«Peleas y Melisande» y nadie es feliz

La acción de la ópera transcurre en un tiempo y país mítico e impreciso, un castillo de leyenda en el que vive un rey Arkel, con su hija y sus nietos, los hermanastros Pelléas y Golaud. Durante una cacería, Golaud encuentra a Mélisande, una mujer indefinida, sin edad y sin procedencia. Golaud la lleva al castillo, se casa con ella, pero Mélisande se enamora de su cuñado, Pelléas siendo correspondido por él. Enfurecido por los celos, Golaud mata a su hermano; Mélisande, protegida por el viejo rey, dará a luz un hijo del que no se sabrá quién es el padre, pero morirá a consecuencia del parto.

Esta historia se articula en cinco actos, tal como manda la tradición teatral francesa, y doce cuadros. La intención de Debussy no era descriptiva, ni siquiera proyectar una ‘impresión’ de realidad. «Yo deseaba», escribe Debussy, «una libertad musical que no se redujese a una reproducción más o menos exacta de la naturaleza, sino a las correspondencias misteriosas de la naturaleza y la imaginación».

Para estas correspondencias misteriosas entre lo real del drama y la imaginación del espectador, Debussy utiliza unos recursos musicales bastante precisos. Paradójicamente en un músico anti wagneriano, las dos primeras son de raíces wagnerianas: la continuidad musical por la que las escenas se encadenan sin interrupción, ligadas por interludios orquestales en los cambios de cuadros, y la utilización, con una gran flexibilidad, del recurso al leitmotiv, al melódico recurrente que simboliza a los personajes del drama.

El estreno de esta ópera de Debussy en el Teatro de la Ópera Cómica de París, en 1902 fue un escándalo. Ante el vapuleo del público, el compositor escribió: «Compongo obras que no serán comprendidas más que por los nietos del siglo XX». En cierta medida, Debussy se equivocó. La ópera fue valorada y también comprendida por sus coetáneos, pero nunca llegó a ser popular. Ni siquiera entre los nietos del siglo XX. Los detractores de Debussy achacaban a la ópera una melancolía decadente y malsana, una vocalidad parecida a la salmodia y cierta monotonía en la acción. Cuentan las crónicas que el día del estreno, cuando en el segundo acto Mélisande dice «Yo no soy feliz», el público exclamó: «Nosotros tampoco». Debussy, atrincherado en el despacho del director, no quería ver a nadie. El director de orquesta, André Messager, se deshizo en lágrimas hasta el final de la representación. Algunas otras opiniones curiosas de alguno de sus contemporáneos, contrarias a la obra, fueron: “Esto no es música, no escucho nada de música aquí”, de Richard Strauss; o “esta música no me molesta más”, de Mahler, en confidencia a su mujer Alma.

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