Gertrude Stein y Alice Toklas: «No soy nada más que un recuerdo de ella»

Gertrude Stein (1874-1946) es una figura sumamente reconocida en el mundo de la cultura occidental del siglo XX. Sus míticos salones en el número 27 de la rue Fleurus de Paris convocaban a grandes personalidades de la vanguardia artística y literaria como Henri Matisse, Pablo Picasso o Ernest Hemingway. No obstante, su rol como anfitriona no era el único aspecto importante de su personalidad y también se la recuerda por haber amasado, inicialmente junto con su hermano Leo, una de las colecciones de arte más importantes de principios del siglo XX.

En lo que respecta a sus propias aspiraciones, Stein deseaba nada menos que la gloria, algo que se propuso obtener a través de su trabajo literario. La mayoría de sus textos, influenciados por sus referentes y sus estudios de psicología, están firmemente plantados en la experimentación formal y en la exploración de nuevas formas de narrar. A pesar de que obras como Three Lives (1909), Tender Buttons (1914) o The Making of Americans (escrita entre 1906 y 1908, finalmente publicada en 1925) hoy han sido revalorizadas y profusamente estudiadas, en el contexto de principio de siglo su producción literaria no atrajo demasiada atención fuera de los círculos especializados. La única excepción, el único libro con el que Stein realmente ganó dinero y la tan deseada gloria fue la Autobiografía de Alice B. Toklas, novela autobiográfica escrita en 1932 y publicada al año siguiente. Este libro debió su éxito en gran parte al hecho de ser de fácil lectura y de resultar atractivo por su temática – las vivencias de una mujer norteamericana en el mundo del arte parisino. Pero además resultó interesante y original desde lo formal ya que, para contar su propia historia, Stein decidió utilizar la voz de su pareja Alice Toklas. Así, al recurrir a una voz ajena, Stein se permitió evitar la moderación en el tono esperada de una autobiografía. Al ponerse la máscara de alguien que la admira, logró elaborar un texto sumamente autocelebratorio, en el que habla de sí misma como una genio, y tan tendiente a la exageración, que muchas veces fue criticado por un exceso de narcisismo.

Frente a esta apropiación de una voz ajena, especialmente la de alguien tan importante en la vida de Stein, resulta interesante preguntarse por la verdadera Alice Toklas, especialmente acerca de dónde quedaba ella en todo esto. Hoy los estudios sobre Gertrude Stein se han encargado de profundizar en el conocimiento de múltiples aspectos de su vida, incluyendo la homosexualidad y, específicamente, su relación con Toklas. Aunque siempre se reconoció esta conexión, la verdadera naturaleza de ésta quedaba muchas veces desdibujada a través de eufemismos que la describían como una unión de amistad o de compañerismo. No fue sino hasta la década del 1980 que el tema entró con fuerza al mundo de los estudios queer, cuando la Beinecke Library de la Universidad de Yale liberó el acceso a un archivo de Stein que contenía más de 300 notas y cartas de amor, escritas a lo largo de 40 años de su vida en común.

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Gertrude y Alice, a pesar de haber crecido en los suburbios de San Francisco, muy cerca la una de la otra, no se conocieron en su infancia, sino que tuvieron que esperar a que la vida las volviera a acercar en Paris. En 1907, año en que se conocieron, Gertrude ya estaba instalada en la rue Fleurus con su hermano Leo. Alice acababa de llegar a Francia de la mano de otro hermano de Gertrude, Michael, y su esposa Sarah, a quienes decidió seguir en su aventura francesa luego de conocerlos en 1906. Cuando finalmente se conocieron, la atracción entre Toklas y Stein fue instantánea.

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Empezaron una relación de amistad que luego devino en romance, algo que comenzó a molestar a Leo, quién no toleraba a Alice. Fruto de este desencuentro entre novia y cuñado, en 1913 Leo abandonó el departamento de la rue Fleurus con la mitad de la colección de cuadros y dejando atrás una nota que decía: “Espero que vivamos todos felices para siempre y que chupemos nuestras propias naranjas”. Aunque hay quienes dicen que Gertrude y Leo finalmente se amigaron y se mantuvieron cercanos durante toda la vida, la relación entre ellos siguió siendo complicada al punto que él declaraba cruzar la calle para evitarlas cada vez que las veía venir juntas.

En estos primeros años sin la interferencia de Leo, su vida fue tomando forma. La dinámica entre Gertrude y Alice resultaría ser sorprendentemente heteronormativa para una pareja homosexual, ya que cada una asumió un rol bastante tradicional como esposo o esposa. Alice, descripta muchas veces como la más práctica, era la que se encargaba de todo tipo de tareas “femeninas” como la cocina, el mantenimiento del hogar o, incluso trabajos secretariales para asistir a Gertrude. Stein, en cambio, se asociaba más a cuestiones “masculinas”. Esto se ve no sólo de forma implícita – reconocida como alguien que estaba enteramente dedicada a su trabajo artístico y literario – sino incluso de forma sumamente explícita, especialmente en el contexto de los salones. Las memorias de quienes frecuentaban estas reuniones, apuntan a una separación muy marcada entre los sexos. Según estos recuerdos, Gertrude estaba siempre en el centro de la acción, rodeada de genios, mientras que Alice debía contentarse con sus esposas, en general en otra a habitación.

Aunque su relación era criticada como monolítica incluso por otras lesbianas más radicales del mismo contexto, como la otra famosa anfitriona americana en París de esos años, Natalie Clifford Barney, la realidad es que Alice y Gertrude eran felices. Su proyecto como pareja incluía rodearse de artistas e intelectuales, consumir buena comida y negarse a hacer cosas que no les gustaran. Basando su vida en estas simples premisas, pasaron un total de 39 años juntas, sobrevivieron a dos guerras y generaron miles de anécdotas que recuerdan su vida en conjunto.

Es tentador, especialmente si seguimos a los biógrafos parciales a Toklas, ver una desigualdad en la relación, un sometimiento ejercido por Stein sobre su pareja. Estos argumentos están principalmente inspirados por una lectura negativa de la Autobiografía de Alice B. Toklas, un libro en el que, después de todo, Stein “usa” a Alice y de alguna manera disminuye la importancia de su vida al sugerir que ésta comienza cuando la conoce a Stein y no antes. A pesar de las críticas, hay quienes ven en la Autobiografía no un acto de invisivilización, sino uno de amor. Según estas lecturas, el hecho de poseer la voz de una persona amada, de meterse en su cuerpo, de reproducir sus ideas y su forma de expresarse -algo hecho con gran maestría, según quienes conocían a la pareja- es la mayor muestra de la apreciación que sentía por ella.

Si, aun así, hay quienes prefieren ver el otro lado de la cuestión, los detalles de su relación están presentes en otros textos elaborados por la propia Alice. Por un lado está el bello y breve Recuerdos, la verdadera autobiografía de Alice Toklas, pero quizás el más interesante de estos textos sea El libro de cocina de Alice Toklas. Este texto, publicado en 1954, no sólo reúne varias historias de la vida en la rue Fleurus, sino que también recopila muchas de las recetas que ella había elaborado especialmente para las famosas soirées, incluido un postre con alto contenido cannábico, descripto como capaz de generar “euforia y brillantes tormentas de risas”.

La vida en conjuntó terminó el 27 de julio de 1946 con la muerte de Gertrude, pero Alice la sobreviviría unos 21 años más. En este par de décadas, Alice siguió dedicando grandes esfuerzos y recursos a la protección del legado de Stein, irónicamente, invisibilizando la verdadera naturaleza de su relación. Se negaba a dar entrevistas y a contar detalles de su vida en común, dejando que los textos que ella escribiera fueran los únicos testimonios de su existencia. “No soy nada más que un recuerdo de ella”, llegó a afirmar. Esta devoción por Stein llegó a extremos insospechados cuando Toklas se convirtió al catolicismo en 1957 y pasó, luego, mucho tiempo rezando con la esperanza de sacar al alma de Gertrude del Limbo, donde estaría por no ser bautizada, todo con el fin de reencontrarse algún día en el cielo.

Más allá de los delirios místicos, paralelamente Alice comenzó también a perfilar su propia personalidad. No solo editó estos nuevos libros propios, sino que dejó de sentarse con las esposas de los genios, para pasar a ser ella misma el centro de atención en muchos círculos de intelectuales. A pesar de todo lo positivo que esta nueva vida pudiera traer, una constante que caracterizó a este período en la vida de Alice fue la penuria económica.

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Si bien Gertrude había especificado en su testamento que deseaba que Alice recibiera una mensualidad – incluso, si fuera necesario, a través de la venta de pinturas de su valiosa colección – esto dependía de los ejecutores de dicho documento. En este caso, por esas extrañas ironías de la historia, la corte de Baltimore, lugar en que estaba basado el testamento, ignoró a los ejecutores nombrados por Stein y nombró en cambio a un hombre llamado Edgar Allan Poe, sobrino nieto del escritor. Poe resultó ser, quién sabe por qué, un obstruccionista y -además de ignorar otras cláusulas del testamento, como el deseo de que se publicara su obra póstuma- no cumplió con los pagos a Alice. Desesperada, ella decidió en 1954 vender unos cuarenta dibujos de Picasso para hacerse de algo de dinero. Con este precedente, temiendo que se produjera una nueva venta sin los permisos adecuados, en 1961 cuando Alice volvió de unas vacaciones descubrió que los herederos de Stein se habían llevado de su casa todos los cuadros que todavía le quedaban de la colección original.

Después de ser desalojada del departamento que había compartido con Gertrude y de pasar a vivir casi en la indigencia, Alice Toklas murió en 1967.

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