A pesar que se lo suele evocar como el “director de la memoria”, el mismo Federico Fellini reconocía no tener recuerdos destacados de su infancia en Rimini. Su vida profesional comienza cuando llega a Roma a los 18 años, donde se ganó la vida como periodista y fundamentalmente como caricaturista. Durante la guerra trabajó en una revista como dibujante, se llamaba Marc Aurelio y en su tiempo fue muy conocida. Terminado el conflicto desarrolló su actividad de caricaturista mientras trabajaba con Roberto Rosellini y otros neorrealistas escribiendo los libretos que curiosamente tenían una fuerte influencia de Charles Chaplin. El grotesco impregnó su obra. Fellini lucraba a expensas de los dibujos que hacía a los soldados americanos que visitaban extasiados la Ciudad Eterna. ¿Alguno de ellos se habrá enterado que este jovencito quien con rápidos trazos captaba la esencia de la fisonomía del retratado, llegaría a ser uno de los directores de cine más recordados de la historia? Quizás en algún altillo de una casa en Misouri o Alabama duerme un retrato del abuelo guerrero firmado por F.F.
El neorrealismo llegó a su fin. Los italianos estaban cansados de ver pobreza y destrucción, el cine americano con sus romances y candileja invadió las pantallas y así la vida de los espectadores. Fellini percibió este cambio y modificó su acercamiento al público.
En la Dolce Vita, Fellini retrata el boom económico de la post guerra, el consumismo y la adoración de las nuevas celebridades mediáticas. No en vano el asistente de Marcelo Mastroiani en la ficción se llama Paparazzo, nombre que se convertiría en sinónimo del periodismo farandulero de inclinación amarillista. La Italia de post guerra estaba obsesionada con el glamour y la apariencia, no era una sociedad virtuosa y así la pinta Fellini con su ojo sarcástico, rearmando a los personajes con su don de titiritero.
En marzo de 1993, Fellini recibió un Oscar por su carrera de Director, un camino que había comenzado con La Strada (1954) – Le Notti di Cabria (1957) – Otto e Mezzo (1963) y el inolvidable Amacord (1973).
En agosto de ese año, Fellini sufrió un accidente cerebro vascular en el territorio de la arteria cerebral media, ocasionándole una hemiparesia y una hemianopsia – es decir, perdió la movilidad de la mitad de su cuerpo y sufrió la perdida de la mitad del campo visual del lado izquierdo-. Los pacientes que padecen esta condición suelen no percatarse de esta falta de percepción, pero Fellini no era cualquier paciente y enseguida percibió que a su mundo le faltaba una parte, más específicamente, la izquierda.
La relación de Fellini con la izquierda (política) había sido tortuosa. Le tocó vivir una época donde todo intelectual que se preciase debía rendirle reverencia a Engels y Marx, y en el caso de los italianos a Gramasci, pero Fellini estaba más allá de estas nimiedades. Rechazaba al marxismo reviviendo la esencia más profunda de la historia italiana, las grandezas romanas y la decadencias barrocas. Los fantasmas del pasado rechazaban el gris realismo que imponía el comunismo.