La conjura del Sargento Pepper

El 1ero de junio de 1967 se lanzó en Gran Bretaña el octavo disco de estudio de los Beatles con el nombre de Sargent Pepper’s Loneley Hearts Club Band. La expectativa, desde ya, era altísima. No sólo era un disco nuevo de una de las bandas más grandes del mundo, sino que el contexto de producción en sí había representado una novedad importante.

Todo había empezado el año anterior. Para agosto de 1966 los Beatles estaban exhaustos. Llevaban años de giras y grabaciones maratónicas con limitadísimos momentos de descanso y, para peor, su última experiencia sobre los escenarios había resultado sumamente traumática a raíz del comentario de John Lennon de que “ahora [Los Beatles] somos más populares que Jesús”. Publicada por una revista estadounidense unos días antes de que la banda aterrizara en el país para realizar una gira, la frase encontró un eco inaudito. Grupos religiosos y ultraconservadores -con sus amenazas, boicots y protestas- hicieron peligrar el ciclo de recitales que, sin embargo, se llevó a cabo con todos los miembros al borde de un ataque de nervios.

Luego de la que decidieron que sería su última presentación en vivo -ocurrida el 29 de agosto de 1966 en San Francisco- los Beatles retornaron a Inglaterra y decidieron tomarse su merecido descanso. Con Lennon grabando una película en Alemania y España, Ringo Starr actuando de padre de familia, George Harrison explorando su espiritualidad en India y Paul McCartney pululando por la noche londinense; se empezaron a gestar los rumores de una separación sin saber que algo nuevo se estaba gestando.

Un par de días antes del 24 de noviembre, fecha en la que la banda debía reunirse en Abbey Road, McCartney estaba volviendo de unas vacaciones en Kenia y se le ocurrió una respuesta a sus problemas. Si estaban “hartos de ser los Beatles”, como él afirmaría años después, podían adoptar la identidad de una banda ficticia y evadirse. Inspirado por la psicodelia, la moda militar victoriana y los conjuntos de mediados de los sesenta que estaban adoptando nombres cada vez más complejos, McCartney llegó incluso a pensar en la identidad completa de la banda del Sargento Pepper. Finalmente, en la reunión presentó el concepto a sus compañeros y, aunque Harrison y Lennon no estaban muy convencidos al principio (Ringo, parece, accedió a todo lo que le propusieron), terminaron aceptándolo.

Durante los cinco meses siguientes, los Beatles dedicaron 400 horas estudio -algo inaudito para un disco suyo- para experimentar y grabar. Sabían que, al no tener que tocar en vivo, podían hacer lo que quisieran y eso los liberó. McCartney, por su parte, se erigió como una especie de productor de facto y (aparentemente ayudado por la cocaína que consumía entonces) le pidió a George Martin lograr lo imposible y se esforzó intensamente por desarrollar un álbum único, inspirado y que maridara las sensibilidades de la música vanguardista con el rock and roll.

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Para cualquiera que lo escuche hoy queda claro que el concepto de la banda alternativa se diluye después de los dos primeros temas, pero parece que, aunque sólo fuera como estado mental, la experiencia sirvió para destrabarse. El dúo Lennon-McCartney sacó unas canciones interesantes para este disco, muy diferentes de esas composiciones de amor que se habían vuelto sinónimo de los Beatles y más similares a las innovaciones que habían introducido en Revolver (1966). Ya con el single “Strawberry Fields Forever” / “Penny Lane” (que formó parte de las sesiones de grabación, pero no del disco) se volcaron hacia el pasado y su infancia en Liverpool. De ahí saltaron a lo lisérgico, con “Lucy in the Sky with Diamonds” o “Being for the Benefit of Mr. Kite” -curiosamente basados en un dibujo de su hijo y un afiche victoriano que Lennon tenía en su casa-. Y, además de las canciones de McCartney, casi paródicas, como “When I’m 64” o “Lovely Rita”, sobre una mujer que hace multas en la calle, decidieron incluir algunas desde perspectivas novedosas. Así, aparecen temas como “Getting Better”, sobre un ex golpeador, “She’s Leaving Home”, el himno a las miles de adolescentes que por entonces abandonaban el hogar paterno para ir en busca de aventuras hippies, y la impresionante “A Day in the Life”, esa joya de Lennon y McCartney que bucea en la apatía de la vida moderna.

BEATLES

 

Foto de la sesión para el arte de tapa.
Foto de la sesión para el arte de tapa.

 

En paralelo, sin embargo, las diferencias con los otros dos miembros de la banda se estaban volviendo cada vez más notables. Sin dejar de reconocer la grandeza del álbum, Ringo Starr admite no haber participado demasiado en la grabación, al punto que, además de haber cantado en “With a Little Help form my Friends”, dice (no sabemos que tan en broma) haber aprendido a jugar al ajedrez en este período. En el caso de Harrison, la situación era un poco más compleja y estaba más atada a su estado mental en este período. Su paso por la India, en primer lugar, lo había convencido de que ser un Beatle ya no le resultaba atractivo, por lo que la predisposición cuando llegó al estudio en noviembre de 1966 no era la mejor. Tampoco le gustó mucho que la grabación de los temas, cada vez más compleja, se hubiera tornado casi un ensamblaje que no permitía que tocaran todos como una banda. Y, para peor, la primera canción que presentó – “Only a Northern Song” – fue rechazada cuando los Beatles no supieron qué hacer con ella. Por fortuna, Harrison terminó escribiendo para este disco “Within You Without You”. Ésta, con frecuencia considerada una de sus mejores y más personales canciones, fue recibida con entusiasmo y, a tono con el espíritu de experimentación del proyecto, hasta incluyó instrumentos indios.

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Backstage del arte de tapa.
Backstage del arte de tapa.

 

Para cuando el disco finalmente vio la luz, además del esperable entusiasmo, la reacción del público y la crítica también estuvieron cubiertas de cierta perplejidad. La música era muy diferente a todo lo anterior y, desde el mismísimo arte de tapa – esa memorable fotografía pensada por Peter Blake y Jann Haworth, donde se ve a los Beatles caracterizados como la banda ficticia (bigotes incluidos) frente a su público ideal hecho de ídolos de cartón – hasta los elementos disparatados, como la grabación invertida del final, requirieron de paciencia para ser entendidos en más de un caso. En definitiva, sin embargo, el disco representó un parteaguas, al punto de ser reconocido por muchos como el primer álbum verdadera y puramente Beatle. Aún si esto se pueda poner en duda, el éxito de Sgt. Pepper se puede medir en las más de treinta millones de copias que llegó a vender y en su regular aparición en las listas de álbumes más influyentes de la historia.

The Beatles

 

 

 

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