Edith Cavell: Una santa en las trincheras

Edith era la hermana mayor de los cuatro hijos del reverendo Frederick Cavell. Después de un tiempo de vivir en Bruselas, volvió a Inglaterra a cuidar a su padre afectado por una seria enfermedad. Entonces descubrió su vocación como enfermera e ingresó al London Hospital donde se destacó por su idoneidad. Por mucho tiempo atendió pacientes en sus hogares logrando acumular una extraordinaria experiencia, especialmente durante la epidemia de fiebre tifoidea que afectó Maidstone en 1897. Por sus servicios recibió una medalla.

En 1907 Cavell fue reclutada con el Dr. Antoine Depage (cirujano del Rey y fundador de la Cruz Roja belga) como instructora de enfermeras para el Berkendael Medical Institute de Bruselas. Uno de sus logros fue publicar la revista L’Infirmière a fin de difundir los adelantos médicos entre alumnas y colegas. Al cabo de un año, Cavell era docente de enfermería en tres hospitales, 24 colegios y asesoraba a 13 jardines infantiles.

Cuando la guerra estalló, Cavell estaba en Inglaterra visitando a su madre y decidió volver a Begica a las instituciones que dirigía, ahora bajo el control de la Cruz Roja, siempre a las órdenes del Dr. Depage.

En 1914 Bélgica fue ocupada por los alemanes. Muchos soldados ingleses habían quedado atrapados por el enemigo, pero Cavell organizó su escape hasta Holanda, por entonces una nación neutral. Primero eran conducidos al castillo de Bellignies del Príncipe Roeulx de Croÿ, desde donde se los conducía a las casas de distintos protectores, entre las que se hallaba el hogar de Cavell. Allí se los proveía con ropa, dinero y documentos falsos para alcanzar la frontera holandesa.

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Los alemanes comenzaron a sospechar de la enfermera británica y el 3 de agosto de 1915 fue arrestada por la delación de George Gaston Quien (juzgado años más tarde por una corte francesa por colaboracionista). Cavell permaneció 10 semanas en la Prisión de Saint Gilles y dos de ellas en confinamiento solitario. Ante la policía alemana admitió haber asistido a escapar a 60 soldados británicos, 15 franceses, y 100 civiles franco-belgas. Todo esto lo dejó consignado en su declaración. No tenía nada de que arrepentirse.

El caso era muy claro para los alemanes. El párrafo 58 y 90 del Código Militar Alemán no dejaban lugar a dudas: a cualquiera que asistiese al enemigo, el destino que le esperaba era el paredón.

Si bien la Convención de Ginebra protegía al personal sanitario, también existía el artículo 7 que prohibía asistir a escapar al enemigo. Los alemanes presentaron el caso de Cavell como infligiendo esas normas y el gobierno británico debió aceptar su impotencia. El mismo Lord Cecil, a cargo del ministerio de asuntos extranjeros, admitió que cualquier intervención del gobierno británico “le haría más mal que bien” a la Srta. Cavell. Fue el gobierno americano (que aun no había entrado en la contienda) quien advirtió al Káiser que esta actitud solo dañaría la reputación de Alemania, ya afectada por la quema de Lovaina y el hundimiento del Lusitania. Esta sería una muestra más de la impiedad alemana.

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Sin embargo, las opiniones estaban divididas. En el seno los invasores, el Barón von der Lancke promovía el perdón de Cavell dada la sinceridad de su relato, pero el general von Sauberzweig, gobernador militar de Bruselas, era partidario de ser inclementes y proceder a su fusilamiento sin más (el asunto Cavell terminó siendo su responsabilidad a los ojos de la opinión pública).

Entre los defensores de Cavell se contaba la Princesa Marie de Croÿ, la hermana del príncipe regente, quien se había desempeñado como enfermera junto a Cavell. Como admitió haber colaborado en el escape de los soldados fue condenada a 10 años de trabajo forzado. El Káiser ofreció liberarla, pero ella prefirió no tener trato preferencial. Dos años más tarde debió ser hospitalizada por su lamentable estado de salud. Fue liberada en noviembre de 1915. La Princesa siguió fiel a sus designios y durante la Segunda Guerra Mundial continuó asistiendo a los prisioneros.

Curiosamente, el general Henri Giraud que había sido asistido por Cavell durante la primera contienda, fue asistido por la Princesa después de un espectacular escape de Königstein Castle.

La suerte estaba echada para Cavell. La última noche recibió la asistencia espiritual del reverendo Stirling Gaham, a quien le dijo las palabras que sirvieron para su epitafio y las que coronan su monumento en Westminster Abbey. Sus últimas palabras se las dirigió al capellán de la prisión. “Pídale al Padre Gaham que diga a mis seres queridos que mi alma está a salvo y estoy feliz de morir por mi país”. A pesar de las quejas diplomáticas de distintas naciones, Edith Cavell murió frente a un pelotón de fusilamiento alemán a las 7 horas del 12 de octubre de 1915.

Su cuerpo fue enterrado cerca de la prisión de Saint Gilles y posteriormente exhumado y conducido a Inglaterra donde fue sepultada en la Catedral de Norwich, gracias a una dispensa del Rey.

Su fusilamiento fue objeto de quejas y propaganda contra los alemanes, acusados de barbarismo y depravación moral. Muchas historias circularon sobre la muerte de Cavell. Una versión asegura que Cavell se desmayó y estando en el piso fue ejecutada por un oficial con su pistola.

Esta promoción convirtió a Cavell en la mujer inglesa más conocida por su actuación en la guerra. Su condicion de enfermera, le confirió un status especial que fue usada para aumentar la sed de venganza de los aliados.

Después de la guerra, el sacrificio de esta dama fue homenajeado con varios monumentos en los que se destaca su entrega, su patriotismo y su vocación de servicio. En el calendario de santos de la iglesia anglicana, se la conmemora el 12 de octubre.

He visto tantas veces la muerte de cerca que ya no le temo“, declaró poco antes de enfrentar el pelotón que le abrió las puertas de la historia.

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