Joseph Fouché, el Ministro-espía de Napoleón

Durante la Guerra Fría, el espionaje fue una práctica común aunque compleja, por las lealtades cruzadas de los personajes en pugna. Espías y espiados siempre hubo: militares, industriales o políticos, todos fueron tentados por el objetivo de adelantarse a los movimientos del enemigo. Sin embargo, su dimensión más sofisticada estuvo en manos de Joseph Fouché, el rebelde ministro de Napoleón.

La relación entre el Emperador y su jefe de espías, que tenía a cargo el ministerio de Policía, fue tensa, cuando no francamente hostil, si tenemos en cuenta que Napoleón amenazó en más de una oportunidad con fusilarlo, a lo que Fouché, con la notable sangre fría que lo caracterizaba, le respondía: no comparto su opinión, sire.

Subyugado por la figura de Robespierre, este profesor de física y matemáticas evolucionó de apacible monarquista, a girondino y jacobino. Fouché apoyó al “Incorruptible” en la imposición del Terror, desde el Comité de Salvación Pública hasta la represión despiadada que llevó a cabo en Lyon.

Rota la alianza con Robespierre, la vida de Fouché corrió peligro, pero la conspiración que orquestó contra el tirano condujo al “Incorruptible” a la guillotina, la misma con la que había hecho rodar tantas cabezas.

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Napoleón

Napoleón

Gracias a la compleja red de soplones y espías, Fouché logró desbaratar la Conspiración de los Iguales, que pretendía derrocar al director Paul Barras. Este gesto le ganó el aprecio de Barras que lo introdujo en su círculo de amistades, en el que se destacaba Josefina Beauharnais, hermosa viuda de un general decapitado durante el Terror, amante del poderoso director y futura esposa de un joven general corso, a quien no le temblaba el pulso cuando era menester reprimir: Napoleón Bonaparte.

Como Ministro de Policía de Napoleón, Fouché duplicó su intrincado sistema de espías, ya que se hacía imperioso constar la lealtad de aquellos que vigilaban a los supuestos enemigos porque, al fin y al cabo, nadie está libre de ser traicionado. Por tal razón, sus espías eran a su vez espiados, para garantizar su frágil lealtad.

Precoz promotor de las “fake news”, cada vez que su posición política se deterioraba, Fouché promovía la publicación de panfletos en los que se amenazaba al Gobierno. Cuando estos alarmaban a los bonapartistas, Fouché intervenía y en pocas horas desaparecía la amenaza que él mismo había organizado.

La capacidad del tenebroso ministro para mantenerse en el poder era notable, más cuando tenía poderosos enemigos como el obispo Talleyrand de Périgord, encargado de la diplomacia del Gobierno de Napoleón. A pesar de tenerlo como hombre de consulta, Bonaparte poco confiaba en este ministro, a quien definía como “mierda en media de seda”.

El poder de Fouché sufrió un duro golpe cuando Napoleón fue víctima de un atentado. A pesar de salir indemne, 40 personas murieron como consecuencia de la bomba. Napoleón le achacó la responsabilidad a Fouché y afirmó que los responsables del atentado eran jacobinos, antiguos aliados del Ministro. Sin intimidarse por la furia del emperador, Fouché investigó y demostró el origen de la confabulación que encabezaba el general Jean-Charles Pichegru, vehemente monárquico. Traicionado por uno de sus seguidores, Pichegru terminó apresado por Fouché y muerto en misteriosas circunstancias. Entonces, Bonaparte debió reconocer públicamente la valía de su ministro, aunque prescindió de sus servicios después de nombrarlo senador y premiarlo con una suma abultada de dinero.

Comienza entonces uno de los períodos más florecientes de Fouché, que utiliza su fortuna y contactos para influir en la bolsa de París y multiplicar sus bienes, lo que lo convirtió en el hombre más rico de Francia.

Cuando Napoleón fue ungido emperador, volvió a necesitar las habilidades de Fouché que destapó conspiraciones y confabulaciones, entre las que se destacaba el accionar del obispo Talleyrand, el eterno enemigo del espía. Ante estas circunstancias, Napoleón volvió apresuradamente de España y le reprochó al antiguo obispo la actitud desleal.

Pero Fouché no solo recuperó su puesto, sino que aumentó su prestigio al desactivar una invasión inglesa. Fue entonces cuando Napoleón lo premió nombrándolo duque de Otranto. Sin embargo, su estrella declinó al pretender continuar diálogos de paz con Gran Bretaña sin la autorización del emperador, que al enterarse lo expulsó del Gobierno.

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Napoleon en Dresde

Napoleon en Dresde

Mientras se acercaban los últimos días del Imperio tras el fracaso francés en las estepas rusas, Talleyrand preparó el regreso de los Borbones al poder, y actuó como consejero de Luis XVIII, contrariando a Fouché, quien ya se encontraba en su retiro definitivo, cuando Napoleón volvió a la isla de Elba y con apenas 400 hombres, comenzó su camino triunfal a París. Entonces Luis XVIII lo llamó a Fouché para contener el avance del Gran Corso. Pragmático como siempre, le aconsejó al Rey salir de Francia, mientras preparaba la recepción de su antiguo jefe. Entonces, Napoleón lo nombró, una vez más, ministro de Policía. Más que nunca, necesitaba el apoyo de este hábil tejedor de alianzas y los sutiles y perversos hilos del poder.

La derrota de Waterloo obligó al ministro a buscar la acera donde calienta el sol y le ofreció, una vez más, el trono a Luis XVIII mientras Napoleón emprendía el exilio hacia la remota isla de Santa Elena.

En sus memorias, Bonaparte recordará a Fouché como “un hombre sin comparación, más malo que Robespierre, quien traicionó sin remordimientos a sus antiguos cómplices. Un hombre que nos hubiera sacado todos nuestros secretos con aire de calma y desinterés”. A pesar de haber sido uno de los promotores de la ejecución de Luis XVI, su hermano, Luis XVIII debió incorporar a Fouché como ministro de la corona, y más tarde como embajador ante Sajonia.

Un año más tarde fue prescripto por una Ley que condenaba a los regicidas, razón por la cual Fouché debió refugiarse en el Imperio Austríaco, donde murió en 1820, privado de sus riquezas y del título nobiliario otorgado por Napoleón. Hasta el último momento de su vida, fue atacado por la prensa, que tanto lo había ensalzado cuando era el amo y señor de los secretos de Francia.

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