Lo que se jugaron Truman y Stalin en la Conferencia de Potsdam

Tras las de Teherán a finales de 1943 y Yalta a principios de 1945, la tercera (y última) conferencia entre los Tres Grandes –Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS– se celebró del 17 de julio al 2 de agosto de 1945 en Potsdam, la antigua sede de la monarquía prusiana situada a las afueras de Berlín. A pesar de ser la primera que se celebraba en tiempos de paz en Europa, fue la menos cordial de las tres. En solo unos meses, las relaciones entre los tres aliados habían variado sustancialmente. Comenzando por sus dirigentes.

No solo Estados Unidos había cambiado de presidente (Roosevelt había fallecido, siendo sustituido por Truman). Churchill, que había empezado la conferencia, tuvo que abandonarla a los pocos días tras perder las elecciones ante el laborista Clement Attlee. El dictador soviético fue el único que mantuvo su silla, y llegó a Potsdam como un gran vencedor: con retraso, atravesando sus “conquistas” en un tren especial y escoltado en todo momento por miles de soldados del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos).

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De izquierda a derecha: Winston Churchill, Harry Truman y Iósif Stalin, líderes de los países vencedores

La desconfianza entre los líderes también había aumentado. Desde el final de la guerra, Churchill, que temía que el traslado de las tropas estadounidenses al Pacífico facilitara la expansión soviética en Europa, se había mostrado cada vez más duro con Stalin. Durante la conferencia, le acusó de implantar gobiernos comunistas en Bulgaria y Rumanía sin respetar los deseos de una parte de su población.

El líder soviético, que ciertamente acariciaba la idea de extender su influencia más allá de Alemania –incluso hasta Italia y Francia, donde los partidos comunistas estaban experimentando un gran auge tras haber llevado el peso de la resistencia durante la guerra–, replicó que eso mismo estaban haciendo los británicos en Grecia al apoyar a los monárquicos en la guerra civil.

Truman, que había llegado a la conferencia con ánimo conciliador, intentó desmarcarse de la actitud agresiva de Churchill (luego algo atemperada con la llegada de Attlee). Confiaba en que Stalin acabaría aceptando a miembros no comunistas en los gobiernos de Bulgaria y Rumanía, como había hecho en Polonia, y en que sus ambiciones territoriales estaban motivadas más por un propósito defensivo, por temor a un posible revanchismo germano, que ofensivo, para extender su imperio socialista.

A pesar de las tensiones, en Potsdam los aliados llegaron a importantes acuerdos, fundamentalmente con respecto al futuro de Alemania. Se aprobó el plan de las cuatro “D”: desmilitarización, desnazificación, descartelización y democratización de Alemania. Se estableció la división en cuatro zonas de Alemania y Austria, así como de sus capitales. Se acordó procesar a los criminales de guerra nazis (los futuros juicios de Núremberg).

Se fijó la nueva frontera occidental de Polonia (Línea Óder-Neisse), con el consecuente reasentamiento de la población alemana. Y se decidió que las reparaciones de guerra las extrajera cada potencia de su zona de ocupación, con la excepción de la URSS, a la que, por haber sido la más castigada por la guerra, se concedió el diez por ciento de las indemnizaciones de las zonas occidentales a cambio de alimentos y materias primas, que serían suministrados desde el Este. Por último, se firmó una declaración en la que se definieron los términos de la rendición sin condiciones de Japón.

Una nueva arma

La tarde antes del comienzo de la conferencia, Truman recibió el siguiente telegrama: “Los niños nacidos satisfactoriamente”. El mensaje quería decir que el ensayo de la bomba atómica en Nuevo México había sido un éxito.

Churchill reaccionó a la noticia con enorme entusiasmo. A su juicio, ya no era necesario que la URSS entrara en guerra con Japón. Esto liberaría a Truman de tener que contemporizar con Stalin y de concederle las compensaciones territoriales que habían acordado a cambio de su apoyo. Además, la posesión de la bomba atómica inclinaba de tal manera el equilibrio de poder a favor de Estados Unidos que se podría utilizar como argumento disuasorio contra la URSS en caso de que se agotara la vía diplomática.

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Momento del desarrollo de la conferencia de Potsdam.

Momento del desarrollo de la conferencia de Potsdam.

Truman, que, como dejó escrito en su diario, se mostró bastante confiado con Stalin durante la conferencia (“Es honesto, pero más listo que el demonio”), no lo veía de la misma manera. El líder soviético ya le había confirmado su participación en la guerra. La única esperanza de que no lo hiciera era que Japón se rindiera antes, un hecho que no estaba ni mucho menos garantizado, a pesar de la amenaza de la nueva arma. Tokio había sufrido durísimos bombardeos durante los meses anteriores, con una cifra de bajas similar a las que causaría la bomba atómica, y no por ello el gobierno nipón había mostrado signos de querer claudicar.

El presidente, en contra de la opinión de Churchill, decidió comunicar a Stalin la noticia de la bomba. El mariscal escuchó atentamente, pero apenas reaccionó, lo que llevó a Truman a pensar que no le había entendido. Lo que realmente había sucedido es que el mandatario soviético ya conocía la noticia. Gracias a sus espías, estaba al corriente del Proyecto Manhattan desde hacía tiempo.

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Leslie Groves, director del Proyecto Manhattan, observa un mapa de Japón.

Leslie Groves, director del Proyecto Manhattan, observa un mapa de Japón.

El 6 de agosto, cuatro días después del fin de la conferencia, Estados Unidos lanzó una bomba atómica en Hiroshima. El 8 de agosto, la URSS declaró la guerra a Japón y comenzó la invasión de Manchuria. Al día siguiente, Washington lanzó una segunda bomba en Nagasaki. El 15 de agosto, Japón se rindió. Aun así, los problemas de comunicación de la orden y la oposición de militares rebeldes contrarios a esta decisión hicieron que los combates continuaran hasta casi el 2 de septiembre, el día en que se firmó la capitulación.

El Ejército Rojo aprovechó esta situación para invadir la isla de Sajalín y las Kuriles, los dos territorios que le había “prometido” Roosevelt a Stalin en Yalta. También ocupó el norte de Corea, que era una colonia nipona con una fuerte presencia de guerrilleros comunistas. Este territorio será uno de los primeros focos de conflicto armado en la inminente Guerra Fría.

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