Las múltiples vidas de Marlon Brando

Es difícil definir quién era Marlon Brando. No se parece a ningún otro actor de su generación y, con su modo tosco y sus balbuceos, realmente redefinió lo que era esperable de un intérprete dentro y fuera de la gran pantalla. Actor intenso, sex symbol, iconoclasta y una pesadilla, dependiendo el momento de su vida en el que uno se enfoque, él fue todo esto y más.

Sus orígenes son oscuros, principalmente porque él siempre quiso que así fuera y trabajó duro para ocultarlos. Entre biografías inventadas y exageraciones, por lo menos, queda claro que nació un 3 de abril en 1924 en Omaha, Nebraska en el seno de una familia disfuncional. Más allá de su madre, una actriz alcohólica, y su padre, un productor abusivo, Brando era rebelde. Jamás se ajustó a la disciplina de las academias militares en las que se educó, y si salió de ese mundo y se metió en la actuación, fue en gran medida por su hermana, Jocelyn, que 1942 ya había hecho su debut actoral en Broadway. Brando la siguió, se instaló en Nueva York con sólo 18 años, y se formó con Stella Adler, mítica discípula de Stanislavski e impulsora del “método”.

En poco tiempo se empezó a probar como actor en escenarios de todo el circuito y, a medida que fue ascendiendo en el mundo del teatro, fue formando su estilo crudo, tan natural y realista, que muchas personas no parecían darse cuenta de que estuviera actuando. Este nivel de intensidad fue notado por el director Elia Kazan, quien, juzgándolo perfecto para la nueva obra de Tennessee Williams que iba a llevar a escena, lo invitó a hacer una audición para el protagónico de Un tranvía llamado deseo (1947). A partir de entonces la historia es conocida. Brando no sólo consiguió el papel y originó uno de los roles más conocidos de su carrera y del teatro entero, sino que pronto se vio catapultado a la fama y realizó su transición al mundo del cine.

En 1950 debutó en la gran pantalla con The Men (1950) – película en la que encarnó a un soldado parapléjico – y un año después interpretó nuevamente a Stanley Kowalski en la versión fílmica de Un tranvía… (1951). Desde ya, la película fue un éxito comercial y crítico, mereciéndole su primera nominación al Oscar, pero Brando no se dejó tentar por el mundo color de rosa del sistema de estudios y logró evitar los infames contratos a largo plazo típicos de la época. En una actitud sorprendentemente moderna, él decidía que hacer y como hacerlo sin tener detrás una megas estructura que definiera su destino, dándole un aura de autenticidad prácticamente inexistente en esos años.

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Un tranvía llamado deseo (1951).

 

Sus trabajos de los tempranos cincuenta demuestran como pocos la versatilidad, el talento y la frescura que Brando traía al medio. Interpretó al revolucionario mexicano en Viva Zapata! (1952), hizo Shakespeare, contra todos los pronósticos, en Julio César (1953), se subió a la moto y marcó a una generación en El salvaje (1953). Cuando en 1954 ganó el Oscar por su sublime actuación en Nido de ratas (1954) y, a sólo un año, se calzó los zapatos de baile y protagonizó con Frank Sinatra Guys and Dolls (1955), parecía que no había nada que Brando no pudiera hacer.

Detrás de la fachada, sin embargo, las cosas eran bastante menos épicas de lo que parecían. A lo largo de la década del cincuenta se empezaron a manifestar problemas en su vida personal y en su ámbito laboral. Por una parte, Brando tenía muchísimos problemas con su cuerpo. Era adicto a la comida, bulímico y, presionado por mantener su figura esbelta para las cámaras, se veía sujeto a constantes variaciones en su peso. En paralelo, a su ya conocida perfil promiscuo se sumó el drama de sus primeros matrimonios, divorcios y luchas por la custodia de sus hijos.

Todo esto coincidió, también, con la desintegración del sistema de estudios y los primeros espectaculares síntomas de la crisis. Como pasaría al año siguiente famosamente con Cleopatra, en 1962 Motín a bordo, con grandes secuencias filmadas en locación en Tahití, excedió su presupuesto y no pudo recuperar el costo de producción en la taquilla. Ansiosos por encontrar un culpable, los jefes de MGM no estaban dispuestos a admitir que gran parte del problema había sido la ausencia de un guion definitivo al momento de filmar, sino que prefirieron apuntar en contra de Brando. Desde el año anterior, cuando había dirigido, protagonizado y excedido el presupuesto de su película El rostro impenetrable (1961) se había empezado a gestar esta mala fama que, a partir de la debacle de Motín a bordo no hizo más que cristalizarse.

Caracterizado como difícil, la carrera de Brando empezó a dar paso a películas de cada vez más dudosa calidad. Su activismo político, especialmente en el movimiento por los Derechos Civiles, opacó su actividad cinematográfica en estos años, pero jamás dejó de trabajar. En la década del sesenta llegó a realizar hasta tres películas en un año, probablemente porque, a pesar de sus constantes quejas, disfrutaba actuar, pero nada de lo que hizo en este período fue exitoso. Él nunca lo admitiría y le dolía pensarlo así, pero para los estándares de la industria, este periodo, en cuanto a Brando, fue completamente olvidable.

Fue recién a inicios de los setenta que Brando tuvo el segundo gran momento de su carrera, propiciado por el deseo de Francis Ford Coppola de verlo interpretar a Don Corleone en El Padrino (1972). El estatus mítico de la obra ha suscitado todo tipo de comentarios al respecto, como que el director tuvo que luchar contra Paramount, que Mario Puzo era un fanático y desde siempre había apoyado la idea, pero una inspección más cercana permite ver que el mismo Brando tenía sus dudas sobre el proyecto. En lo personal, no creía poder interpretar a un italiano y sentía que era demasiado joven, con 48 años, para hacer de un hombre de sesenta. Así y todo, tras gran insistencia se presentó caracterizado, casi irreconocible, hizo la prueba y consiguió el papel.

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El Padrino (1972).

 

 

La película fue un éxito y la actuación de Brando, que eligió humanizar al capo de la mafia, hizo escuela. Pero este no fue el fin de su regreso. En simultáneo, se estaba gestando una de las películas más icónicas y controversiales de su carrera: Último tango en París (1972). Este experimento de Bernardo Bertolucci – una historia sobre una relación puramente sexual entre dos desconocidos – no tenía ningún tipo de guión y se gestó básicamente a partir de las anécdotas personales que él y Brando pusieron en común. Fuertemente personal, aunque sin llegar a ser autobiográfica, la experiencia del rodaje fue íntima e intensa al punto que, tristemente célebre, María Schneider terminó indicando haberse sentido “un poquito violada” por Bertolucci y su coprotagonista.

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El último tango en París (1972).

 

La polémica en la vida de Brando, desde ya, no se detuvo ahí. Las dos películas fueron extremadamente exitosas y, específicamente por El Padrino, Brando recibió (y rechazó) su segundo Oscar en 1973, enviando en su lugar a una mujer apache llamada Sacheen Littlefeather, con el fin de visibilizar la forma en la que los indios habían sido injustamente retratados por la industria durante décadas. Aprovechó, además, el 10% de las ganancias de Último tango.., que había negociado como parte de pago y, jurando que jamás se volvería a exponer emocionalmente como en la película de Bertolucci, no se comprometió demasiado con ninguno de sus siguientes proyectos.

Brando se volvió cada vez más difícil de tratar, se dejó estar, subió de peso, y, como queda claro en Superman (1978) o en Apocalipsis now (1979), básicamente hacía lo que quería y cobraba millones por eso. Lentamente, sin embargo, la decadencia volvió a descender sobre la carrera del actor. A partir de los ochenta trabajó poco y de forma irregular, debiendo hacer películas básicamente cuando sentía una necesidad económica. Además de frecuentar a figuras polémicas como Michael Jackson, sufrió un duro golpe cuando su hijo mayor, Christian, mató al novio de su hija Chayenne en 1990. Brando intentó proteger a sus hijos en este momento dramático, pero su hijo terminó encarcelado por seis años y su hija se suicidó en 1995.

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<i style=Apocalypse Now (1979).

 

Finalmente, tras varios años de intensa pero olvidable actividad, Brando falleció el 1 de julio de 2004. Sus polémicas, aunque lo sobrevivirían, quedaron entonces temporalmente enterradas y el mundo prefirió recordarlo como uno de los actores más influyentes del siglo XX.

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