 1837 junto con el general Javier López con ánimo de derribar al gobierno de Alejandro Heredia, pero fueron vencidos en la costa del arroyo Famaillá, y tomados prisioneros sus jefes. Estuvo a punto de ser fusilado, salvándose merced a los buenos oficios del gobernador delegado Dr. Juan Bautista Paz y Figueroa. Poco después de su libertad casó con la hija de éste, doña Agustina Paz. Incorporado al ejército nacional como segundo jefe del Estado Mayor intervino en la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, la que finalizó con el triunfo de los chilenos contra las fuerzas de Santa Cruz en Yungay. A su término fue trasladado a Buenos Aires en 1839, y clasificado por Rosas como “salvaje unitario”. Después de tres años de sufrimiento fue restituido a Tucumán. Allí se dedicó a los trabajos de campo del Vizcacheral que se lo había regalado su suegro cuando se casó, y que se hallaba abandonado.

Permaneció en Tucumán varios años figurando en la Plana Mayor del Ejército como coronel de caballería sin destino hasta 1852. Después de Caseros, la Legislatura tucumana se pronunció contra el gobierno de general Celedonio Gutiérrez, representante de Rosas, mientras se trasladaba al Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos. Depuesto fue elegido gobernador Manuel Alejandro Espinosa. Al regresar Gutiérrez quiso recobrar el poder, y el gobierno confió el mando de las fuerzas al coronel Roca, quien después de haberlo puesto en fuga hacia Catamarca, volvió auxiliado por esa provincia, pero fue derrotado en Los Laureles, el 25 de diciembre de 1853. En los años subsiguientes, revistó en el Estado Mayor de la Confederación, en Paraná, aunque con licencia, y fuera de algunos viajes a esa ciudad y a Buenos Aires vivía en Tucumán. A comienzos de 1854, se opuso a una asonada contra el comisionado por el gobierno de la Confederación ante el de Tucumán, su cuñado, el doctor Marcos Paz, siendo él entonces comandante general de milicias, en el gobierno provisorio del presbítero José María del Campo. Al asumir el mando de la provincia su cuñado lo nombró director del Censo que se llevó a cabo con gran éxito.

Al término de su labor fue nombrado jefe de Policía, el 27 de octubre de 1858. Al declararse la guerra del Paraguay, en 1865, el glorioso veterano fue comisionado para reunir los contingentes de Catamarca y Tucumán. En la primera provincia no tuvo éxito, y en la segunda consiguió que aportara un batallón de 400 plazas. En Santiago del Estero se hizo cargo de la columna el general Antonino Taboada, hasta que en un lugar llamado Fortín Taboada se produjo una sublevación y dispersión de los santiagueños. Sin embargo, el contingente de Tucumán se mantuvo leal al coronel Roca hasta que en Santa Fe se embarcaron hacia Buenos Aires a bordo del vapor “Libertad”. Llegados a la capital fueron alojados en el Retiro para completar su instrucción y equipamiento. Embarcados de nuevo arribaron a Corrientes, en el vapor “Chacabuco”, el 31 de diciembre de 1865. En el teatro de operaciones se encontraban sus hijos Rudecindo, Celedonio, Marcos y Julio Argentino.

Desempeñaba el coronel Roca el cargo de jefe de la División del 1er. Cuerpo de Ejército que se hallaba acampado en las Ensenaditas sobre el Paso de la Patria cuando murió repentinamente el 8 de marzo de 1866. Wenceslao Paunero, de inmediato, informó de su deceso, al vicepresidente de la República, coronel Marcos Paz, señalándole que al día siguiente sería sepultado en San Cosme. El general Gelly y Obes, jefe del Estado Mayor del Ejército impartió la orden de honores póstumos y encargó al Comandante del 1er. Cuerpo del Ejército la realización de sus disposiciones. El Batallón Salta del que era oficial Julio Argentino Roca rindió las últimas honras. Despidió sus restos su entrañable amigo y jefe inmediato, general Paunero. José Posse en carta a Marcos Paz le anunciaba el 9 de abril del mismo año, que había mandado a realizar las exequias oficiales en su memoria, último acto de su gobierno. Sus restos fueron repatriados en 1884, y depositados en la bóveda que le hicieron levantar en la Recoleta sus hijos que le sobrevivieron. Encima del dintel de la puerta del sepulcro se encuentra un busto en mármol del coronel Roca. Al cumplirse el centenario de su muerte se lo recordó. Fue un soldado ejemplar, valeroso en el combate y ardiente en los instantes decisivos. En su vida privada se caracterizó por ser un caballero bondadoso y afable, de elevados sentimientos y espíritu cultivado, dijo el Tte. general Julio A. Lagos. Gozó de prestigio y fue muy considerado por sus contemporáneos. Su retrato lo pintó Ignacio Baz.

Los primeros años de Julio

Julio Argentino Roca nació en Tucumán, el 17 de julio de 1843. Llamado Julio y Argentino, doblemente nuestro por la conjunción de sus nombres, como dirá un autor, era el tercer hijo del coronel José Segundo Roca y de doña Agustina Paz. Siendo pequeño frecuentó la escuela franciscana en esa ciudad, donde pronto se reveló su carácter travieso y díscolo. Le interesó la lectura, inclinándose más por la Historia antigua. La muerte de su madre, en 1855, fue una pesada carga para el coronel Roca en la atención y cuidado de sus ocho hijos que tuvo que repartir entre sus familiares más directos. Los dos mayores Alejandro y Ataliva fueron enviados a Buenos Aires a casa de su hermana; los tres siguientes: Celedonio, Marcos y Julio mandados al Colegio de Concepción del Uruguay; mientras los tres últimos: Agustín, Rudecindo y la pequeña Agustina quedaron en Tucumán al cuidado de su tía. Julio Argentino pasó becado al Colegio a pedido del presidente de la Confederación, general Urquiza, a fines de 1856, para seguir los estudios secundarios. En dicho Colegio que era uno de los más adelantados, tanto por sus programas de estudios como por la formación que imponía a los educandos, conoció a otros jóvenes de distintas provincias, también becarios como él, que con el correr de los años serán sus mejores colaboradores en la función pública. Ellos eran, entre otros, Victorino de la Plaza, Eduardo Wilde, Martiniano Leguizamón, Olegario V. Andrade. Tuvo como profesores también a eminentes hombres de quienes recibió una formación positivista y liberal.

En las listas de examinados correspondientes al curso lectivo de 1857, ante la mesa presidida por el Dr. Benjamín Victorica obtuvo la calificación de sobresaliente por unanimidad en gramática y geografía, y bueno en aritmética y latín. Leopoldo Lugones refiere que el mejor resultado de sus estudios fue el latín, o sea, la asignatura más ardua, durante todo el trienio. De ahí, a no dudarlo, la predilección que siempre manifestó por Plutarco y por Virgilio. Al aprobarse el plan de estudios del Colegio del Uruguay (como se lo llamaba) para el Aula militar que se creó bajo la dirección del coronel Nicolás Martínez Fontes, se matriculó en las clases de instrucción que se dictaron sobre las tres armas: artillería, caballería e infantería, distinguiéndose por ser el de menor edad del grupo. Contaba sólo con 15 años de edad, cuando gestionó y obtuvo el ingreso al ejército de la Confederación. El 20 de marzo de 1858, el vicepresidente del Carril, en ejercicio de la presidencia, firmó el decreto por el cual lo nombraba subteniente de artillería, con antigüedad al 1° del mismo mes, sin perjuicio de continuar sus estudios en el Colegio. Revistó como agregado a la Brigada de Artillería “7 de Octubre” N° 1 de Línea a las órdenes del coronel Simón Santa Cruz, hijo del mariscal de ese apellido. En enero de 1859, logró buenas calificaciones en filosofía, pero en julio, fue trasladado con el batallón a Rosario donde tuvo su bautismo de fuego al disparar con sus piezas contra la escuadra de Buenos Aires. El 20 de setiembre se lo ascendió a teniente 2°, y al mes siguiente, intervino en la batalla de Cepeda, librada el 23 de octubre.

El historiador Andrés Terzaga asegura que en esa acción fue tomado prisionero, mientras otro autor señala que tuvo un lúcido desempeño. Concluida la campaña, Santa Cruz le ordenó reintegrarse al Colegio en marzo de 1860, para terminar los estudios interrumpidos. Tan pronto regresó, Roca fue objeto de una sanción impuesta por Urquiza, y comunicada al Rector del Colegio, consistente en la prohibición de pasear ni salir a la calle. Se ignora que falta o travesura determinó esa medida, pero ni ella, ni la prisión posterior de su tío en Córdoba, conmovieron la fidelidad federal de Roca. Su permanencia en el Colegio, no debía durar mucho más, pues en 1861, al estallar nuevamente la guerra entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires, asistió a la batalla de Pavón, sirviendo en el mismo regimiento de artillería en la batería mandada por el capitán Juan Solá. Ambos salvaron los cañones de la batería, por lo que fue ascendido a teniente 1°, el 14 de octubre de 1861. Con las fuerzas a las que se reunió se mantuvo en el campamento 11 de septiembre.

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