Pactar con los bárbaros

Desde que se relacionara con el chileno Cabrera y el porteño Sarratea, Ramírez cambió totalmente, adulado por ambos. Por influjo de estos inició Ramírez el orgulloso camino que lo llevaría a desacatar a Artigas, cometiendo un verdadero parricidio político, a luchar contra éste y contra López, a proclamarse el “Supremo Entrerriano”, a entrar a sangre y fuego en Corrientes, Santa Fe y Córdoba combatiendo a sus antiguos aliados, y a perder la vida lejos de su Entre Ríos natal. Artigas había utilizado su poder de caudillo para luchar por la independencia y libre federación de los pueblos. En cambio, Ramírez usará el poder para enaltecer su persona demostrando que “el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente” según el dicho de Lord Acton (y como lo demostrarán también tantos otros personajes de nuestra historia). Un ejemplo de la creciente vanidad de Ramírez está en el hecho de que, al firmar el Tratado del Pilar con López y Sarratea, el 23 de febrero de 1820, lo hace arrogándose el título, que nadie le había discernido, de gobernador de Entre Ríos.

Tratado del Pilar

El primer artículo del Tratado del Pilar dice: “Protestan las altas partes contratantes que el voto de la Nación y muy en particular el de las provincias a su mando, respecto al sistema de gobierno que debe regirla, se ha pronunciado en favor de la federación que de hecho admiten; pero que, debiendo declararse por diputados nombrados por libre elección de los pueblos, se someten a sus deliberaciones. A este fin, elegido que sea por cada provincia su respectivo representante, deberán los tres reunirse en el convento de San Lorenzo de la provincia de Santa Fe a los sesenta días contados desde la ratificación de la convención”.

Artigas había encargado a Ramírez, que era su lugarteniente, obtener una declaración conjunta de guerra contra Portugal, cuyas tropas ocupaban a la Banda Oriental. Pero en el tratado solo se estableció el compromiso de Buenos Aires de ayudar a Santa Fe y Entre Ríos en el caso de que fueran atacadas por “la potencia extranjera que con respetables fuerzas oprime la provincia aliada de la Banda Oriental”. Esto significaba hacer el juego a Buenos Aires negando todo apoyo a Artigas, vencido por los portugueses al 20 de enero en Tacuarembó, y entregar la Banda Oriental a los mismos. Apenas si, condescendientemente, se invitaba a Artigas a incorporar la Banda Oriental al pacto, “si ello era de su agrado”. En el mismo pacto se aceptaba, incautamente, que en los ríos Paraná y Uruguay navegarían “solamente los buques de las provincias amigas cuyas costas sean bañadas por esos ríos” lo cual equivalía a aceptar que todo el comercio exterior se haría únicamente a través de Buenos Aires ya que Montevideo estaba en poder de los portugueses y no se autorizaba el ingreso de barcos extranjeros a los ríos interiores.

De cualquier manera, parecía afirmarse el triunfo del ideario federal y que el país iba a constituirse con todas las provincias en un pie de igualdad. Pero en realidad se estaba entrando en uno de los períodos más tristes, más confusos, menos conocido y más difícil de interpretar de nuestra historia. Período durante el cual los hombres en cuyas manos estaba el destino de la revolución y de la patria no supieron ponerse a la altura de las circunstancias.

Sarratea dictó un indulto general y permitió el licenciamiento voluntario de las tropas con lo cual debilitaba a Soler y fortalecía su posición como gobernador. Llegó además a un acuerdo con Ramírez para proveerlo de armas contra un eventual ataque portugués a Entre Ríos, lo cual obligaba a Ramírez a apoyar a Sarratea para asegurarse los pertrechos prometidos por éste.

El 1° de marzo, Juan Ramón Balcarce, directorial apoyado por Alvear, se sublevó en Buenos Aires contra Sarratea. Un Cabildo Abierto porteño de solo 165 personas (disminuía el número de ciudadanos decentes con derecho a voto…) lo proclamó gobernador el 9 de marzo, pero el 15 del mismo mes Sarratea, que se había retirado a Pilar, recuperó el poder con apoyo de Ramírez. En abril el agradecido Sarratea le mandó a Ramírez los pertrechos de guerra que antes le prometiera. Olvidando tanto sus propias tratativas para hacer coronar como rey del Río de la Plata al Infante Francisco de Paula, hermano menor de Fernando VII, como sus anteriores coqueteos monárquicos con los portugueses y la princesa Carlota, Sarratea aprovechó su cargo de gobernador para iniciar proceso a los miembros del Congreso y del Directorio que habían aceptado la otra candidatura real, la del príncipe de Luca, propuesta por el marqués de Desolles, ministro de Relaciones Exteriores de Francia. Inescrupuloso y voluble, Sarratea terminará sus días en tiempo de Rosas, como su representante en París completando así sus múltiples cambios de bando pues no hubo uno en el que no estuviera transitoriamente. Artigas, El Protector, irá de derrota en derrota hasta decidir que solo le quedaba la opción del ostracismo.

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