Mariano Moreno: El fuego y el mar

Mariano Moreno murió retorciéndose de dolor sobre el piso del buque que lo conducía a Inglaterra. Un fuego carcomió sus entrañas, un fuego distinto al que inflamaba sus discursos, sus prédicas y sus escritos. No era la llama de la libertad la que encendía su espíritu, sino el fuego de la muerte.

Mucho se ha hablado de este abrupto pasaje al más allá, impulsado por las teorías conspirativas que lo elevan a la jerarquía de homicidio político por las excepcionales circunstancias que lo rodearon, palabras misteriosas que se expresaron y, sobre todo, por esos guantes de luto que recibió su amada esposa, Guadalupe Cuenca, a poco de partir la nave.

Guadalupe Cuenca

 

Guadalupe Cuenca, esposa de Mariano Moreno
Guadalupe Cuenca, esposa de Mariano Moreno

 

 

Antes de adentrarnos en los pormenores, vale recordar que este señor picado de viruela, había sufrido a los veintiún años, un reumatismo poliarticular que lesionó las válvulas cardíacas. También es probable que haya padecido tuberculosis y paludismo, afecciones que habría contraído durante su permanencia en el Alto Perú, cuando estudió teología y derecho. Por eso, el hombre que partía hacía Londres, en compañía de su hermano Manuel (que con los años sería médico) y Tomas Guido (que llegaría a general y confidente de San Martín), no era un hombre en la plenitud de sus condiciones físicas, agravadas por los desvelos del primer año de vida política nacional, de la que había sido actor indispensable. A lo largo de ese tiempo su actitud había oscilado del miedo a la represión de los españoles (que lo llevó al borde del llanto en las jornadas de mayo, como cuenta Vicente López) a propuesta de exceso revolucionario teñido por una actitud paranoide.

Justamente, su hermano Manuel nos cuenta los pormenores acaecidos en la fragata británica “Fama”. “El accidente mortal fue causado por una dosis excesiva de emético (cuatro gramos de antimonio tartarizado) que le suministró el capitán en un vaso de agua, una tarde que lo halló solo y postrado en su gabinete”.

El tártaro emético era una medicina popular en su tiempo; vomitar era a veces la única forma de sacar rápidamente del cuerpo los tóxicos, tan frecuentes de encontrar en los tiempos donde era muy difícil la preservación de los alimentos. El mismo Napoleón Bonaparte sería víctima, diez años más tarde, de la misma sustancia.

Resulta que el tártaro emético produce una sintomatología muy semejante a la de la intoxicación con arsénico: vómitos, diarreas, cólicos abdominales y espasmos dolorosos del esfínter anal -tenesmo- con una marcada hipotensión que puede dar lugar a convulsiones. En el caso de Moreno, las convulsiones fueron tan fuertes que cayó al piso de su camarote. Allí lo asistieron su hermano y Guido. Sintiéndose morir, les dio las instrucciones pertinentes para completar su misión en Inglaterra, pidió perdón por sus pecados y les encomendó el cuidado de su “esposa inocente”. Manuel y Guido, más de una vez, le reclamaron al capitán que atracase en el puerto más cercano, a fin de otorgarle a Moreno la debida atención. Sin embargo, este pedido fue desoído. Es más, algunos sostienen que el capitán se desvió del derrotero habitual para alejarse de tierra firme. Tres días duró la agonía de Mariano, tiempo que le hubiese permitido llegar a buen puerto, aunque su estado crítico, agravado por su débil corazón, hacía poco probable una recuperación.

Murió el Hombre de Mayo en la madrugada del 4 de marzo de 1811, cuando tenía treinta y un años. Sus últimas palabras han pasado a la historia: “Viva la patria, aunque yo perezca”. Ese mismo día, su cuerpo envuelto en una bandera inglesa fue entregado a las aguas.

Llama la atención saber que cuando aún se desconocía en Buenos Aires la noticia de la muerte de Moreno, la Primera Junta firmó un contrato con un tal Mr. Curtis adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno, es decir, el equipamiento del novel ejército nacional. En uno de sus artículos decía que: “En caso de que el Sr. Mariano Moreno hubiese fallecido…”. ¡Qué precavidos eran entonces!

Otro dato a tomar en cuenta es que el capitán de la fragata “Fama” (cuyo nombre no ha quedado registrado) jamás volvió por estas costas, aunque la nave sí lo hizo.

Cuando la Asamblea Constituyente de 1813 investigó la actuación de los otros gobiernos, varios testigos declararon que Moreno había renunciado a la Junta por miedo a que lo matasen y otras afirman haber escuchado a los partidarios de Saavedra: “Ya está embarcado y va a morir”. Todos los dedos señalaron a Cornelio Saavedra, quien poco después de la muerte se vería obligado a abandonar su cargo y huir hacia Santiago de Chile. Allí se dirigió en su búsqueda, exigiendo su repatriación, Juan José Paso, el otro secretario de la Primera Junta. Que este hombre pensase que Saavedra estaba atrás de la muerte de Moreno, es de por sí muy sugestivo.

De todas maneras, las dudas subsisten; si hubo un crimen, quedó impune, y a falta de pruebas contundentes las teorías sobre su muerte se siguen barajando sin miras a una conclusión definitiva. Solo sabemos que el mar apagó tanto fuego.

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