El poeta sin estatua

Juan María Gutiérrez nació el 6 de mayo de 1809 en Buenos Aires. Era hijo del comerciante español, don José Matías Gutiérrez, de relevante actuación durante la Invasiones Inglesas, de María de la Concepción Granados y Chiclana. Juan María fue el mayor de 14 hermanos.

Bajo una estricta vigilancia paterna, su infancia se rodeó de libros y lecturas escogidas cuidadosamente, que le valieron su afinidad a la literatura desde sus primeros años. Realizó sus estudios primarios en la escuela particular de don Elías Galván.

En sus comienzos hizo estudios preparatorios de latinidad, filosofía y matemáticas en la Universidad, y aconsejado por su padre, se inscribió en el Departamento de Ciencias Exactas para seguir cursos de ingeniería en 1826, donde aprobó hasta tercer año. Mientras realizaba sus estudios se empleó en la Comisión Topográfica, dónde ingresó como meritorio por recomendación de su profesor Avelino Díaz. En 1831 comenzó a estudiar abogacía en el Departamento de Jurisprudencia.

La muerte de su padre, acaecida en 1830 y la quiebra de su casa comercial, dejó a la familia en la miseria. Gutiérrez obtuvo ascenso en el Departamento Topográfico asistido por la simpatía que el coronel Álvarez de Arenales sentía por él.

El 5 de junio de 1834, se doctoró en jurisprudencia, con una disertación sobre los tres poderes públicos: legislativo, ejecutivo y judicial. Por la dura situación económica que pasaba su familia, se le eximió del pago del arancel.

En 1833 fue redactor de “El Amigo del País”, y a raíz de la Corona Lírica, dedicada al gobernador de Tucumán, coronel Alejandro Heredia, participó en un debate literario sobre la poesía.

Colaboró con algún artículo en “El Museo Americano” en 1835, y posteriormente cuando cambió de nombre por “El Recopilador”. Fue de gran influencia sobre la juventud, contribuyendo a “formar el buen gusto y la vocación por las letras”. Gutiérrez, realizo traducciones de literatura romántica de Byron, Chateaubriand, Hugo, Mme. De Stäel, etc., en el “Diario de la Tarde”, hasta fines de 1837.

Con su comentario sobre las Rimas de don Esteban Echeverría, se pueden establecer sus ideas sobre la poesía y sus procedimientos analíticos.

En junio de 1835 ingresó a la Academia de Jurisprudencia, y solo le faltó el examen de egreso para recibirse de abogado. Francisco de las Carreras, Manuel Mansilla, Eusebio Agüero, Juan Thompson, Demetrio Rodríguez Peña, Mariano Gascón, Mariano Sarratea, Juan Bautista Alberdi y otros fueron sus compañeros de estudios. Con todos ellos, pero especialmente con Alberdi, mantuvo una gran amistad. Más tarde, el prócer tucumano reconocería una fuerte influencia en el curso de sus estudios y aficiones literarias.

En 1830, cuando Esteban Echeverría regresó de Europa, trayendo la literatura romántica, Gutiérrez se convirtió en uno de sus discípulos más entusiastas. En 1833 formaron parte de la “Asociación de Estudios Históricos”. Desde los primeros tiempos surgieron dificultades internas en la Asociación presidida por Gutiérrez, debido al ascenso de Rosas al gobierno bonaerense con la Suma del Poder Público en abril de 1835, fecha en que decidieron la conveniencia de disolver la sociedad.

Marcos Sastre abrió un Salón Literario en su librería, con el apoyo de Gutiérrez, Alberdi y Echeverría. Echeverría y Gutiérrez, se apasionaban por la literatura, mientras Alberdi se inclinaba por las materias filosóficas y sociales. Inaugurando el Salón en 1837, Gutiérrez pronunció uno de los tres discursos, donde habló de la Fisonomía del saber español, exponiendo el desarrollo intelectual americano desde los tiempos de la conquista y colonización.

Junto a Echeverría y otros jóvenes se acercó a Pedro de Angelis, atraído por su vastísima biblioteca. El periodista napolitano expresó en una carta, su gratitud a Gutiérrez por el obsequio que le hizo con Echeverría de obras manuscritas, ofreciéndole a cambio otras de sus armarios. Según Gutiérrez, de Angelis se había “pervertido con el contacto tentador de Rosas”.

Posteriormente de Angelis ridiculizó los discursos pronunciados en el Salón Literario, y se refirió a estos jóvenes diciendo “que se consideraban capaces de dar una nueva dirección a las ideas, a las costumbres y hasta los destinos de su patria”.

Gutiérrez colaboró en La Moda, publicación que Rosas suprimió, y posteriormente cerró el Salón Literario, advirtiéndoles a los jóvenes “que eran poco serios sus procederes”.

El 19 de agosto de 1839, Juan María Gutiérrez felicitó a Rosas por los triunfos sobre los enemigos de la Patria, con una laudatoria carta. Ese año fue ascendido a ingeniero 1ero. del Departamento Topográfico.

Gutiérrez enviaba noticias de Buenos Aires a sus compañeros expatriados en Montevideo, lo que despertó sospechas. Fue descubierto, encarcelado y declarado cesante. Después de cuatro meses en Santos Lugares logró emigrar a Montevideo en mayo de 1840, donde se destacó como literato. Allí le recibió y agasajó Mne. Mandeville madre de Thompson, que tenía un salón literario.

Gutiérrez continuó su obra de divulgación y crítica en periódicos, como “El Talismán” (1840), donde publicó fisonomía literaria de los siglos decimonónicos. Colaboró en “El Tirteo” (1841), periódico en verso que redactó con José Rivera Indarte, como en “¡Muera Rosas!” (1841-42). En el certamen del 25 de mayo de 1841, patrocinado por las autoridades uruguayas y cuyo jurado presidió Florencio Varela, obtuvo el primer premio con su Canto a Mayo, que lo consagró públicamente como poeta, seguido por Luís L. Domínguez y José Mármol.

Gutiérrez también realizaba trabajos como ingeniero, entre los que hizo un plano topográfico de la ciudad que sirvió al general Paz para su defensa durante el sitio de Oribe.

Dos años después, Gutiérrez y su amigo inseparable Alberdi, dejaron Montevideo para ir a Europa, a pesar de la prohibición existente y el castigo establecido a los infractores. Lo lograron gracias a una artimaña. Alberdi supo por Garibaldi de la presencia en el puerto uruguayo de un bergantín mercante, el “Edén”, próximo a zarpar para Italia. Concurrieron a una fiesta dada en la casa de la señora de Mendeville (Mariquita), y mezclados con un grupo de oficiales de la marina francesa pudieron llegar, sin ser molestados, a una fragata de esa nacionalidad, de donde resultó fácil trasbordar al “Edén”, que partió el 5 de abril de 1843, llegando a Génova el 6 de junio de ese año. Ambos recorrieron algunas ciudades de Italia, relacionándose con los discípulos de Giuseppe Mazzini, luego pasaron a Suiza y Francia, y se separaron en El Havre. En diciembre de 1843, Gutiérrez viajó Brasil, donde vivió en Río de Janeiro y Río Grande del Sur, poco más de un año.

Del Brasil pasó a Chile y llegó a Valparaíso en septiembre de 1845. Desde que estuvo en Montevideo, Gutiérrez tuvo comunicaciones con los emigrados argentinos en Chile, ya que escribía en la “Revista de Valparaíso”, fundada por Vicente Fidel López. Por influencia de Manuel Mont, ministro del presidente Bulnes, y de acuerdo a su título de ingeniero, fue nombrado director de la Escuela Naval de Valparaíso, situada ésta “en una fragata convertida en pontón, antes de haber sido buque”.

Para sus alumnos recopiló una colección de trozos de lectura escogida El Lector Americano y escribió sus Elementos de Geometría “dedicados especialmente a los niños y a los artesanos de América”. Publicó también su América Poética. Colección escogida de composiciones en verso, escrito por americanos en el presente siglo, con noticias biográficas y juicios críticos, editada en 1846, por la imprenta “El Mercurio”, en la cual figuran 53 autores de once países con 455 poesías. Por primera vez, en una obra, los poetas americanos fraternizan por el sentimiento entrañable del amor a la Patria. Ricardo Palma la juzgó precursora de la obra de los poetas de América, y fue recibida con los juicios más favorables en todos los países. Veinte años después, sensiblemente ampliada, se publicaría en Buenos Aires.

Durante años, Gutiérrez se dedicó a la investigación y estudio de la literatura del Nuevo Mundo. Además de estos trabajos, escribió una leyenda argentina llamada Caycobé, y otra Irupeya, ocupándose de asuntos agrícolas. Escribió en “El Mercurio” y “El Comercio” de Valparaíso, y “La Tribuna”, “La Crónica” de Santiago, dirigidos éstos últimos por Sarmiento.

Entre 1847 y 1852, vivió en Santiago, y viajó en dos oportunidades por Lima y Guayaquil, donde se encontraba su hermano Juan Antonio. Aprovechó estos viajes para visitar las bibliotecas de ambas ciudades. En 1848, en uno de sus viajes a Lima, conoció a Sarmiento, que regresaba de Europa hacia el Pacífico.

En 1851, estando en Perú, hizo imprimir un folletín con el alfónimo de “Z”, y en las páginas del “Comercio de Lima”, un trabajo sobre Juan de Caviedes.

En febrero de 1852, estando en Chile, recibió noticias de la caída de Rosas, y emprendió su regreso a la patria. En mayo de ese año, ya estaba en Buenos Aires después de doce años de ausencia. Su fama había alcanzado resonancias continentales. Apenas habían pasado siete días, cuando el gobernador Vicente López y Planes lo nombró ministro de Gobierno, cargo que desempeñó durante dos meses (20 de mayo a 26 de julio de 1852). En ese breve lapso, se organizó el Departamento Topográfico, creó la Cátedra de Estadística en la Universidad, confiándosela al coronel Bartolomé Mitre, estableció el Consejo de Obras Públicas, reglamentó sus atribuciones, subordinó las casas de caridad al Ministerio de Instrucción Pública y dispuso otras medidas.

Además, defendió el Acuerdo de San Nicolás el 21 de junio, frente a Mitre y Vélez Sársfield, pero fracasó. Cárcano dice que “no tenía el talento de la palabra. Sus breves observaciones fueron pobres y pálidas sus frases. Era un porteño que no sabía hablar a los porteños”.

En ese mismo año, se recibió de abogado en la Universidad el 11 de junio en una ceremonia emotiva, inscribiéndose en la Matrícula que llevaba la Cámara de Apelaciones de Buenos Aires.

Fue elegido diputado por Entre Ríos para el Congreso constituyente reunido en Santa Fe, 1852, haciendo un brillante papel como miembro de la Comisión de Negocios Constitucionales, fue redactor principal junto con José Benjamín Gorostiaga del anteproyecto de la Carta Magna en 1853. Fue uno de los hombres que más pesaron en la discusión y aprobación definitiva, como lo atestiguan las actas y otros documentos.

En marzo de 1854, fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación, por Urquiza, cargo que desempeñó hasta el 1ero. de agosto de 1856. En Paraná preparó las negociaciones que condujeron al reconocimiento de nuestra independencia por parte de España, y encargó a su amigo Alberdi la gestión diplomática. Con su intervención privada contribuyó al éxito del pacto de San José de Flores.

Además de su actividad pública, colaboró en “El Constitucional”, de Mendoza; fundó en Buenos Aires, junto a Miguel Cané (padre), el periódico literario “La Brisa”. Colaboró en “La Ilustración Argentina”, semanario crítico-literario en esta ciudad, y fundó en Paraná, “El Nacional Argentino” (1852-60), uno de nuestros grandes periódicos doctrinarios donde defendió la política de la Confederación. Por la imprenta de este periódico, salió de manera anónima en 1856: La Constitución de Mayo, explicada sencillamente por preguntas y respuestas, para introducción de la juventud.

Con las funciones de agente comercial de la Confederación otorgada por decreto del 18 de agosto de 1856, Gutiérrez se trasladó a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1858. En ese tiempo, influyó entre la juventud en favor de la unidad argentina desde “La Reforma Pacífica”, y “El Orden”.

Fue electo diputado nacional por la provincia de Santiago del Estero pasó a Paraná en 1858, interviniendo en los importantes debates parlamentarios sobre la ley de derechos diferenciales a la exportación. Al año siguiente, firmó el despacho sobre la suspensión de dicha ley.

El 22 de junio dejó de asistir a las sesiones de la Cámara ofendido por la negativa del Senado en Montevideo, y el 27 de septiembre aceptó el puesto de inspector del Banco Mauá, con residencia en Rosario, el que declinó siete meses después. Urquiza quiso retenerlo al lado suyo en Entre Ríos, y le ofreció la organización y jefatura del Departamento Topográfico, pero el presidente Mitre lo designó el 1ero. de abril de 1861, rector de la Universidad de Buenos Aires, donde permaneció hasta su jubilación.

Era el cargo afín a su vocación, y la Universidad, el refugio espiritual propicio para la labor literaria creadora y de investigación, y a su gestión se debió la creación del Departamento de Ciencias Exactas en 1865, de donde egresaron en 1869, los primeros 12 ingenieros argentinos. Fueron sus proyectos la creación de la Facultad de Química y Farmacia, y de las escuelas de Agricultura, de Comercio y de Náutica. Preparó el Reglamento Universitario, su proyecto de gratuidad de la enseñanza en todas sus ramas, los programas de literatura de los Colegios Nacionales. En su rectorado, la Universidad logró organizarse y consolidarse, aunque en el Departamento de Jurisprudencia encontró resistencias producidas por un grupo de profesores. Sin embargo, logró desarrollar un nuevo plan de enseñanza en 1865, que operó una verdadera transformación, completada con la primera reforma universitaria de 1871.

Mientras tanto fue convencional de la Asamblea Constituyente de la Provincia de Buenos Aires, desde 1870 a 1873.

Gutiérrez se alejó de la Universidad, y volvió a actuar en los ambientes culturales. Fue considerado como la más alta jerarquía pedagógica del país, la mayor autoridad en cuestiones educativas. Casi de inmediato, Aristóbulo del Valle, ministro de Instrucción Pública, lo designó a mediados de marzo de 1875, jefe del Departamento de Escuelas de la Provincia.

De 1870 a 1875, dio a las prensas con la colaboración del impresor Carlos Casavalle, los cinco volúmenes de las Obras Completas, en verso y prosa, de su maestro y amigo Esteban Echeverría, donde hizo conocer todos sus escritos inéditos.

Fue co-director con Lamas y López de la “Revista del Río de la Plata”, escribió estudios sobre los poetas de la revolución argentina -Vicente López y Planes, Esteban de Luca, el coronel Rojas-; y otros trabajos importantes como el Diccionario de poetas americanos, La literatura de Mayo, La sociedad literaria y sus obras, el extenso comentario sobre el poema histórico Argentina del extremeño Martín Barco Centenera, y un ensayo sobre la vida y obra de Juan Cruz Varela.

En 1876, Gutiérrez rechazó el diploma de miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, hecho que motivó una polémica, pero reafirmó sus ideas de autonomía espiritual de América.

Falleció súbitamente en la madrugada del 26 de febrero de 1878, en su casa de la calle Venezuela 162 (hoy 560), cuando escribía una carta a su amigo Alberdi, en la que le refería los actos de la repatriación de los restos del general San Martín a los que había asistido, y de quién era fervoroso admirador.

Los discursos pronunciados en el Cementerio de la Recoleta, en su memoria, guardan un hondo significado generacional. Hablaron Miguel Cané, Lucio V. López y Aristóbulo del Valle -en nombre de la Facultad de Humanidades-; Carlos Urien -representó a los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires-; Gregorio Uriarte lo hizo por los alumnos de jurisprudencia, así como Carlos Encina y Adolfo Saldias.

El escritor uruguayo José Enrique Rodó escribió que: “Fue el estudioso desinteresado en una generación de combatientes y tribunos; fue en ella el que se mantuvo fiel hasta morir al sueño literario, concebido antes de la juventud inmune entre afanes de la edad madura y acariciado todavía con el amor de la vejez”.

En mayo de 1951, se presentó al Senado Nacional un proyecto de ley para la edición de sus Obras Completas, que no se realizó. Los libros y papeles que pertenecieron a Gutiérrez están fichados y catalogados en la Biblioteca del Congreso de la Nación.

En 1878, la Legislatura bonaerense eligió la plazoleta del Mercado del Centro -Perú y Alsina- para erigir allí la estatua del maestro, pero no se llegó a concretar.

Por ley le corresponde la concreción de una estatua en su honor, pero a la fecha no se ha culminado esta tarea.

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