Tanguito, un juglar de barrio

1968, plaza Pineral de Caseros, en 3 de febrero y Carlos Tejedor; una plaza rodeada de talleres y casas de clase media. Un puñado de escolares se entretiene a la salida de la escuela en los juegos de la plaza. En el medio, a la sombra del inmenso ombú, una guitarra criolla da marco a la voz monocorde y cadenciosa que dice: “Me gusta verte en las mañanas, vestirte de colores, natural…”. Alrededor, un grupo pequeño de jóvenes vestidos con ropas de colores, ellas con capelinas y ellos con el pelo largo, desprolijos, somnolientos. Una patrulla estaciona frente a la Iglesia de la Medalla Milagrosa; baja un agente de la policía y desde la vereda grita: “¡Tango, vamos…!” La guitarra interrumpe su rasgueo por un instante… “Dejame terminar el tema”, protesta José Iglesias, sin esperanzas de cambiar la orden del policía. “Natural, natural…”, repite melodiosamente. Guarda la guitarra y se va caminando hacia la patrulla; el grupo se dispersa y desaparece. Tanguito sube a la patrulla y se lo llevan.

Otra denuncia, otra acusación, otra vez preso. Había robado un grabador en la disquería de cerca de la estación; con la excusa de querer verlo a la luz del sol, ganó la calle y se fue sin pagar el aparato. Antes ya le había robado discos…

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Tanguito llegaba furtivamente al andén de la estación Caseros del ferrocarril San Martín, sabía que tal vez no abordaría el tren que lo llevaba al “Centro”; cuando lograba hacerlo, se sentaba en el estribo para sentir el viento que le enmarañaba el pelo, y para ver qué tan lejos estaba el guarda del tren que le pediría un boleto que jamás compró.

Las luces del Centro al fin. Calle Corrientes, Avenida Pueyrredón, desde Juncal, donde estaba “La Cueva”, a la Avenida Rivadavia, a “La Perla” de Once. La bohemia, la poesía, los artistas, los embajadores del Mayo Francés, tipos raros… Tenían en común sus gustos artísticos y el rechazo de una sociedad que no los quería. Muchas veces debieron correr para escapar de turbas que querían cambiarlos a los golpes. Otras no. Algunas veces dejaban el “amor y paz” de lado y se trenzaban en grescas que los llevaban irremediablemente a la leonera de alguna comisaría.

Argentina vivía bajo el régimen de la dictadura cívico-militar de Onganía, que fomentaba una cultura tradicional y pacata. En los medios sonaban los habituales músicos de tango, folklore y la denominada “Nueva Ola”: Palito Ortega, Leo Dan, Violeta Rivas, Johnny Tedesco… Y, por otro lado, influenciados por los Rolling Stones, y su “Simpatía por el diablo”, Steppenwolf, con el emblemático “Nacido para ser salvaje”, Janis Joplin, cantando blues, con voz de negra, y Jimi Hendrix, incendiando sus guitarras, se gestaba en Buenos Aires la “Música Progresiva”, que pasaría a llamarse “Rock Nacional”.

Moris, Javier Martínez, Alejandro Medina, Billy Bond, Litto Nebbia, Miguel Abuelo, y Sandro, conformaban parte de esta avanzada musical, donde Tanguito encontraba su continente artístico.

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Menos extrovertido que el resto de los músicos, Tanguito era destinatario de bromas; la bolsa en la que llevaba unas pocas pertenencias, muchas veces volaba de mesa en mesa, sin ser alcanzada por su cada vez más frustrado propietario. Su figura de arlequín de barrio, con sus calzas y una media en la cabeza, trotaba por el salón, persiguiendo sus cosas… cosechando risas y burlas.

Así, con el tiempo, por las bromas o por el consumo de anfetaminas y otras drogas, Tango se fue apartando de la “gran mesa”, donde el bullicio prosperaba, recluyéndose en un rincón del salón. De ahí, al baño, la marihuana y la jeringa, y ese sonido de sorda reverberancia que lo invitaba a cantar sus poesías; así surgió “La balsa”. “Estoy muy solo y triste acá, en este mundo de mierda…”.

“La Balsa” se convirtió en un himno; para muchos la mejor canción de Rock en español. Litto Nebbia armonizó la melodía original y la llevó al estudio de grabación con Los Gatos. Alrededor de esta canción se tejieron varias leyendas, desde que Tanguito se la había cambiado a Nebbia por un atado de cigarrillos, o que Nebbia simplemente se la había robado, y hasta que Tanguito cobró mucho dinero, que perdió por su creciente deterioro psíquico.

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Tanguito, o Ramses VII (como le gustaba llamarse, por su admiración por el faraón y por el uso de acordes con la séptima dominante en sus composiciones), o Drago, por el conjunto que había hecho para parodiar a Sandro y los de Fuego, que llamó Drago y los Matafuegos, flotaba en la ciudad y aparecía en cualquier lado, rodeado de otros, que al igual que él, le habían dejado el timón de sus vidas a las drogas pesadas.

Luís Alberto Spinetta contó que una vez, Tanguito y sus amigos intrusaron su casa, entrando por el techo. El flaco tuvo que echarlos. “…los saqué a patadas a todos esos hippies que habían ido ahí a picarse. Eran una desgracia. Resulta que Tanguito se está despidiendo y yo veía que se reía y al tipo se le nota debajo del saco que se llevaba un fangote así de discos. Me hacía un juego, era como que me escondía la espalda y se reía para que no me diera cuenta de que me estaba afanando los discos. Nunca me voy a olvidar que yo le decía “Vení, vení, Tanguito, no seas así, cómo me vas a robar los discos a mí. Pensá como es Luisito con vos”, tipo padre”.

En 1970, Tanguito consiguió que el sello Mandioca le diera la posibilidad de grabar un disco en los estudios de TNT; para esa ocasión eligió a los músicos de Manal para que lo acompañaran, Claudio Gabis, Alejandro Medina y Javier Martínez, pero falto a las dos primeras fechas, dejando a los músicos esperando. Apareció al tercer día, pero solo estaba Javier Martínez, por lo que grabó sus canciones solo con su guitarra.

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Ese mismo año fue reiteradamente detenido por la policía, hasta terminar en la cárcel de Devoto. Pero los problemas con las drogas se fueron agravando y su estado de alienación lo llevaron a ser internado en el Hospital Borda, donde fue sometido a electroshocks y otros tratamientos que no lograron resultados positivos. En 1972 fue declarado demente y trasladado a la Unidad Penitenciaria 13 del mismo hospital, destinada a criminales psicópatas.

El 19 de mayo de 1972, entre las sombras de la madrugada, Tanguito escapó de su cautiverio; llegó a abordar un tren del ferrocarril San Martín con rumbo a su hogar en Caseros; se sentó en el estribo, como lo hizo mil veces, pero esta vez no llegó a Palermo. Cayó bajo la formación en uno de los puentes. Confusas como sus pensamientos fueron las versiones de su muerte; algunos dicen que lo tiraron del tren “los servicios”, otros que fue un ajuste de cuenta por deudas con el narcotráfico, y otros que naufragó antes del amanecer…

Tanguito tenía solo 26 años cuando cayó bajo las ruedas del tren. 26 años, de los cuales muchos fueron de oscuridad, con chispazos de genialidad. Vivió en una casa humilde, en los suburbios de una gran ciudad. Por momentos conseguía atrapar la complejidad de los conflictos de un pibe de barrio desbordado por sus pensamientos y volcarlos en una canción. Sus melodías eran simples, rústicas, sin exhibicionismos técnicos ni de ejecución. Finalmente, consiguió en las drogas la madera para construir su balsa y en ella naufragó.

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1 COMENTARIO

  1. Un pibe que no encontró su destino,y,que el destino le jugó de mala..No sabía que Ël creo la famosa canción.Ojala se publique en todos los meios o programas televisivos,como ese de 8 escalones,que recrean a muchos artistas y cantantes.Tanguito,tu canción no fue un tango,pero sonó y sonará como el mejor de los tangazos… PAZ TANGUITO.

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