Margarita Abella Caprile, vocación de poeta

Un día como hoy, pero de 1901, nacía en Buenos Aires Margarita Abella Caprile. Era bisnieta de Bartolomé Mitre, que alcanzó a tenerla en sus brazos. De niña, el culto ambiente familiar estimuló su afición por la literatura y el arte. También tempranamente, cuando su madre la llevó a visitar el diario fundado por su bisabuelo, sintió la atracción del periodismo. El movimiento en la redacción, el tiqueteo de las antiguas máquinas de escribir, las galeras que los periodistas iban llenando de tachaduras, flechas y otros signos extraños, la hicieron pensar, tal vez, que algún día podía llegar a trabajar entre esos hombres y que su destino, ya irrenunciable, era escribir.

Fue una escritora precoz. En 1917, a los 16 años, reunió sus primeros balbuceos en un tomito titulado Ensayos . Un año después publicó el libro con el que ella consideraba haber nacido poéticamente. Será interesante contar cómo lo concibió: una noche de junio salía del teatro Coliseo donde, conmovida, había visto a Ana Pavlova bailar “La muerte del cisne”, cuando sus ojos contemplaron un espectáculo inédito y deslumbrante: Buenos Aires estaba cubierta por un manto de nieve. Esa noche redactó el primer poema del libro que publicaría meses después, titulado precisamente Nieve , conjunto de versos reveladores de una adolescencia sensible, romántica, y que la crítica comentó elogiosamente.

Años más tarde, Margarita explicaba así aquella obra: “Mi devoción por la blancura se manifestó desde un principio: amaba ya, como ahora, las almas puras y las estrellas blancas; sólo faltaba la nieve, y la nieve vino, llenándome de exaltación divina y haciendo que su belleza luminosa fuera en adelante el leit-motiv de la mayor parte de mis composiciones”.

Margarita Abella Caprile, Margaritín, como la llamaron sus amigos hasta su muerte, publicó después Perfiles en la niebla (1923), Sombras en el mar (1941), 50 Poesías (1938, Primer Premio Municipal), Lo miré con lágrimas (1950, Faja de Honor de la SADE) y El árbol derribado (1959), así como un libro de crónicas de viaje, Geografías (1936). Formada en tiempos de influencia rubendariana, su poesía prefirió el tono intimista que caracterizaba, entre otros, a Enrique Banchs, Rafael Alberto Arrieta y Pedro Miguel Obligado.

Al tiempo que escribía poemas, se desempeñaba como periodista en La Nación . Yo la conocí en los primeros años de la década del cincuenta, cuando empecé a colaborar en el Suplemento Literario, que dirigía Eduardo Mallea. Anterior al despacho de éste se hallaba el de su secretario, Naum Heilman, y al lado otro cuarto en el que Margarita trabajaba junto a Marta Acosta. Recuerdo con nostalgia esa época en la que, joven principiante, me cruzaba en los pasillos de la vieja casa de la calle San Martín con Adolfito Mitre, “Manucho” Mujica Láinez, Augusto Mario Delfino o el dibujante Medrano, y era recibido cordial y caballeresco por el propio Mallea. Pero mi relación con Margarita Abella Caprile no comenzó entonces sino poco más tarde, cuando ambos coincidimos, en 1957, en unas jornadas literarias que organizaba en Piriápolis el poeta uruguayo Juvenal Ortiz Saralegui.

Poetas consagrados como ella, Conrado Nalé Roxlo, Ricardo Molinari, Eduardo González Lanuza, Ulyses Petit de Murat y Córdova Iturburu confraternizaban allí con viejos y jóvenes escritores del Uruguay y de otros países de América. Los argentinos más jóvenes éramos María Elena Walsh, Tomás Eloy Martínez, Oscar Hermes Villordo y yo. Por lo general, las reuniones y recitales concluían tarde y los poetas no solían madrugar, pero Margarita Abella Caprile y yo íbamos temprano a la playa. A los dos nos encantaba nadar. Margarita tenía entonces 56 años y yo treinta menos, pero a veces me costaba emparejar mis brazadas con las de ella cuando nos internábamos aguas adentro. Al volver para reponernos sobre la arena charlábamos, naturalmente, de literatura; ella, siempre espontánea y afectuosa, me contaba sus recuerdos de Alfonsina Storni, de la que había sido muy amiga, y de Gabriela Mistral, a quien también había conocido. Guardo una fotografía en la que estamos juntos, en la playa, con la poeta argentina Emma de Cartosio y la uruguaya Arsinoe Moratorio.

Cuando Eduardo Mallea fue designado en 1955 embajador ante la Unesco, Margarita lo reemplazó en La Nación , pero sin ocupar su despacho. Sólo en 1958, al regresar Mallea al país y expresar su decisión de no reasumir el cargo de director del Suplemento Literario, ella ocupó su escritorio y dirigió esa sección hasta su muerte, ocurrida el 28 de octubre de 1960.

Margarita Abella Caprile vivió sólo 59 años. Ese tiempo le bastó, sin embargo, para escribir media docena de libros en los que resplandece el lirismo sereno y delicado de un espíritu singular; para dejar además a quienes la conocieron el recuerdo de una mujer que supo cumplir hermosamente su destino.

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