El asalto al Moncada

Batista, jefe del Ejército y hombre fuerte de Cuba desde hacía por lo menos 20 años, había dado el golpe de estado del 10 de marzo del año anterior, derrocando sin resistencia alguna al gobierno constitucional de Carlos Prío Socarrás y cancelando las elecciones presidenciales, previstas para junio de 1952. Ante ello, jóvenes estudiantes y trabajadores resolvieron organizarse para enfrentar a la dictadura.

El reducido contingente que se propuso tomar el cuartel Moncada y ocupar la pequeña ciudad vecina de Bayamo, capital histórica de la provincia de Oriente, no pretendía combatir al ejército sino controlar las instalaciones, abrir los arsenales, armar al pueblo y llamar a la insurrección contra el gobierno dictatorial y corrupto de Batista y sus secuaces. Era un plan directamente inspirado en una acción insurreccional protagonizada por Antonio Guiteras y sus compañeros veinte años atrás, el 29 abril de 1933, cuando tomaron con idénticos propósitos el cuartel de San Luis, también en la provincia de Oriente, durante la lucha contra la feroz dictadura de Gerardo Machado.

El asalto, como es sabido, fracasó. Más de la mitad de los atacantes fueron muertos durante o después del combate, tras ser bárbaramente torturados, entre ellos Abel Santamaría, importante dirigente estudiantil universitario. Los demás, entre ellos Fidel Castro, fueron apresados y enjuiciados por el régimen. El juicio será la primera oportunidad en que Fidel pudo demostrar su talento político, al pronunciar el famoso discurso La historia me absolverá –con el cual logró convertir la parodia organizada para condenar a los combatientes en un severo enjuiciamiento de la dictadura batistiana. Impreso y distribuido clandestinamente, el alegato obtuvo amplia repercusión en Cuba y en el exterior, y andando el tiempo se convirtió en el programa del Movimiento 26 de Julio (M-26-J), fundado por Castro y sus compañeros en México, en marzo de 1956.

La historia me absolverá es un texto que puede dividirse en tres partes. En la primera, Fidel Castro, por entonces un joven abogado de 27 años, denunció que se vio obligado a asumir su propia defensa ante la falta absoluta de garantías, que había llegado al extremo de habérsele impedido conversar en privado con su propio representante legal. Acompaña esa denuncia con una minuciosa descripción de los hechos, una reconstrucción detallada de los crímenes cometidos por los represores contra sus compañeros, y una demostración fundamentada de la ilegalidad del proceso montado en su contra. Concluida esta primera parte del alegato, y entrando en la parte medular del mismo, el orador se dedica a explicar la propuesta política de los insurgentes. Define con precisión cuál es el sujeto social al que desean interpelar: el pueblo, al que los combatientes del Moncada convocan a sublevarse contra la dictadura estaba integrado por los desocupados, obreros del campo, obreros industriales, braceros, pequeños agricultores, campesinos pobres y sin tierras, maestros y profesores, intelectuales y profesionales, pequeños comerciantes urbanos. A continuación, enuncia a grandes rasgos los objetivos inmediatos del movimiento revolucionario: inmediato reestablecimiento de la Constitución de 1940 derogada por la dictadura; otorgamiento de la propiedad de la tierra a colonos, arrendatarios y precaristas ocupantes de pequeñas parcelas; participación de los obreros y empleados en las utilidades de las grandes empresas; confiscación de los bienes malversados por los funcionarios corruptos; nacionalización de los monopolios en la industria eléctrica y las comunicaciones; más recursos para la enseñanza estatal y la salud pública. En definitiva, Fidel Castro propuso un programa de reformas sociales y democráticas bastante sencillo, pero cuya concreción requería una alianza de todas las clases subalternas para derribar la dictadura y ponerlo en práctica. La última parte del alegato es una vibrante defensa del derecho a la rebelión, con referencias a la filosofía política antigua y moderna, y con abundantes invocaciones al ideario de José Martí. Concluye negándose a pedir clemencia a un tribunal al que no reconocía legitimidad alguna, y remata su intervención con la célebre frase “Condenádme, no importa, la historia me absolverá”, que da título a la posterior publicación.

Atilio Borón, en la Presentación a una de las mejores ediciones de La historia me absolverá (Ediciones Luxemburg, 2005) elogió la amplitud del programa del Moncada, una concepción “…ajena al exclusivismo obrerista que tantos daños hiciera a la izquierda latinoamericana…”. Borón parece olvidar que el sectarismo y la oposición a cualquier tipo de frente único con los sectores antiimperialistas fue la marca en el orillo de la política de los comunistas en Cuba. Camuflado en un discurso hiper-radicalizado, el estalinismo cubano llevó a la práctica una política de colaboración y negociación con todos los gobiernos militares que azotaron el país: en agosto de 1931 intentaron hasta último momento un acuerdo con el dictador Machado cuando todo el pueblo exigía su alejamiento en el marco de una huelga general insurreccional; a principios de la década del ’40 formaron parte del primer gobierno (1940-1944) de Batista, que incluyó ministros comunistas en su gabinete; y ya en los ’50 condenaron la lucha armada contra la dictadura de Batista hasta pocos meses antes del triunfo revolucionario de enero de 1959.

Sólo entendiendo este carácter profundamente claudicante de la política de los comunistas en Cuba –que ya para entonces habían abandonado su antiguo nombre por el de Partido Socialista Popular (PSP) y perdido la conducción de la Confederación de Trabajadores Cubanos (CTC)– es posible comprender que la oposición a Batista haya sido hegemonizada por una corriente surgida del Partido del Pueblo Cubano (PPC, Ortodoxo), fundado en 1946 como disidencia nacionalista del corrupto oficialismo gobernante. Por eso acierta James Petras cuando afirma que la clave del ascenso político del M-26-J fue la inversión de los patrones discursivos revolucionarios hasta entonces vigentes en Cuba, adoptando una plataforma programática amplia pero siendo inflexible e intransigente en la lucha contra el dictador y sus secuaces. Es que detrás del programa tibiamente reformista y democrático del Moncada se encontraban presentes todas las tradiciones revolucionarias de la historia de Cuba, las de Martí y las luchas por la independencia, la revolución del ’33 contra Machado, el nacionalismo antiimperialista de Antonio Guiteras y de Eduardo Chibás, las luchas obreras y estudiantiles. El M-26-J tenía un carácter muy amplio en su composición, pero contaba con una fuerte organización centralizada, con direcciones municipales, provinciales y una conducción nacional.

La amplitud del movimiento fundado por Fidel Castro, que como decimos le permitió aglutinar a vastos sectores opuestos a la dictadura, se convirtió, cuando esta finalmente sucumbió, en su talón de Aquiles. Después del triunfo revolucionario, cuando se intentó implementar algunas de las modestas reivindicaciones por las que se había luchado, comenzó la disgregación del M-26-J y del propio Ejército Rebelde, que apenas semanas antes había entrado triunfante en las calles de La Habana.

A lo largo de 1959 los dirigentes políticos tradicionales marcharon uno a uno al exilio disconformes con el curso del proceso, a la vez que estallaban conatos y revueltas militares, como la encabezada por Huber Matos en Camaguey, o verdaderas escaramuzas contrarrevolucionaras como las libradas en la sierra del Escambray. Todo ello fogoneado por la presión constante y creciente del Imperialismo que pretendía abortar el proceso revolucionario en curso. Pero la radicalización política de las masas cubanas, que en el segundo semestre de 1960 ocuparon las empresas expropiadas por el gobierno y las defendieron con las armas en la mano, y en abril de 1961 liquidaron en menos de 72 horas la invasión mercenaria en Playa Girón, permitió el triunfo de la primera revolución socialista en América Latina.

El asalto al Moncada quedó entonces como ejemplo de una derrota trasmutada en formidable experiencia política, a partir de su apropiación y elaboración colectiva.

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