La muerte del general Aparicio Saravia, uno de los últimos jefes montonero y guerrillero

De acuerdo a los historiadores Julio Castro y Arturo Ardao en su trabajo acerca de la vida de Basilio Muñoz, “Sesenta años de Revolución”, en marzo de 1903 se encontraba Muñoz en campaña en desempeño de sus actividades profesionales, a las que se dedicaba desde que había sido alejado de la Jefatura Política de Cerro Largo.

En esas circunstancias recibió un llamado urgente de Aparicio Saravia con quien no se había vuelto a tratar después de la ruptura, a pesar de las tentativas de reconciliación efectuadas por algunos amigos.

El llamado era lacónico pero expresivo: “El partido lo necesita”. Juzgando violado el Pacto de la Cruz, de setiembre de 1897, en lo referente a la provisión de las Jefaturas Políticas blancas, el nacionalismo se aprestaba a empuñar de nuevo las armas.

Muñoz llegó a Melo por la noche y encontró a la ciudad alarmada. Varios ciudadanos colorados, amigos personales suyos, se habían ocultado en virtud del cariz que tomaban los acontecimientos.

Eran ellos el coronel Pablo Estomba y los señores Claudio Merro, Esteban Vieira, Jerónimo Iriondo y José Zabala.

Apenas llegado Muñoz le dieron cuenta de su situación. Esa noche celebró una entrevista con ellos, y al otro día temprano concurrió cita que le había dado Saravia.

Saravia lo abrazó emocionado.

No vamos a recordar cosas pasadas.

He venido a recibir órdenes.

Délas usted, que serán cumplidas, le dijo Muñoz.

Aparicio le ordenó salir de inmediato para ponerse al frente de la División Durazno y marchar a Nico Pérez.

Antes de hacerlo, le pidió que extendiera salvaconductos para los amigos colorados con quienes se había entrevistado la víspera, a lo que Saravia accedió.

Basilio Muñoz partió el coronel Antonio Mensa para Durazno a organizar las fuerzas departamento.

Encontró la división ya reunida por su padre y asumiendo su mando se dirigió a Nico Pérez, punto de concentración de las tropas revolucionarias.

Saravia reunió en dicho lugar 12 mil hombres aproximadamente. Pero las cosas no pasaron de ahí.

Una comisión mediadora formada por los doctores José Pedro Ramírez y Alfonso Lamas, se trasladó al campamento revolucionario con las bases de paz propuestas por el Presidente Batlle, Saravia las aceptó, licenciando a las fuerzas que habían acudido a su llamado a fines de marzo de 1903.

Aparicio Saravia es sin duda el más popular de los 13 hermanos Saravia. Pero no fue el único que se destacó por su actuación política y militar en una familia caracterizada por el coraje y la tragedia.

Hubo entre ellos revolucionarios del Brasil, héroes uruguayos, caídos en combate, generales triunfadores, blancos y también colorados, hermanos que lucharon juntos y otros que se vieron enfrentados en la guerra muchas veces acompañados de sus propios hijos.

Los Saravia o Saraiva constituían una familia de origen brasileño por el lugar de nacimiento del padre y jefe de familia, Francisco que era conocido como Don Chico, como de su madre Doña Pulpicia Da Rosa.

La familia se estableció en Cerro Largo entre fines de la década de 1840 y principio de la de 1850. Y don Chico se dedicó entonces a las tareas rurales, arrendando primero y comprando después gran cantidad de campo.

Aparicio, cuarto de los trece hermanos, nació el 16 de agosto de 1856 y cuando niño recibió educación en Montevideo, ciudad que abandonó y se fue evitando volver.

Muy joven, con 15 o 16 años, peleó en la llamada Revolución de las Lanzas acaudillada por Timoteo Aparicio.

También se alistaron en aquella guerra enfrentados, sus dos hermanos mayores Gumersindo en la Revolución, Basilicio con las fuerzas de gobierno, los dos habían nacido en Brasil.

En 1875 en la llamada Revolución Tricolor, Gumersindo, Antonio Floricio más conocido por su sobrenombre de Chiquito y el propio Aparicio formaron parte de las fuerzas del caudillo de Cerro Largo Angel Muñiz.

En 1877 Aparicio se casó con Cándida Díaz Suárez y se instaló en la estancia “El Cordobés”, desde aquel entonces centro y símbolo de su principal accionar.

Tuvo seis hijos los cuales estarían en el futuro junto a él en su accionar revolucionario.

A un hijo suyo también llamado Aparicio le amputaron una pierna por una herida, y otros dos de sus muchachos de 16 y 17 años recibieron graves heridas en la Batalla de Tupambae.

Su hermano mayor Gumersindo tuvo una influencia decisiva en él, desde que ambos combatieron juntos en la Revolución Federalista de Brasil.

Gumersindo llegó hasta la estancia paterna para solicitarle a Don Chico le permitiera irse con Aparicio y Basilicio a combatir a Brasil, según lo contaba la hija menor de Basilicio, Doña Hildara cuando tenía 98 años.

Don Chico respondió a su hijo mayor que podía irse con Aparicio, pero que a Basilicio lo necesitaba para el trabajo en el campo.

En la primera vez participan en el Brasil en 1891 además de Aparicio otro de sus hermanos muy joven Mariano.

Gumersindo llegó a ser el máximo jefe de la Revolución Federealista Riograndense.

Fue muerto en 1984, después de haberse ganado un gran prestigio por sus destacadas acciones militares.

Esto provocó un gran dolor en Aparicio que fue designado su sucesor.

Aparicio fue herido de bala, y el levantamiento fracasó, con lo que volvió a Uruguay con el grado de General y un gran prestigio en especial por sus cargas a lanza.

El otro gran guerrillero blanco fue Antonio Floricio, cuyo sobrenombre era “Chiquito” quien fue muerto por el ejercito colorado a balazos en una carga a lanza en la Batalla de Arbolito enfrentando a las fuerzas del general Justino Muniz.

Chiquito era un símbolo de valentía entre los blancos.

El arreglo de Nico Pérez estaba condenado a aplazar tan sólo el inevitable estallido de la nueva revolución saravista.

El original régimen de coparticipación de las jefaturas políticas creadas por el pacto que puso fin a la lucha del año 1897, debía funcionar sin tropiezos mientras se mantuviese el acuerdo entre el gobierno central y el caudillo del Cordobés.

Ese acuerdo fue favorecido por la solidaridad política entre el Presidente Cuestas y Saravia derivada de la expulsión violenta de la oligarquía que acaudillaba Julio Herrera y Obes.

Sin embargo ya bajo la administración del propio Cuestas, el sistema híbrido de la coparticipación en las jefaturas departamentales había mantenido al país bajo la permanente amenaza de la guerra.

Era evidente pues que apenas desapareciese aquel estrecho entendimiento que tanto tenía de personal, y que, de cualquier modo era anómalo por ser fruto de una situación particularísima, la paz quedaría seriamente comprometida.

Fue así como el advenimiento de un nuevo gobernante junto con la evolución política del país, desencadenaron fatalmente la guerra civil que estaba latente, a pesar de los desesperados esfuerzos pacifistas de ambas partes. La voluntad de los hombres fue impotente para impedir lo que era consecuencia inexorable del sistema.

Un incidente trivial promovido en el departamento de Rivera, rompió al comenzar el año 1904 el equilibrio penosamente mantenido. El 1º de enero se producían los primeros tiroteos iniciales.

Cuando la tirantez política alcanzó caracteres de extrema gravedad, Saravia, no seguro todavía del rumbo que tomarían los acontecimientos, ordenó a Muñoz que fuera en previsión, organizando la gente en Durazno. Este partió entonces con su protocolo, acompañado de un peón, a recorrer en aparente gira profesional su viejo departamento.

Sólo el día 7 de enero ya el país convulsionado encontrándose en una estancia de Las Palmas, recibió la orden de ponerse en campaña. Aparicio le decía solamente que “procediera de acuerdo con su criterio militar y las circunstancias”.

La victoria parcial obtenida en cerros de Aurora por la División No 2 y la incorporación de la fuerte columna del Coronel Guillermo García, levantaron la quebrantada moral del Ejercito.

Repuesto del rudo golpe sufrido en Paso del Parque, Saravia, siempre rápido en sus movimientos se lanzó de nuevo al sur, flanqueando el departamento de Cerro Largo, Muñoz partió en servicio de vanguardia rumbo a Durazno para ponerse en contacto con el General Benavente y el grueso tomó la Cuchilla Grande rumbo a Minas.

Poco después de pasar por esta ciudad y emprender el regreso al norte de la dirección de Treinta y Tres, volvió a incorporarse Muñoz. Ahora bajo la persecución del enemigo, se le va a encomendar de nuevo la retaguardia.

El ejército revolucionario, seguido por el general gubernista Benavente vadeo el Río Olimar por el Paso de los Carros, Basilio quedó en las proximidades del Paso de Palo a Pique, vecino de Muñiz que esperaba a Saravia en el Rincón de Urtubey para cortarle la retirada al norte.

Al día siguiente Muñiz avanzó hacia el Paso de Palo a Pique, manteniendo fuertes guerrillas con un comando de la División de Antonio María Fernández.

La retaguardia protegía a éste con 380 tiradores.

Retiradas del Paso las guerrillas de Antonio María Fernández tomaron por la costa siguiendo el curso del Olimar, hacia el Paso de los Carros, mientras Muñoz tomaba por la cuchilla en la misma dirección.

Antes de llegar a Los Carros al frente de la pequeña retaguardia, fue alcanzado éste por el enemigo, fuerte de tres mil hombres. Al tiempo que esto ocurría le llegaba orden de no comprometer la pelea. Contestó que no tenía más remedio que contener a Muñiz porque estando el paso todavía ocupado por algunas caballadas, debía cruzarlo con gran lentitud, desfilando de a uno y de a dos.

Escalonó sus escuadrones, unos sobra la última altura anterior al paso y otros en la orilla del monte a la derecha y a la izquierda del desfiladero y pasó al otro lado bajo el fuego concentrado del enemigo. Pero hecho el pasaje recibió una nueva orden contraria a la de quince minutos antes, que defendiera el Paso, costara lo que costara. Tuvo en consecuencia que improvisar la defensa sobre un terreno completamente desconocido.

Con la precipitación consiguiente dio orden de echar pie a tierra y romper fuego. Así se inició la acción de Paso de los Cerros, sangrienta como pocas que constituyó un nuevo revés para las armas de la revolución.

Un terrible fuego de infantería y artillería convergía sobre la posición defendida por los soldados de la División Nº 2.

En la misma boca del Paso peleaban los escuadrones de Pedro Muñoz, hermano de Basilio, de los hermanos Pintos, de Ibarra y de Quiroga, soportando a costa de enormes bajas un verdadero vendaval de plomo.

Los disparos se hacían río por medio a una distancia de quince a dieciocho metros y los insurrectos tenían humor bastante en medio del estrépito del combate y de la muerte sembrada a su lado, para jugar al blanco sobre las cabezas adversarias apostando cigarrillos.

Viendo Pedro que su escuadrón se concluía, mandó pedir protección a Basilio por intermedio del Capitán Tomás Hernandorena tío del heroico muchacho que intentara proteger a Chiquito Saravia en Arbolito. Hernandorena fue a cumplir su misión atravesado por tres balazos y dejando en el suelo con graves heridas a tres de sus hijos.

Coronel: de parte del comandante Pedro Muñoz que le mande protección porque se le concluye la gente.

Dígale al comandante que ya que le ha tocado ese puesto, sacrifique el resto. Ya voy a ordenar la retirada.

El Capitán Hernandorena transfigurado de heroísmo cerró aquel diálogo de historia antigua con un gesto que conserva vivo la tradición. Olvidándose de sus caídos y de sus heridos sangrantes, agitó en alto el sombrero y gritó.

¡Viva la División Nº 2!

No se podía resistir más, Muñoz ordenó la retirada.

Las perdidas sufridas hicieron de aquella acción un verdadero desastre. Perecieron allí trece comandantes, lo que da una idea de la proporción de las bajas. Pedro Muñoz, que entró a combatir con cincuenta y siete hombres, se retiró con sólo diecisiete.

El contraste de Guayabos, ocurrido poco después, en el que se perdiera todo el armamento que Abelardo Márquez conducía para el Ejército de Saravia, fue un golpe de muerte dado a la revolución.

Reunida entonces una junta de jefes, se decidió buscar al Coronel Galarza que mandaba el ejército gubernamental del Sur para sostener un encuentro decisivo con los elementos de que se disponía.

Tuvo lugar así la Batalla de Tupambaé, de la que se ha dicho que es la más importante acción de guerra librada en nuestro suelo.

Sobre la explanada de la Cuchilla Grande, en un escenario de áspera y fría grandeza se produjo una tarde gris de junio el choque de ejércitos contrarios.

La ofensiva correspondió por entero a las fuerzas revolucionarias. Después de un brillante despliegue en abanico hecho al galope de las caballerías bajo el soplo del pampero, el centro y el ala derecha tendieron sus líneas frente al enemigo, que había tomado posición en las primeras estribaciones de los cerros de Tupambaé.

Entre tanto la izquierda formada por la División Nº 2 protagonista de los más culminantes episodios de aquella jornada, iniciaba la acción con un avance violento.

Seis días antes Saravia había resuelto la composición de la vanguardia, manteniendo con Muñoz este diálogo que tomamos de la documentada obra “Tupambaé” del Doctor Fernando Gutiérrez.

Formaré la vanguardia con las divisiones de Cerro Largo, Nepomuceno, Pancho y alguna otra insinuó Saravia a Basilio Muñoz.

Y la mía si usted quiere contestó Basilio.

Muy bien su División tendrá parte de la vanguardia dijo Aparicio.

Producido el primer choque con ele enemigo Saravia notó desde lo alto de la Cuchilla Grande que la vanguardia de éste se encontraba en situación comprometida bastante separada del ejercito. Concibió entonces la idea de cortarla ordenándole a Muñoz que la cargara de flanco por el ala izquierda. Apenas recibida la orden observó este último que el batallón 4º de Cazadores, ocultándose por una quebrada de la sierra, marchaba sigiloso en protección de la vanguardia gubernista, con la mira de batir desde una posición dominante los escuadrones avanzados de la División Nº 2.

Rápidamente calculó el tiempo que el Batallón emplearía en llegar a su objetivo y se propuso frustrar su plan. El Doctor Gutiérrez combatiente también aquel día en el ejercito insurrecto comenta aquella acción.

“Basilio Muñoz reveló allí ser un jefe de brillante iniciativa; nada diremos de su valor que es proverbial en todos los de su estirpe.

La rapidez con que salió al encuentro del 4º de Cazadores decidió el resultado del encuentro. Partió al galope casi a la carrera ejecutando la maniobra más brillante de aquella tarde y tendió a su guerrilla en el punto en que se iniciaba el declive del cerro. El 4º de Cazadores asomó en aquella eminencia formado en columna y su primer escuadrón con Genaro Caballero al frente, fue materialmente barrido por los certeros disparos hechos “a boca de jarro”, por los soldados de la revolución.

Fue tan violento el avance de la División Nº 2 que el 4º de Cazadores no pudo resistir el choque y peleó hasta que la derrota se produjo completa en sus filas. El bravo Genaro Caballero estaba a veinte metros de los revolucionarios cuando fue herido de muerte.

La noche del primer día sorprendió a los enemigos desangrados y exhaustos. Al día siguiente continuaron tiroteándose, aunque no con la misma intensidad, hasta que ambos ejércitos se retiraron del campo de batalla. Muñoz sin embargo a cargo de la retaguardia, permaneció en el sitio.

En la mañana del tercer día tuvo lugar una histórica asamblea de jefes revolucionarios para decidir si se habría o no de continuar luchando. El ejercito estaba rendido y sin municiones. El jefe de estado mayor manifestó que militarmente estaba todo terminado siendo de su opinión la mayoría de los deliberantes Aparicio y Muñoz sostuvieron por el contrario que quedaban elementos como para seguir combatiendo. El coronel Visillac a su vez expresó que él era un subalterno y que por tanto su opinión era la de sus superiores.

En vista del espíritu derrotista de la reunión, cuyo debate dramático fue breve y tajante, Aparicio se levantó diciendo:

“Bueno Coronel Lamas, usted siga con el grueso para el norte que yo con mis hermanos Pancho y Mariano y mi hijo Nepomuceno voy a continuar peleando”.

Intervino enseguida Muñoz: “supongo general que no dejará de contar con mi división”.

Basilio permaneció de servicio avanzado hasta que el enemigo emprendió la retirada. Iniciada ésta, acompañó a Aparicio en la audaz persecución realizada entonces sobre Galarza hasta las Pavas donde el jefe gubernista recibió refuerzos y municiones obligando a los insurrectos a replegarse al norte.

Vadeado el Río Negro una parte fue a Santa Rosa a recoger un armamento. Para lograr su objetivo debió tomar el pueblo casa por casa en un sangriento combate que le costó la vida a un distinguido jefe de la División Durazno, Dalmiro Coronel.

Muñoz había quedado entre tanto en Isla Cabellos con el grueso del ejército a la espera del armamento de Santa Rosa. Llegado éste los revolucionarios se lanzaron en busca del enemigo, sosteniendo sobre la Cuchilla Negra, dos meses después de Tupambaé, la batalla final de Masoller.

La tarde antes de la acción el general gubernista Escobar pasó adelante por el flanco derecho de la vanguardia revolucionaria de la que era jefe Muñoz y tomó los históricos cercos de piedra de Masoller.

Muñoz quería atacarlo esa misma tarde, sobre la línea del Brasil antes de que se incorporara el general Vázquez y con ese objeto mandó ensillar y marchar. Aparicio no se lo permitió e hizo acampar las divisiones, sosteniendo equivocadamente que escobar, en caso de ser atacado, iría a refugiarse en la guarnición de Rivera.

Aquél por su parte entendía que el jefe enemigo no haría tal cosa porque cumplía ordenes militares.

Escobar estaba perdido. Cortado a muchas leguas del ejercito, no tenía más escape que el Brasil. El jefe de la División Durazno señaló por dos veces ante Saravia, por intermedio del Doctor Bernardo García, la necesidad de atacarlo.

Como aquel no desistiera de su propósito, fue todavía a entrevistarse personalmente con él, manteniendo en la noche un extenso cambio de ideas. Pero Aparicio permaneció en su error.

A las nueve horas de la mañana siguiente Vázquez se incorporó a Escobar, teniendo tiempo todavía de explorar el campo antes de iniciarse la batalla. Esta no dio comienzo hasta las tres de la tarde.

La primera División revolucionaria que entró en pelea fue la Nº 2 bajo un intenso fuego de fusilería y artillería. Otras la siguieron, pero no contaron con la protección eficaz que exigían las circunstancias.

Cuatro o cinco mil hombres quedaron sin combatir. Al caer la tarde sin embargo el ejército enemigo se retiró lentamente quedando los insurrectos dueños del campo.

Fue en esas circunstancias como cayó herido Aparicio Saravia.

Muñoz estaba con José Francisco Saravia controlando la distribución de municiones, junto a los cercos de piedra de donde habían desalojado al enemigo.

Desde allí vieron acercarse a Aparicio que al trote lento venia seguido de su abanderado y ayudante. Una guerrilla enemiga de 15 o 20 hombres que se retiraba en dispersión, hacía en esos momentos un tiroteo desgranado aun kilómetro más o menos de distancia.

Basilio descuidó por un instante se tarea para atender al Capitán Lisandro Rodríguez que inesperadamente cayó a su lado muerto de un balazo en la cabeza. Estaba en ello cuando Nepomuceno llamó su atención señalando el grupo donde venía Saravia.

“¡Mire han herido al general!”

Uno de aquellos disparos perdidos había efectivamente alcanzado al célebre guerrillero. En una camilla hecha con maneadores y cojinillos sobre una lanza y el asta de la bandera de la División Durazno fue retirado al parque y de allí a la estancia de la madre del caudillo, Juan Francisco Pereyra en el Brasil.

Cuenta su hijo Nepomuceno que: “Un rato antes recorriendo el campo en mi sector encontré al Coronel Basilio Muñoz que andaba casi solo y me dijo que no tenía municiones.

Cuando el general se me acercó muy cerca venía Bernardo García con unos cien hombres, también sin municiones allí lo hirieron en el cráneo.

Luego de darme la última orden el general dio vuelta y se dirigió hacia la derecha iban en fila detrás de él el Comandante Eustaquio Vargas, el ayudante Juan Gualberto Arteaga su abanderado el valiente Germán Ponce de león y mi hermano Mauro.

La bandera desplegada y su poncho blanco por donde pasaba galvanizaban las huestes ciudadanas.

Había recorrido unos treinta metros cuando su caballo fue herido de abajo hacia arriba posiblemente por un rebote de proyectil en la paleta.

El noble animal dio una escaramuza y quedó hacia nuestro lado.

Al ver eso apreté espuelas a i caballo y llegué hasta el general quien en ese instante se agarraba la pierna derecha con gesto de dolor y le dije.

General ¿lo lastimaron en la pierna?

No en la pierna, carajo”. Y sofrenó su caballo.

Se veían algunos fogonazos esporádicos en la penumbra el enemigo casi había cesado el fuego. Le levanté la camisa sangraba mucho, la bala le atravesaba el vientre de derecha a izquierda.

La ausencia de Saravia que moriría nueve días más tarde quebró por completo la moral del ejército revolucionario, en un momento en que la suerte de las armas le era favorable.

La misma noche de la batalla se improvisó una reunión de jefes a la cual por razones nunca aclaradas no fue citado Basilio Muñoz, decidiéndose la retirada al Brasil. Esto último fue enseguida puesto en práctica por muchos quienes cruzaban la línea después de abandonar las armas. Muñoz junto con Nepomuceno y otros compañeros realizó desesperados esfuerzos para reorganizar el ejército, logrando que al otro día se llevase a cabo una nueva reunión de jefes.

En ella se designó entonces un comando integrado por Basilio Muñoz, Juan José Muñoz y José González, encomendándole al primero que recibió allí el grado de general la jefatura de las operaciones militares.

Reorganizando el ejército aunque dominando todavía un manifiesto espíritu de desaliento y de desorden que no pudo conjurarse marcho a través de Rivera vadeó el Río Negro internándose en el Brasil y fue a entrar en Cerro Largo por las Sierras de Aceguá.

Allí comenzaron las negociaciones de paz. En aquellas condiciones casi anárquicas, el ejército no podía seguir adelante. Bajo bases honrosas la paz fue firmada en pocos días, nueve meses después de haber comenzado la guerra. Se ponía término así a aquella contienda desencadenada contra la voluntad de los hombres por un fatalismo histórico y en la cual tanta sangre de hermanos se había vertido heroicamente.

En una crónica que publica el diario El País fechada el 15 de octubre de 1904 en Nico Pérez, el enviado del periódico La Tribuna Popular realizaba una dramática descripción del estado en que se encontraban las tropas blancas de Aparicio.

Decía: “Nadie puede darse exacta cuenta sino viéndolo de la manera rara y difícil en que los revolucionarios han hecho las marchas y los elementos heterogéneos de que se ha echado mano para ellas. Caballos yeguas, petisos, potrillos, burros, mulas, bueyes y vacas.

Después que entraron en la Sierra de la Aurora ya en las últimas etapas de la revolución faltos de caballos y con los pocos que quedaban, transidos y arruinados, convertidos en verdaderos esqueletos andantes las marchas se hicieron tan difíciles como dolorosas. Parte marchaba a pie con el recado al hombro, otros ancando malos jamelgos, que apenas podían con sus huesos y las monturas que se les ponían en los lomos”.

“Se enyuntaban los cornúpedos se les forma una orejera y tanta maña se daban sus poseedores que en pocos días obedecían los bueyes a la orejera como un caballo a las riendas y así muchos hicieron jornadas y más jornadas”.

“El estado del ejército en cuanto a vestimentas es mal, pero de todas las divisiones que he visto, las de Cabrera y Marín es desastroso. Aquello es el acabose en materia de prendas de vestir y su aspecto, por lo desconsolador impone. No han llegado a la desnudez absoluta, con la tradicional hoja de parra de taparrabo o cosa parecida, por pudor por el frío. Todo lo que esa gente ha encontrado de lana algodón, peletería etc, en piezas o en trazos ha sido aprovechado y sin embargo las carnes desnudas han tenido que desafiar las lluvias y los vientos curtiéndose las pieles hasta tomar colores que hacían dudar de la raza originaria de quienes las mostraban.

Y esto no es de ahora, es de mucho tiempo atrás.

Solo el 20% de los hombres que componían el ejército saravista había recibido ponchos y empujados por la desesperación de hacerse de ropa de los muertos en las batallas, el llamado “carancheo”.

“Los que durante las travesías por la república lograban acercarse a sus pagos conseguían “empilcharse” algo y andar bien vestidos por algún tiempo pero los que no tenían que esperar la poca agradable perspectiva del “carancheo” en los días de combate.”

Los uniformes argentinos eran los que predominaban, “un buen porcentaje de la tropa y oficialidad lo usa, quien completo, quine sólo el pantalón y chaquetilla, más o menos en buen estado. Las bombachas rurales y los chiripás son por lo general hechos con todo.

“Agréguese a esta mezcolanza tan rara unas melenas a lo chamaco y barbas a lo insurrecto y supondrá el imponente aspecto de estas tropas que en aras del ideal partidario se ha sostenido con tan singular tesón durante meses y meses en lucha abierta con la adversidad y con la naturaleza”.

“Y sin embargo, la alegría no es extraña en los campamentos, y como una nota de amarga ironía, la he visto retozar en la generalidad de los rostros y hacer sus manifestaciones en las carpas o al abrigo de las rocas que se yerguen en las cumbres ó si inclinan cual si fueran a derrumbarse en las pendientes”.

El hijo de Basilio Muñoz fue al parecer el encargado de aceptar las bases presentadas por el gobierno.

Según la entrevista publicada el 16 de octubre de 1904 realizada en la posada Jiménez informaba el enviado del diario La Tribuna Popular que lo entrevistó en Nico Pérez, a Juan José Muñoz prestigioso jefe de la División Maldonado quien relató la propia batalla de Masoller y el desconcierto que siguió a la herida de Aparicio.

“Herido el general en el anochecer del día primero se me nombró generalísimo del ejército al día siguiente pero no considerando mis hombros lo suficientemente robustos como para cargar con tan grave peso, presenté a las pocas horas de mi nombramiento voluntaria renuncia de tan elevado cargo.

Explicando a mis compañeros mi resolución por esa causa. Aceptada ésta se acordó la formación de un triunvirato y se llevó a cabo, constituyéndolo el Coronel González, Basilio Muñoz hijo y yo. La acción o eficacia de este triunvirato fuer casi nulo pues nunca llegó a funcionar de una manera eficiente y su autoridad puede decirse era ficticia.

Fue una medida tomada por fórmula pero sin respaldo positivo y en vista de ello, y para darle al ejército una dirección firme, una cabeza dirigente, se nombró generalísimo a Basilio.

Entre tanto durante esos días el ejército que había abandonado los campos de Masoller se movía”.

– ¿Y Basilio Muñoz? Pregunta el periodista de la época.

– El ejército no tiene jefe y todos optaron por la paz, en bien del partido.

-¿Cree usted que pa paz sea duradera?

– Si siempre que se nos respete y se respete lo pactado. En la buena política en el acierto del gobierno estriba el éxito.

– ¿Usted desarmó a su gente en el Olimar?

– En el Olimar allí entregamos la artillería y el parque haciendo el día diez en memoria del general Saravia, una salva de 21 cañonazos a la salida del sol, descarga de fusilería por división y otra salva de cañón a la entrada del sol.

– ¿Y como fue lo de Masoller?

– Bien el día primero quedamos en el campo victoriosos.

– ¿Y hubieran triunfado si atacaban el día 2?

– Seguramente.

– ¿Es verdad que Saravia les trasmitió la orden de hacerlo por boca de Joao Francisco?

– Es verdad.

– ¿Y cómo lo hicieron?

– Pues la pérdida General había abatido a los jefes y nadie quiso llevar la responsabilidad. Hubo vacilaciones y se decidió marchar y nos retiramos.

– ¿Cree usted entonces que fue la muerte de Saravia la causa esencial de la conclusión de la guerra?

– Claro, ya no hubo cabeza.

En la misma entrevista el jefe blanco detalló las confusas circunstancias en las que se formalizó la paz.

Muñoz cuenta que “el día 24 de setiembre tuvimos las primeras noticias de haberse celebrado la paz, pero no era noticia oficial, sino un simple rumor, llegado al campamento”.

En esto nadie creyó pues nada se sabía ni nadie había sido comunicado. Basilio Muñoz había procedido por su cuenta por si y ante si, creyéndose sin duda con autoridad suficiente para proceder personalmente a tener de antemano el asentimiento de los demás jefes. Esta fue la primera paz que se hizo.

– ¿De modo que hubo una segunda?, pregunta el cronista

– Si señor, la primera que se pudo llamar la Paz de Basilio y la que firmamos ahora nosotros que es la Paz del Ejército; declaraba el prestigioso jefe de la División Maldonado, Juan José Muñoz al periodista en 1904.

APARICIO FUE UNO DE LOS ÚLTIMOS CAUDILLOS MONTONERO Y GUERRILLERO, CUYA HISTORIOGRAFÍA NO DEBE JUZGARSE POR EL ASPECTO DE LAS 4 X 4 Y LAS CABALGADURAS DE QUIENES HOY LE RINDEN HOMENAJES.

TEXTO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN http://www.radio36.com.uy/mensaje/2007/09/m_100907.html

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