«La primera batalla que gano»

El general Dupont, al mando de la Grande Armée había atravesado España con el mismo impulso arrollador con que se habían paseado por todo Europa. Las Juntas de Sevilla y Granada habían reclutado un ejército para intentar detener a los franceses bajo las órdenes del general Francisco Javier Castaños.

En el pueblo de Bailén, 27.000 soldados españoles esperaban al ejército de Pierre-Antoine Dupont de l’Étang (noble francés que había comenzado su carrera en la Legión Extranjera y bajo la conducción de Napoleón había vencido en Marengo, Ulm y Friedland), al mando de 21.000 veteranos de guerra, las tropas invencibles del ejército que pensaba adueñarse de Europa.

Por varios días Dupont persiguió a los españoles por Sierra Morena. Éstos cambiaban constantemente de dirección, de manera que los franceses dudaban sobre el curso que debían tomar, hasta que Castaños eligió el terreno adecuado para luchar en las vecindades de Bailén, bajo el tórrido sol del verano español.

El calor, la sed, los incendios hicieron estragos entre los franceses. Acorralado, Dupont se puso al frente de sus tropas e intentó quebrar el cerco con escasa suerte. Sin recibir los refuerzos que esperaba, Dupont se rindió y pidió que le cedieran el paso para llevar a sus tropas a Madrid. El general Reding que había llevado la iniciativa, concretó una entrevista entre Dupont y Castaños. El francés le entregó su sable diciendo: “Os doy este sable vencedor de cien batallas”. Castaños, con una sinceridad que hizo historia, le contestó: “Pues yo, esta es la primera batalla que gano”.

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La batalla de Bailén fue el punto de inflexión del poderío napoleónico. Hasta entonces, sus ejércitos no habían sufrido una derrota tan humillante. De aquí en más, su suerte cambió.

Esta contienda también es conocida por la distinción que un capitán indiano, miembro del estado mayor del Marqués de Coupigny, logró por sus servicios. Esta medalla, ganada en el fragor del combate, solo sirvió para que sus nietas jugasen con ella cuando el entonces general esperaba “la tormenta que lleva al puerto”[1]. Era un tal José Francisco de San Martín y Matorras.

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La Medalla de distinción de Bailén.

La Medalla de distinción de Bailén.

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La historia cuenta que el general disfrutaba con esas

La historia cuenta que el general disfrutaba con esas “dos nietecitas cuyas gracias no dejan de contribuir a hacerme más llevaderos mis viejos días”. Y, según recuerdan, su complicidad de abuelo hacía que olvidara la disciplina que conoció su hija Merceditas, para que, alguna vez, las nenas hasta hayan podido tener como parte de sus juegos las medallas de San Martín.

[1] “C’est l’orage qui mène au port”(“Es la tormenta que lleva al puerto”), fueron las últimas palabras que pronunció.

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