Hernán Cortés o cómo destruir un imperio

En 1519, Velázquez le pidió a Hernán Cortés, uno de los colonos españoles más adinerados de Cuba, que investigara las posibilidades de aquella hasta entonces misteriosa tierra. Cortés tenía que entrar en contacto, organizar el comercio e informar a Velázquez sobre cada novedad. Con el transcurrir del tiempo Velázquez se fue percatando de que Cortés estaba demasiado entusiasmado con aquella misión encomendada, equipando una expedición mucho más numerosa y mejor armada que la que Velázquez había previsto.

Hernán Cortés, que tenía por entonces 33 años, se había convertido en un próspero encomendero militar, tras pasar 7 años en La Española y 8 en Cuba como secretario del gobernador Velázquez. Era un gran conocedor del mundo indígena y estaba curtido en las trifulcas habituales entre los españoles que habitaban las Indias, siempre deseosos de acrecentar sus patrimonios.

Algo lento de reflejos, Velázquez se dio cuenta de que el primer explorador que llegara a México tendría tierra virgen y campo abierto para saquear, y resulta que él mismo le había entregado esa gran oportunidad a un rival (Cortés) que no era digno de confianza (lo hubieras pensado antes, Diego). A último momento trató de anular su “permiso de expedición”, pero el cuñado de Cortés hizo detener y matar al mensajero de Velázquez, resolviendo ese contratiempo en forma más que expeditiva. Desde ese momento, técnicamente amotinado contra la autoridad legal, Cortés no tenía más remedio que seguir adelante.

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Hernán Cortés
Hernán Cortés

 

Poco después de desembarcar en Yucatán, los españoles encontraron un compatriota varado allí luego de una de las tantas fracasadas expediciones anteriores; este hombre (Gerónimo de Aguilar, un clérigo español que había llegado con Juan de Valdivia y había sido hecho prisionero por los mayas), que conocía la región y hablaba la lengua de los mayas, condujo a Cortés hacia el norte, hacia el imperio azteca.

Cuando navegaban a lo largo de la costa, un pueblo nativo dio la bienvenida a Cortés y le ofreció sus mujeres. Una de ellas, llamada Malinche, resultó especialmente útil: hablaba maya y náhuatl (la lengua azteca) y aprendió rápidamente el español. Tras ser vendida como esclava por su padrastro, no era especialmente leal a su pueblo. Acompañaba a Cortés a todas las reuniones o encuentros con nativos, le susurraba consejos al oído, intervenía en decisiones y hasta dio a luz un hijo de Cortés; su ayuda fue decisiva para el conocimiento de Cortés y el futuro de su expedición.

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Malinche
Malinche

 

Los españoles desembarcaron en Veracruz y emprendieron el camino a pie. Durante su marcha tierra adentro, Cortés y sus 500 soldados derrotaron a los tlaxcalas, los enemigos acérrimos de los aztecas. Impresionados por el poderío de los españoles, los tlaxcalas se pasaron rápidamente al bando que los derrotó y se transformaron en sus aliados (el clásico y pragmático “si no puedes vencerlos, únete a ellos”). Para octubre de 1519, Cortés reanudó la marcha reforzado con 3.000 tlaxcalas; atacó Cholula, la ciudad sagrada de los aztecas, mató a 3.000 habitantes y quemó la ciudad.

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Matanza de Cholula
Matanza de Cholula

 

Finalmente avanzó hasta Tenochtitlán (lugar de Tenoch, “tuna de piedra”), la capital azteca, una imponente ciudad con pirámides, palacios, estanques y jardines entre canales que se cruzaban, construida sobre islas en el lago Texcoco. Aunque no se sabe con exactitud cuánta gente vivía allí, los historiadores coinciden en afirmar que Tenochtitlán era más grande que cualquier ciudad europea grande a excepción de Constantinopla.

Tras su primer encuentro, el emperador azteca Moctezuma invitó a Cortés a permanecer como huésped de honor en su palacio. Pero al cabo de unas semanas Cortés empezó a controlar y manipular al emperador, que temía por el poder del recién llegado y su gente.

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Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma

Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma

 

Entonces llegó la noticia de que otro contingente de invasores españoles había desembarcado, con la orden del gobernador Velázquez de “controlar” (eufemismo por “limpiar”) a Cortés. Cortés, rápido para tomar decisiones, retrocedió hasta la costa y derrotó a los recién llegados que, hay que decirlo, no parecen haber puesto gran empeño, ya que muchísimos (la mayoría) de los derrotados sobrevivieron y se unieron a Cortés, tentados por las historias de la gran ciudad de oro contadas por sus vencedores.

Mientras tanto, la guarnición que Cortés había dejado en Tenochtitlán al mando de Pedro de Alvarado ya había empezado a hacer lío: habían interrumpido una fiesta religiosa, matando y robando a aztecas ricos (según dicen los nativos) o para evitar un sacrificio humano (según dicen los españoles). Así que al regresar Cortés se encontró con que los aztecas habían sitiado a su gente en el palacio. Cortés habló con Moctezuma, le pidió que intercediera con su pueblo, que estaba enardecido contra el grupo de españoles revoltosos, y lo llevó a un balcón para que calmase a la multitud. No fue una buena idea, ya que Moctezuma fue apedreado hasta morir por la gente exasperada.

Esto desató una lucha sin cuartel y Cortés fue expulsado de la ciudad (y la sacó barata) mientras muchos de los españoles fueron capturados en la retirada y llevados a sacrificio, en los que fueron abiertos en canal por los sacerdotes aztecas.

Mientras los españoles que sobrevivieron se recuperaban entre sus aliados los tlaxcalas, un invisible enemigo (para los aztecas) hizo su aparición: la viruela, esa enfermedad del Viejo Mundo que deja a quienes la sobreviven con cicatrices pero inmunes a posteriores infecciones. A lo largo de generaciones, los europeos fueron creando resistencia a la enfermedad, y en el siglo XVI la viruela era en Europa una enfermedad infantil; los adultos jamás morían a causa de ella a menos que pertenecieran a una población que nunca hubiera estado expuesta. Pero esta enfermadad comenzó a aniquilar a las propensas poblaciones nativas del Nuevo Mundo. La epidemia que azotó a los aztecas mató a su nuevo rey y a muchos miles de personas, y luego se unirían a la viruela otras enfermedades como el sarampión, diferentes gripes y la tuberculosis, que formaron un ejército invisible e invencible para los pueblos nativos.

Los españoles se rearmaron y reorganizaron pacientemente y regresaron a Tenochtitlán con 80.000 aliados tlaxcalas. El 26 de mayo de 1521 Hernán Cortés inició el sitio de Tenochtitlán. Con paciencia y estrategia Cortés fue estrangulando la ciudad, hasta que finalmente atacó con su enorme fuerza revitalizada (hasta habían construido barcas transportables), atravesando los estanques y canales, erradicando la férrea resistencia presentada por los diezmados aztecas, desmantelando la ciudad; unos 200.000 aztecas murieron tratando de salvar la ciudad y a ellos mismos. Finalmente, el 13 de agosto de 1521, los aztecas se rindieron, Hernán Cortés conquistó Tenochtitlán y el último emperador azteca, Cuauhtémoc, fue tomado prisionero y posteriormente ejecutado. Cuando todo terminó, los canales estaban atascados de cadáveres.

Cortés había exterminado a una civilización y se había hecho más rico de lo que jamás se hubiera imaginado, todo a la vez.

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