El gordo y El flaco

Los turistas que visitan Hollywood siempre ponen a punto la cámara del móvil cuando pasan por Vendome Street. La escalera en la que Stan Laurel y Oliver Hardy, o lo que es lo mismo, ‘el Gordo y el Flaco’, intentaban subir un piano en ‘The music box’ (‘Haciendo de las suyas’) sigue siendo una foto obligada si uno visita esa calle. Los extranjeros y los curiosos pisan con aire reverencial los míticos escalones y escudriñan una placa conmemorativa que recuerda a estos dos genios del humor; dos personalidades distintas y complementarias cuyas vidas protagonizan la reciente ‘Stan y Ollie’, imprescindible para sus seguidores.

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En lugar del biopic al uso, la cinta, protagonizada por John C. Reilly y Steve Coogan, se centra en la gira por el Reino Unido que, a finales de los años 50, cerró la carrera de estos dos iconos del cine cómico. Antagónicos no solo en el físico, sino también en sus orígenes (Laurel provenía de una familia bien de Gran Bretaña y Hardy de un conservador clan del sur de Estados Unidos) ambos formaron una pareja profesional que hizo reír a varias generaciones.

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Los cómicos en ‘The music box’ (1932)

Combinando el ‘slapstick’ que había hecho grandes a Chaplin o a Keaton, con la puesta en escena de los sinsabores de la rutina, triunfaron en las taquillas de medio mundo. La primera película en la que aparecieron, ‘The lucky dog’, no los tuvo a ellos como protagonistas y, de hecho, ni siquiera se cruzaban demasiado a lo largo del metraje. Por aquel entonces, 1921, ambos habían sudado la gota gorda para llegar a la Costa Oeste y encauzar su vida profesional. Laurel lo consiguió gracias a una compañía teatral con la que había debutado en Nueva York. Hardy había hecho docenas de pequeñas películas en Florida que allanaron su camino hacia el séptimo arte. Ninguno de los dos imaginaba entonces la fuerza que tenían como pareja.

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El que sí supo verlo fue el productor Hal Roach, que en 1927 produjo para ellos ‘The Second Hundred Years’. En esa película figuraba como supervisor Leo McCarey, que años más tarde se convertiría en uno de los grandes de la comedia clásica. Entre Roach y McCarey descubrieron que el ‘Gordo y el Flaco’, tal y como se les rebautizó en España, eran una auténtica mina de oro. ‘Héroes de tachuela’, ‘De bote en bote’, ‘El abuelo de la criatura’, ‘Fra Diavolo’, ‘Un par de gitanos’ o ‘Dos pares de mellizos’ fueron algunos de los cortos y mediometrajes que protagonizaron con éxito. Sus torpezas, caídas y gritos en la gran pantalla hipnotizaban a los espectadores y contentaban a su productor, que veía como unas producciones de escaso presupuesto generaban grandes ingresos en taquilla.

Aquel éxito no tuvo consecuencias fáciles. Las discusiones entre Laurel, verdadero autor y cerebro de los gags, y Hal Roach, eran bastante habituales. El productor trató de despedirle y formar una nueva pareja cómica formada por Hardy y el veterano Harry Langon pero finalmente se rindió a la evidencia: el ‘Gordo’ no era nadie sin el ‘Flaco’. Pese a todo, a principios de los años 40 Stan y Ollie comenzaron a vivir un declive del que no los salvó ni su traslado a estudios más poderosos como la Metro-Goldwyn-Mayer, territorio que ya ocupaban otros cómicos como los hermanos Marx.

En sus vidas personales también se encontraron bastantes dificultades. Laurel se casó en ocho ocasiones con cinco mujeres distintas y Hardy vivió un segundo matrimonio marcado por el alcoholismo de su esposa. Mientras tanto, los contratos menguaban y las giras por Europa, último refugio de las viejas estrellas, se multiplicaban. En 1951 protagonizaron ‘Utopía’, un desastre en todos los sentidos que los acabó alejando definitivamente del cine. A mediados de los 50 sus actuaciones televisivas y sus incursiones en los espectáculos europeos fueron bastante habituales. Hasta el triste día en el que Hardy sufrió un derrame cerebral y ya nada volvió a ser igual.

Cuando murió, en agosto de 1957, Laurel no tuvo la fuerza suficiente para ir a su entierro. El que había sido su amigo y compañero profesional había desaparecido y él se juró a sí mismo no volver a actuar jamás. Y aunque apadrinó a nuevos talentos como el de Dick van Dyke, cumplió su promesa hasta el final. Él mismo moriría en febrero de 1965 llevándose consigo el recuerdo del tándem que había formado con Hardy; la memoria de dos amigos y colegas que alegraron las tardes de cine de muchos espectadores que dejaron sus penas fuera de la sala gracias a ellos.

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