¿Cómo fue el hundimiento del ARA General Belgrano para los sobrevivientes argentinos?

Eran las 4 de la tarde de un domingo gris. El crucero militar ARA General Belgrano se desplazaba por aguas fuera de la zona de conflicto de la Guerra de Malvinas a la espera de órdenes luego de que se cancelara una maniobra ofensiva. Iba escoltado por los destructores Piedra Buena y Bouchard pero no estaban solos. El submarino nuclear de la Armada británica HMS Conqueror, que los seguía desde hace 30 horas, abrió fuego.

“En un momento se siente un estruendo impresionante en el buque y se apagan las luces. Es como si hubiese chocado contra una montaña; se inclinó y se quedó totalmente en silencio. Unos segundos más tarde, se siente otra explosión, que después nos enteramos que fue el segundo torpedo, que pegó en la proa”, narró Rubén Otero, sobreviviente del hundimiento.

Tres torpedos MK-8 fueron lanzados por el Conqueror desde una distancia de 5 km, aunque solo los dos primeros lograron su objetivo ya que el tercero golpeó en el casco del Bouchard sin explotar. 1.093 tripulantes viajaban en el buque, 274 de ellos murieron en estos primeros impactos y 323 serían los muertos totales de aquella jornada, casi la mitad de los 649 argentinos que murieron en los 74 días que duró la guerra.

Otero era conscripto y tenía 19 años aquel día. A esa hora le tocaba iniciar guardia y se encontraba en el sollado, dos cubiertas hacia el interior de la embarcación, lugar donde dormían, a punto de afeitarse, razón por la cual se había retrasado un poco. Recuerda la oscuridad, el piso lleno de vidrios que habían estallado por el impacto y las dificultades para salir hacia el exterior y su balsa de abandono designada.

“Cuando llego a la cubierta principal tenía que desplazarme hacia la popa, que era donde estaba mi balsa pero era muy difícil caminar porque estaba llena de petróleo —el torpedo había roto tanques de combustible— entonces era como caminar sobre jabón. Nos íbamos agarrando uno de otro o de donde se pudiera para no resbalarse, no lastimarse o no caerse al agua”, contó Otero.

Durante esos primeros minutos cumplían con la misión de sacar municiones de los cañones para tirarlas al agua así como los tanques de aeronafta por los riesgos de explosión debido al incendio del interior. A las 16:23, el Comandante Héctor Elias Bonzo dio la orden de abandonar la nave en los 72 botes salvavidas.

Ya adentro de la balsa, Otero y sus compañeros intentaban remar para despegarse del barco en hundimiento para evitar que, cuando se fuera a pique, los succionara hacia el fondo del mar. La corriente y el viento hacían que la balsa se desplazara hacia la proa, donde el segundo torpedo había dejado un hueco de 10 o 15 metros de ancho con metales punzantes que amenazaban.

“Cuando veo esas chapas grito a los integrantes ‘¡saltemos porque se rompe la balsa en la proa!’. Salto a una balsa que estaba al lado y de esa paso a una tercera. Me siguen un suboficial y un cabo segundo, con la desgracia de que éste cae al agua. Recuerdo que lo agarraba de las manos y los brazos y se me resbalaba porque en la superficie del agua también había petróleo. Con la ayuda de otros dos, que lo pudieron levantar de las axilas y yo del cinturón, lo subimos”, dijo.

Las maniobras de las balsas, que se encontraban enlazadas entre sí, para alejarse del crucero que rápidamente se hundía, dejó a la balsa de Rubén pegada a la embarcación atacada. Ya mucho más hundido, el agua que subía sobre la cubierta principal caía en forma de cascada sobre su balsa cuando rompían las olas.

“Cuando ya no teníamos más casco donde empujar y no había prácticamente nada de donde agarrarse para separarse, justo en ese momento sale una burbuja inmensa debajo del crucero que nos separó como seis o siete metros de un solo tirón. De a poco la corriente nos alejó y cuando estábamos a 70, 80 metros vimos como se terminó de hundir”, narró el sobreviviente.

Las malas condiciones climáticas dificultaron el rescate y soportar el frío, empapados y en medio de una tormenta que duró día y noche, fue soportada gracias a que, por ser 22 personas en el bote, pudieron conservar mejor el calor.

“Se rezaba, se cantaba el himno. De día era muy dificultoso porque eran olas y olas y era como estar dentro de una cacerola. A la noche veíamos luces y en la oscuridad era más fácil divisar cosas en el mar, entonces gritábamos a ver si nos escuchaban y tirábamos luces de bengala”, contó Otero.

“El lunes 3 de mayo vimos un avión de la Armada que hacía un vuelo rasante sobre nosotros y nos hacía señas con la linterna como que ya nos habían ubicado”, contó Otero. Su balsa estuvo 41 horas a la deriva hasta que los rescató el destructor Bouchard.

ara belgrano

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