Los amigos ingleses de San Martín

Sir Charles Stuart, amigo de James Duff, gran amigo de San Martín, le consiguió a San Martín el pasaporte para igresar a Inglaterra. La amistad entre San Martín y Duff había comenzado años antes: en 1808, James Duff (o Macduff) fue a España como voluntario para pelear en el ejército español contra las tropas de Napoleón. En 1809 fue herido en la batalla de Talavera (Toledo); allí conoció a un militar español de origen americano llamado José de San Martín. Supo que participaba en las logias masónicas independentistas y que simpatizaba con sus principios, y rápidamente se hicieron amigos. En 1810, Duff participó en la defensa de Cádiz contra el mariscal francés Claude Víctor Perrin y, nuevamente, resultó herido en el ataque al fuerte Matagorda. Meses después, tras la muerte de su padre, James Duff, además de heredar una gran fortuna, se transformó en el cuarto conde de Fife, gobernador y presidente de la Gran Logia provincial del condado de Banffshire en Escocia.

Su amigo el teniente coronel José de San Martín y otros oficiales viajaron desde Cádiz hacia Londres para reunirse con él y otros miembros americanos. San Martín embarcó hacia Londres en septiembre de 1811, pasó cuatro meses en Gran Bretaña y después se embarcó en la fragata George Canning rumbo a América. Pero no a Lima, sino a Buenos Aires. Fue James Duff quien financió el viaje de los patriotas que llegaron al Río de la Plata el 9 de marzo de 1812. Durante los años posteriores el conde siguió de cerca los acontecimientos de la independencia. En septiembre de 1814 fue nombrado presidente de la Gran Logia de Escocia, cargo que ocupó hasta fines de 1817. Mientras tanto, en Cuyo, San Martín iniciaba la marcha hacia la liberación de Chile y Perú, que culminó en 1821 con la emancipación de ese país.

Luego de la victoria de San Martín en Chacabuco, Duff le escribía a su amigo: “…amigo San Martín, las noticias de su buena actuación me han llenado de satisfacción. He tenido siempre una gran amistad por usted, y les he dicho siempre a mis compatriotas que usted sorprendería a todos. Estaba seguro de ello…” “…el tiempo llegará en que nos abracemos otra vez y ya hablaremos de todos estos asuntos extraordinarios acontecidos desde Cádiz… …su amigo más sincero y verdadero.”

Durante todo ese tiempo San Martín y Duff mantuvieron una comunicación epistolar fluida pero totalmente reservada, y cuando San Martín regresó a Gran Bretaña tras su campaña sudamericana, Duff lo recibió, lo alojó en la Duff House (Banff, Escocia) e hizo que la ciudad lo nombrara ciudadano honorario. Esos sí que son amigos.

A la figura de Duff, que introduce a San Martín en el círculo áulico inglés y financia su viaje primero a Inglaterra y luego a América, se agrega un grupo de personas que se han acercado o acompañado a San Martín en forma a veces circunstancial, a veces prolongada; podría decirse que San Martín siempre estuvo con un británico cerca en cada evento importante de su periplo americano.

Uno de ellos fue William Parish Robertson, primo de quien fuera representante diplomático inglés en el Río de la Plata, Woodbine Parish. Este hombre, definido como “viajero y comerciante”, le solicitó a San Martín acompañarlo como “observador” en el combate de San Lorenzo. Argumentaba que le quedaba de paso, casualmente, en su ruta hacia Paraguay, a donde se dirigía por negocios. Una paradita en el camino, digamos. San Martín respondió afirmativamente, y el amigo Robertson no sólo observó el combate desde el campanario de la iglesia, un palco privilegiado, sino que desayunó con San Martín al día siguiente en el comedor del convento.

William Robertson y su hermano John reportaban a su abuelo, John Parish, en Bath, quien a su vez lo hacía con las autoridades británicas. Los hermanos tenían poderosas influencias en Londres (demasiadas para ser simples “viajeros”), a tal punto que fueron los gestores del primer préstamo financiero argentino, el famoso empréstito de la banca Baring Brothers, que crearía lazos de dependencia por mucho tiempo. En 1820, estando en Londres, fueron llamados por San Martín para que se dirigieran a Santiago de Chile, recién liberada, por razones “comerciales”.

Otro conocido del libertador fue el capitán Peter Heywood, enviado por los ingleses al combate de San Lorenzo (los ingleses parecían estar especialmente interesados en constatar las virtudes militares de aquel militar tan elogiado por Duff), quien trabó buena relación con San Martín en septiembre de 1812. La relación de amistad fue tal que cuando San Martín llevó a Europa a su hija la puso bajo la tutela de la esposa de Heywood.

Otra relación, en este caso para nada circunstancial, fue la de James Paroissien, quien acompañó a San Martín en toda su campaña. Luego de que San Martín renunciara a la campaña en las provincias del norte (no era por ahí, parece) baja a Córdoba, donde encuentra a Paroissien. Y desde allí no se separarían hasta llegar a Perú. Paroissien, que tenía estudios médicos y químicos pero no era médico ni químico y que en América cambia su nombre a Diego, había estado preso por traición en Montevideo. Se salvó de la pena de muerte con Castelli como abogado, en una historia más que singular. Luego va como secretario de Castelli al Alto Perú y se ocupa de traer del norte y poner a buen recaudo importantes porciones del tesoro de Potosí. El Triunvirato lo nombra jefe de una fábrica de armas en Córdoba, lugar donde conoce a José de San Martín en 1814. La fábrica estalló y lo culparon, pero para entonces ya iba camino a Buenos Aires, nombrado miembro del Estado Mayor del Ejército por el entonces Director Supremo Álvarez Thomas (Paroissien era un genio para zafar en las difíciles…). El segundo Triunvirato, además, le otorga la carta de ciudadanía, siendo el primer extranjero de la historia en obtenerla. Y de ahí a Mendoza, sin escalas. San Martín lo nombra cirujano jefe del Ejército de los Andes (con la escasez de médicos que había, había que poner a alguien que se la rebuscara), cruza la cordillera con el general y participa en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú. A esta altura, lo que se dice casi un imprescindible en el grupo del libertador. Ya en Chile, se embarca con San Martín hacia Perú como parte del Ejército Libertador con el grado de general de brigada, mostrando una notable rapidez para ascender en el escalafón del ejército. Paroissien era un espía consumado y reportaba a Sir Sidney Smith (ex colega de Thomas Maitland en el parlamento británico), Comandante en jefe de la South American Station de la Royal Navy.

Otra relación sanmartiniana es John Miers, otro agente británico, denominado a sí mismo como un “artista y comerciante viajero”, que recorría las Provincias Unidas realizando “estudios y observaciones” y “cultivando el dibujo” (geniales las pantallas que usaban). En esa línea, confecciona numerosas láminas sobre la topografía de la zona cuyana y el tráfico terrestre entre Mendoza y el puerto de Buenos Aires, lugares por demás estratégicos. Se transforma en una especie de mensajero: “fui a visitar al general San Martín y a entregarle cartas que traía para él…”. Hay bastantes versiones sobre el motivo, origen y momento de entrega de estas cartas, pero estas líneas no pretenden abordar ese asunto. “Fui recibido con mucha amabilidad por el general; después de conversar una hora sobre granadas y otros proyectiles, temas sobre los que se mostró muy interesado, me pidió que lo viera al día siguiente para entregarme una carta para el general O’Higgins…”. Un multifacético, Miers.

También se acerca al libertador Samuel Haigh, que se definía como comerciante. Llega a Buenos Aires en 1817 en un barco de 180 toneladas; se traslada a Valparaíso y vende el barco a unos corsarios amigos suyos que ponen el buque al servicio de la Armada chilena. Esto no parece especialmente raro; lo que sí es curioso es que ya para la batalla de Maipú, el amigo Haigh es agregado al Estado Mayor del ejército sanmartiniano. De comerciante a militar en tiempo record.

Otro individuo cercano fue Robert Proctor, un hombre de fortuna que llega a Buenos Aires en 1823 con su familia, se traslada a Perú y finalmente a Mendoza para entrevistar a San Martín, quien se encontraba ya de regreso, al final de su periplo. Proctor también le llevaba cartas a San Martín: “tenía cartas para este célebre hombre, a quien tuve oportunidad de ver mucho…”. Otro cartero.

Más allá de estos amigos civiles (algunos transformados en militares por el libertador), un grupo de militares ingleses (no pequeño, aunque menor al de Simón Bolívar en el norte) rodearon a San Martín y lo acompañaron en su gesta. El más destacado es, sin duda, William Miller, un militar de extraordinaria valentía que había combatido con Wellington, también junto a San Martín bajo las órdenes de Beresford en la península ibérica, en Estados Unidos a las órdenes del general Ross. Milleer fue jefe de la infantería embarcada con Thomas Cochrane, con quien desembarca en Parcas y participa de la toma de Pisco. San Martín lo asciende a teniente coronel y es designado jefe del famoso regimiento 8 de infantería, compuesto en su totalidad por soldados de raza negra. Tuvo una amistad sólida con San Martín; sin embargo, se quedó en Perú hasta el final, siendo ascendido por Simón Bolívar (quien también reconoció sus extraordinario temple) a Jefe de Estado Mayor, participando en la decisiva batalla de Ayacucho. El tipo no se perdía una batalla y tenía heridas de guerra por todos lados. En 1826 es recibido como un héroe en Inglaterra y en 1835 vuelve a Perú, donde recibe el grado de Gran Mariscal. Su relación con San Martín, quien apreciaba y respetaba muchísimo a Miller, continúa aún después de retirados ambos a través de una abundante correspondencia, a la que Miller hace alusión en sus memorias.

San Martín tenía también gran confianza y estima personal por John Thomond O’Brien, quien se incorporó como alférez al Regimiento de Granaderos a caballo en 1813 y sirvió bajo las órdenes de Soler, Dorrego y Alvear. Pide la baja en 1815 para incorporarse al ejército de Cuyo. O’Brien fue un hombre de gran coraje y lealtad al libertador, quien le asignó temerarias misiones, como proteger el paso de Portillo, por donde los españoles pretendían incursionar en Mendoza. O’Brien se sentía orgulloso de la confianza que le dispensaba el general, y junto a Miller participó en muchos enfrentamientos contra los realistas. San Martín mostró su gratitud regalándole una especie de sombrilla carmesí en una declaración pública en el acto de celebración de la emancipación del Perú.

William Bowles, comodoro y luego almirante, fue otro militar que tuvo relación con San Martín, quien llegó a hacer una fiesta en su honor en Valparaíso. Llegó a ser jefe de la Armada británica en el Río de la Plata, y era la conexión entre el libertador y el servicio de inteligencia británico.

De su complicada-oscilante-particular relación con el almirante Thomas Cochrane, con quien se dirigió por mar desde Chile para libertar Perú, no mencionaremos nada aquí; ya mucho se sabe al respecto. Además, lo que se dice amigo… y no, amigos no eran, así que no cabría mencionarlo en estas líneas.

Más allá de amistades o relaciones de confianza, San Martín tuvo también relación con variados funcionarios, burócratas, estrategas y políticos británicos: George Canning, Lord Castlereagh, Henry Dundas, el cónsul Robert Staples, etc, etc, etc… Hubo relaciones de todo tipo: cercanas, cercanísimas, circunstanciales, nexos, conexiones, observadores, mecenas, amigos, colegas, en cantidad tal que sería muy extenso su análisis. Para muestra, basta un botón.

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