Los inventos de Benjamin Franklin

Sus textos apuntaban a una filosofía alejada de elucubraciones artificiosas y disquisiciones inconducentes y fundamentalistas; todo lo veía con esos ojos entre inquisitivos e irónicos.

Franklin fue dotado con la bella capacidad de la inventiva funcional, es decir, la creación de objetos que mejoraban la vida de las personas. Algunos de sus desarrollos le han ganado fama imperecedera, como el pararrayos.

Es así como nos acostumbramos a ver la imagen de este señor mayor jugando con un barrilete un día de tormenta en compañía de un niño (que no es otro que su hijo William, fruto de una relación ocasional de Benjamin Franklin).

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El otro invento, es el bifocal; una lente que permitía llevar en un solo anteojo las correcciones de lejos y de cerca que necesitan los présbitas.

Si bien, éstos son los más famosos, no son los únicos, ya que desarrolló un “long arm”, un brazo largo que le permitía acceder a las estanterías más alejadas, instrumento que le facilitaba las tareas durante sus años de comerciante (y un lejano inspirador del brazo que nos permite sacar selfies con más perspectiva).

En un país donde los inviernos son muy crudos como Boston y Filadelfia (las ciudades que solía frecuentar) mejorar los sistemas de calefacción era de suma importancia. Franklin desarrolló la estufa que lleva su nombre.

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También desarrolló el odómetro, una rueda que cuenta las revoluciones, para así conocer exactamente el recorrido de un vehículo. Este sistema fue usado por Franklin a fin de conocer los caminos más eficientes para la distribución del correo.

Las patas de rana le servían a Benjamin para nadar, deporte al que era muy afecto; al principio éstas eran de madera y cuero, pero el advenimiento del caucho las hizo más populares. Así que recuérdelo a Ben la próxima vez que se dé un chapuzón.

Sin embargo, el invento que más placer le causó, fue la armónica de cristal, un instrumento diseñado para emitir sonidos como los de las copas, cuando se las frota en su borde. El instrumento inventado en 1760, estaba inspirado en un concierto de copas de vino llenas de agua ejecutado por el músico inglés Edwuard Delaval, en Cambridge bajo la atenta mirada de Franklin. La armónica fue muy popular por cincuenta años pero hoy, solo es un recuerdo nostálgico de la inventiva de este hombre que además sentó las bases democráticas de una nación.

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