El duelo de un revolucionario

El 11 de julio de 1804, Alexander Hamilton, uno de los Padres Fundadores más vehementes de la nación norteamericana, lleva al campo del honor las diferencias políticas y personales que lo habían enemistado con Aaron Burr. Un disparo certero puso fin de este joven revolucionario, oriundo de las islas Leeward, asistente de campo de Washington, firmante del Acta de la Independencia, redactor de la Constitución y el diseñador de la estructura federativa de un país que se debatía entre la construcción de una nación unificada y una constelación de pequeños estados unidos por un pasado común.

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Fue el más cercano colaborador de Washington durante la guerra y su secretario de Tesoro cuando fue presidente. A él se debe la construcción de un gobierno fuerte y la institución de un banco central, a pesar de la oposición de figuras importantes como Jefferson.

Hamilton quería una nación federal pero unificada, basada en la industria y el comercio, mientras Jefferson creía en una nación de agricultores que “no sacrificara sus libertades en aras del poder y dominación de unos pocos”.

A fin de dar forma a sus ideas, escribió junto a James Madison y John Jay (primer integrante de la Corte Suprema) The Federalist Papers, donde promueve la separación de los poderes y el sistema de “check and balance” para impedir el autoritarismo y asegurar el derecho de las personas.

También a Hamilton se debe la construcción de Washington para que la Capital (que estuvo en Nueva York y Filadelfia) no se viese ligada a antiguos litigios o enmiendas locales.

Su carrera a la presidencia se vio obstruida por el escándalo suscitado por una relación impropia, que el mismo Hamilton, debido a los rumores, dio a conocer en un escrito donde señalaba el vínculo carnal que lo unió a una señora Reynolds, pero “el afecto, el amor y la gratitud que lo unía a su esposa, Eliza”.

Sus posiciones políticas y personales le crearon enemigos que intentaron mancillar el honor de Hamilton, a punto tal que su hijo Philips muere en un duelo defendiendo la integridad del apellido familiar.

Entre sus opositores se encontraba, en opinión de Hamilton, la suma de todos los males y “la quiebra (moral) más allá de toda redención”.

Cuando Burr se presentó como candidato a gobernador de Nueva York, Hamilton hizo todo lo posible para que no fuese elegido. Burr se sintió ofendido por lo dicho en la campaña y pidió limpiar su nombre en un duelo.

En la mañana del 12 de julio de 1804 en Weehawken, Nueva Jersey, Hamilton encontró la muerte. El público de Nueva York asistió masivamente a la misa de cuerpo presente en Trinity Church. Había muerto un prócer de la patria.

Su esposa Eliza mantuvo viva la memoria de “su” Hamilton. Murió en 1854 a la edad de 97, cuando la nación que Hamilton había propuesto, unificada, federal y republicana, se dirigía a una confrontación armada para dilucidar los detalles truncos en la construcción de los Estados Unidos que Hamilton no pudo iluminar por un duelo.

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