¿Se ha preguntado el lector alguna vez cómo vivíamos los argentinos hace...ciento cincuenta, doscientos años? ¿Cómo era nuestro régimen de comidas? ¿Cómo eran nuestras calles, nuestras cárceles, ¿cómo se divertía la gente, que hacía San Martin cuando salía con Remedios a pasear, quien nos enseñó a hacer el asado como lo hacemos hoy, ¿cómo se viajaba? Estas crónicas nos rebelarán cuestiones cotidianas de nuestros tataratatara abuelos.
Más allá de haber sido prohombres, o personajes más o menos polémicos y discutidos por nuestros historiadores; han sido seres de carne y hueso que adolecían de las fallas de cualquier hijo de mujer. Había algunos valientes a toda prueba que temblaban ante una tormenta eléctrica; veteranos de mil batallas que vivían en constante zozobra y temor a ser envenenados; burlones y sádicos incorregibles. En fin, "de todo hay en la viña del señor". Observémoslos como simples mortales y tal vez eso nos ayude a comprenderlos mejor.
¿Hay cosas en la vida que merecen una muerte? ¿Hay ocasiones en que un hombre debe dejar de vivir para proteger algo, tal vez, más sagrado que su propia vida?
El más noble, el más gallardo, el más fiel, el más hermoso, es el caballo. Es aquel al cual más le debemos los argentinos. Esta es la historia de la amistad entre un hombre y dos caballos. Una amistad que se forjó en una travesía a lo largo de todo el continente americano.