Isaac Newton: el último de los magos

 

“Newton no fue el primero de la era de la razón, fue el último de los magos”

John M. Keynes

 

 

El nombre de Isaac Newton está vinculado al concepto de ciencia, entonces, ¿a qué se refiere el economista John M. Keynes cuando lo asocia con la magia? ¿Era Newton un matemático riguroso guiado por la razón o un místico religioso dominado por la superstición? Keynes descubrió que el interés de Newton por la alquimia lo llevó a escribir al menos 131 monografías con un millón de palabras dedicadas al tema y numerosos escritos de teología. El historiador Frank E. Emanuel estudió los escritos del genio inglés y llegó a la conclusión de que, al examinar sus trabajos de teología, alquimia, mitología y ciencia, es evidente que se veía a sí mismo como el último intérprete de la voluntad de Dios, viviendo el fin de los tiempos.

Newton era un milenarista convencido de que el Creador le hablaba al oído, ya que solo él podía comprenderlo. Era el último de los profetas, viviendo el fin de los tiempos para llevar al mundo el mensaje divino. Había señales claras que se lo demostraban: al igual que Cristo, había nacido el 25 de diciembre y el anagrama de su nombre en latín (Isaacus Neutonus; Jeova sanctus unus), que significaba “Isaac Newton, el santo de Jehová”, no dejaba ninguna duda. Dios le había encomendado la tarea de descifrar Sus mensajes ocultos en tres lenguajes complementarios: el de las matemáticas, idioma del mundo natural; el de los profetas, impreso en La Biblia; y el hermético, empleado en los textos alquimistas. Estaba seguro de que la Inteligencia Divina estaba expresada en estos. Dios tenía un plan y no jugaba a los dados con la naturaleza.

Las dos caras de un genio

El vínculo de Newton con Dios y la religión se dio en dos planos: el público y el privado. En público, era un clásico puritano inglés del siglo XVII que se esforzaba por revelar una imagen ortodoxa, acorde a los variados e importantes cargos que ocupó a lo largo de su vida. Llegó a ser profesor Lucasiano (la cátedra más importante de matemática de Oxford ocupada, entre otros, por Stephen Hawking), miembro del Parlamento, presidente de la Royal Society, director y luego presidente de la Casa de la Moneda, y Caballero de Su Majestad.

Su otra faz, la de teólogo y alquimista, fue revelada mucho tiempo después y confirmada por el descubrimiento de Keynes. De haberse hecho pública en vida, se hubiera expuesto a persecuciones, difícilmente al nivel de las que sufrió Galileo Galilei, pero lo suficientemente firmes como para privarlo de gran parte de su poder. Sus creencias ocultas eran compartidas con un selecto grupo de intelectuales. La lista incluye a varios de los hombres más célebres de la época, tales como John Locke, Christopher Wren, Robert Boyle y otros.

Las herejías de Newton eran peligrosas. Incluían temas polémicos como la falsedad de la doctrina de la Trinidad (era profesor del Trinity College); la imposibilidad de la existencia de un alma independiente del cuerpo, por lo cual los hombres permanecerían muertos de cuerpo y alma hasta la segunda venida de Cristo; la negación de la eternidad en el infierno, consecuencia inmediata de lo anterior; la postergación del bautismo hasta después de la catequesis; la tolerancia religiosa; y la separación de religión y estado.

Para evitar ser descubierto, Newton empleaba las tácticas de ocultación de los Nicodemos. Nicodemo aparece en los evangelios (Juan 3:1-2; y ss.) mencionado como un fariseo “de buena fe” (los fariseos no tienen buena prensa en La Biblia). Prestigioso entre sus pares, acudió a Jesús de noche para aclarar sus dudas y creyó en el Mesías, aunque no se lo reveló a sus compatriotas. Después de la ejecución de Cristo, Nicodemo y José de Arimatea (otro importante funcionario de la misma nacionalidad) reclamaron su cuerpo, lo bajaron de la cruz, lo ungieron con aceite, lo cubrieron con una sábana y lo depositaron en un sepulcro. Newton se identificaba con este personaje “reservado”. La de los Nicodemos era una de las tantas sectas secretas de la Inglaterra de entonces.

Además de sus aportes a la economía, gracias a Keynes hoy conocemos las tendencias esotéricas de Newton, una inclinación insólita para quien fuera el personaje más arquetípico de la rigurosidad científica en la Inglaterra del siglo XVII.

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