La última fuga

A pesar de que Johann S. Bach y Georg F. Händel nacieron con poco tiempo de diferencia en pueblos vecinos, y fueron dos de los compositores más célebres de su tiempo, no llegaron jamás a conocerse personalmente, aunque seguían de cerca sus carreras. Lo curioso es que ambos tuvieron una desgracia en común. Los dos fueron operados de cataratas por el mismo cirujano, chevalier John Taylor, y ambos terminaron sus días ciegos.

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John Taylor decía ser el cirujano de su majestad, el rey Jorge I de Inglaterra, y también del papa y de otros monarcas europeos. Händel, que estaba desesperado por la evolución de sus cataratas, se dejó operar por el chevalier con pésimos resultados. Como Taylor estaba muy poco tiempo en las ciudades donde operaba a sus pacientes bajo la promesa de pronta recuperación, este viajó a Alemania, donde Bach lo conoció cuando se promocionaba como el cirujano de Händel. Sin conocer el desastroso final de su colega, Bach se puso en manos de Taylor y el resultado fue peor que el de Händel. No solo la cirugía fue un fracaso, sino que los remedios que le aplicó al compositor –calomé y cantáridas– desmejoraron su salud rápidamente. El 28 de julio de 1750, el músico sufrió una descompensación cardiológica y murió. Fue enterrado cerca de la pared sur de la Johanniskirche de Leipzig, a seis pasos de la puerta, sin marca que pudiera individualizar su tumba. A pesar de su obra y su descendencia musical, pronto fue olvidado y sus restos extraviados.

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John Taylor.
John Taylor.

 

Cuando en 1894, la Johanniskirche fue ampliada, lo hizo a expensas de su camposanto. Fue entonces cuando se pensó en rescatar el cadáver de Bach. Como su ataúd no había sido individualizado, debió hacerse la búsqueda entre los mil cuatrocientos cadáveres que yacían en el cementerio. Se sabía que el féretro era de nogal, por lo que el número de probables candidatos se redujo a doce. Comparando los cráneos con los retratos del músico, quedó uno como el probable esqueleto perteneciente al genio de la polifonía. En 1950, el esqueleto de Bach fue trasladado a la Thomaskirche, iglesia en la que Bach había trabajado como Kapellmeister a lo largo de quince años.

El anatomista Wilhelm His (célebre por el descubrimiento de las fibras cardíacas que llevan su nombre) le sugirió al escultor Carl L. Seffner que crease un busto basado en el hipotético cráneo del compositor. Para perfeccionar el trabajo, His le dio al escultor una tabla por él confeccionada, donde detallaba el espesor del subcutáneo en diecinueve puntos diferentes de la cara, medido en treinta y seis cadáveres de distintos sexos y edades. La máscara elaborada por Seffner guarda un asombroso parecido con los retratos del maestro que, de esta forma, se fugó del extravío.

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