Martiniano Chilavert y su martirio­ luego de la batalla de Caseros­

“La suerte de las armas ya estaba decidida al filo del mediodía sobre la llanura de Caseros, -sentenció Francisco Hipólito Uzal en `El incomprensible fusilamiento de Chilavert’ (1968)- confirmándose lo que unos y otros intuían por anticipado sobre el resultado de la batalla. Sólo quedaba un pequeño foco de resistencia, un grupo de trescientos hombres rodeando al coronel Martiniano Chilavert. En efecto, el jefe de la artillería de Rosas, en el centro del dispositivo del ejército de la Confederación no quiso salvarse. Disparó hasta el último proyectil, haciendo blanco sobre el ejército imperial (del Brasil), y cuando ya no le quedaron balas, hizo cargar con piedras sus cañones. Luego recostado displicentemente sobre uno de ellos, pitando un cigarrillo, esperó que vinieran a buscarlo”.­

El 3 de febrero de 1852 no sólo se decidió el destino de una nación sino el futuro de un valiente artillero, partícipe de decena de batallas, decidido unitario, pero que al producirse la batalla de la Vuelta de Obligado, decidió enrolarse en las huestes de Rosas.­

HOMBRE DE ARMAS­

Martiniano Chilavert, nacido el 16 de octubre de 1798, pasó su juventud en España, y retorna junto a su padre Francisco y su hermano mayor José Vicente en el navío Canning, acompañando a José de San Martín y Carlos María de Alvear, siendo José Vicente gran amigo del futuro Padre de la Patria. Ingresó al regimiento de Granaderos a Caballo, pero como artillero, uniéndose posteriormente a Alvear cuando éste se sumó al santafesino Estanislao López contra Buenos Aires en 1820. Luego de unos combates, se exilió en Montevideo, recibiéndose de ingeniero, para luego ejercer como docente y realizar su aporte técnico al inicial proyecto de la futura ciudad de Bahía Blanca.­

La Guerra contra el Brasil lo encontró en el bando argentino, como capitán y, tras su desempeño en la batalla de Ituzaingó del 20 de febrero de 1827, fue promovido a sargento mayor. El alzamiento de Juan Lavalle contra el gobernador Manuel Dorrego, y el posterior fusilamiento de éste en Navarro, lo encuentra a Martiniano enrolado en las tropas orientales de Fructuoso Rivera en su campaña en las Misiones Orientales contra los brasileños. Al tiempo decidió acompañar a su camarada Lavalle, al que siguió en su campaña, su posterior exilio y cuando retomó las armas contra Entre Ríos. Identificado como unitario, Chilavert­ sirvió tanto a Lavalle como a Rivera, futuro jefe del partido Colorado, aunque tuvo sus reparos por la influencia de Francia en la lucha contra los federales argentinos y uruguayos.­

Desavenencias con Lavalle lo hacen enrolarse con el “pardejón” Rivera, pero, al enterarse del plan de segregación territorial argentino con anuencia del Brasil y potencias europeas, lo incita a protesta, ya que, entendió, “la guerra no se libraba en verdad contra Rosas sino contra la Confederación Argentina. Ante un posible arresto y atentado contra su vida prefirió exiliarse en el sur brasileño. Eso no impidió que siguiese en contacto con Juan Bautista Alberdi y otras figuras unitarias. Aun su identidad era unitaria.­

Pero, al tomar conocimiento de la agresión de la flota anglofrancesa y de la batalla de la Vuelta de Obligado del 20 de noviembre de 1845, no lo dudó y renunció al bando unitario y, posteriormente, ofreció sus servicios de soldado al ejército de Juan Manuel de Rosas.­

Su ruptura se explicitó en su carta enviada a Rivera, incluida en el artículo de Uzal, del 15 de abril de 1846: “… esa misma querida Patria a quien sirvo desde la edad de quince años se ve hostilizada por dos formidables potencias y, a su juicio, amenazada en sus más altos intereses, en su gloria y en su futura posteridad. Estas razones, y ser opuesto a mis principios combatir contra un país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuere la naturaleza del gobierno que lo rige, han decidido a retirarme a la vida privada, a cuyo efecto a V. E. suplica se digne conceder mi absoluta separación del servicio”.­

Posteriormente, el 11 de mayo, le escribe a su antiguo enemigo, Manuel Oribe, jefe del partido Blanco: “El amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico en mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religiosos respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que, sin cesar, le repetirá: ¡traidor! ¡traidor! Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata.”. Y reafirmó en dicha misiva: “El cañón de Obligado contestó a tan insolente provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi Patria”.­

Fuera del juego el Reino Unido y Francia quedó para hacerle frente a Rosas el Imperio del Brasil, aliado con un personaje decisivo: Justo José de Urquiza. Efectivamente la corona brasileña reforzó su alianza con Paraguay y con el Uruguay de Fructuoso Rivera, intento un cerco diplomático sobre la Confederación Argentina, con anuencia de Gran Bretaña, y se pertrechó para la guerra. Pronunciamiento del 1° de mayo de 1851 mediante, Urquiza logró sumar contra Rosas a la provincia de Corrientes y neutralizó a Oribe.­

Fermín Chávez, en `Historia del país de los argentinos’ (1967) afirmó: “El 8 de octubre de 1851, Oribe firma el convenio de capitulación ante Urquiza. Se retiraría a su quinta del Miguelete, para no volver nunca más a la vida pública”. Agregó Chávez: “No obstante que la mayoría de las provincias argentinas se pronunciaron abiertamente contra Urquiza y su alianza con el extranjero, el Dictador se mostró indeciso y cometió graves errores… sospechó del general Pacheco y con razón… (Y) cometió el grave error de no aceptar el plan expuesto por Martiniano Chilavert y por Pedro José Díaz (en la Junta de Guerra del 2 de febrero) consistente en hacerse fuerte en la ciudad con la infantería y artillería, moviendo la caballería por los flancos de Urquiza, para hostigarlo”.­

José María Rosa en `La Caída de Rosas’ (1958) destacó: “Rosas no haría imposibles. Sus dos ejércitos regulares -de Urquiza y de Oribe- estaban en poder del enemigo, por seducción o por capitulación. Lo mejor del ejército de Rosas eran la artillería y el Regimiento Escolta. Los hizo ofrecer a dos jefes unitarios que vivían en Buenos Aires: Martiniano Chilavert y Pedro José Díaz. Ambos aceptaron. Y habrían de salvar el honor de las armas argentinas en la próxima batalla”. Rosa detalló el final de nuestro héroe: “Chilavert, apresado, después de su heroica defensa, había sido llevado ante Urquiza la misma noche de la batalla; el bravo unitario tuvo la osadía de jactarse “de haber servido a la independencia del país, sirviendo a Rosas; y que si mil veces volviese a encontrarse en igualdad de circunstancias, mil veces volvería a obrar del mismo modo. Urquiza ordenó fusilarlo inmediatamente, por la espalda, como traidor”

CORAZON FEDERAL­

Muchos afirmaron que se resistió a ser puesto de espaldas y terminó muerto a golpes de culata y bayonetazos, quedando su cuerpo sin ser sepultado por varios días. El holocausto de Martiniano Chilavert, hoy enterrado en el cementerio porteño de la Recoleta, valiente artillero “con barba unitaria pero corazón federal”, y, agrego, alma nacional por sobre todas las cosas, ofrendó su vida por lo que creyó sería beneficioso para su nación.­

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