Bernardo OHiggins

Bernardo O’Higgins nació en Chillán (Chile), el 20 de agosto de 1778, era el hijo natural de don Ambrosio Higgins, más tarde Marqués de Osorno y barón de Ballenary, gobernador intendente, y luego capitán general, presidente de Chile, y virrey del Perú, y de doña Isabel Riquelme de la Barrera. Arrancado del seno de una familia, pasó a Talca al cuidado de don Juan Albano Pereira, donde fue bautizado en la parroquia local. Bernardo se educó en el Colegio de las Misiones en Chillán, regenteado por franciscanos. Tras una breve estada fue llevado al Colegio de San Carlos, en Lima, donde estudió latín y filosofía. Al término de cuatro años fue embarcado rumbo a la metrópoli. En Cádiz cuidado por el cuñado de Albaro Pereira, y cumpliendo las órdenes impartidas por el gobernador O’Higgins, fue enviado a Londres para estudiar. Matriculado en la Academia de Richmond, bajo la tutela de dos usureros, éstos incautaron las remesas del virrey, haciéndole entrega de menguadas monedas. En la Academia concurrían los jóvenes de las más encumbradas familias de la aristocracia. Su profesor de matemáticas, Francisco de Miranda, ferviente discípulo de Jorge Washington, fue del cual recibió las primeras ideas políticas. Con él visitó al duque de Portland, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores del gabinete londinense, y a Mr. Rufus King, plenipotenciario de los Estados Unidos. Su situación económica era tan crítica, que vivía de la caridad de sus amigos. Dispuesto a partir, le escribió en términos categóricos a su apoderado, el chileno Nicolás de la Cruz, conde de Maule, narrándole los inconvenientes pasados. En abril de 1799 pudo embarcarse en el puerto de Falmouth, rumbo a Lisboa, desde donde siguió viaje a Cádiz para colocarse bajo la protección de aquél, viendo frustradas sus esperanzas de incorporarse al ejército, por lo que le solicitó su autorización para regresar a Chile. La guerra entre España e Inglaterra hacía inseguro el viaje, optando por emplearse en la casa de comercio de su protector. Miranda le había dado minuciosas instrucciones secretas para conectarse con los miembros de la Logia establecidos en Cádiz. Se relacionó con los canónigos José Cortés Madariaga y Juan Pablo Fretes, quienes terminaron de moldear el espíritu independiente del futuro prócer americano, aunque deseaba regresar cuanto antes a su país.

La guerra con Inglaterra malogró su viaje, al ser capturada su nave por los británicos, y conducida a Gibraltar. En este punto se le despojó a O’Higgins de todo lo que llevaba consigo, de modo que siguió a pie hasta Algeciras, donde llegó abrumado de cansancio y hambre. Allí se encontró con el capitán Tomás O’Higgins, sobrino del virrey que, a su vez, había sido apresado a bordo de la fragata “Florentina”, auxiliándolo con dinero. Logró conseguir que fuese recibido en un barco que partía para Cádiz, pero a pesar de ser perseguido por un buque inglés, arribaron a dicha ciudad. Recogido de nuevo por Nicolás de la Cruz, pronto éste huyó con los suyos a San Lúcar de Barrameda, por los estragos que hacía la fiebre amarilla. Atacado O’Higgins por el terrible mal, debió su salvación a haberse administrado por sí mismo la quina, con lo cual logró mejorar definitivamente. Las noticias llegadas de América no eran alentadoras; la muerte de su abuelo y la destitución de su padre del cargo de virrey. En los primeros días de 1801, su protector le impuso de la comunicación que acababa de recibir de don Ambrosio Higgins, quien se mostraba indignado con la conducta de su hijo, acusándolo de haber mostrado incapacidad para seguir carrera alguna y su notoria ingratitud a sus favores, ordenándole que lo echase de su casa. Ante esta situación, le escribió a su progenitor una densa carta haciendo un recuento minucioso de todas las dificultades y privaciones pasadas en Londres y Cádiz, pero la misiva no tuvo éxito alguno porque el marqués de Osorno había fallecido. La causa de la ira del ex virrey residía en que la Corte se había enterado de la participación que en los preparativos revolucionarios de Miranda tuvo su hijo, motivo por el cual fue destituido. A pesar de esa situación, al testar le legó su valiosa hacienda de “Las Canteras” con 3.500 cabezas de ganado vacuno. Cuando el correo llevó estas noticias a Cádiz, los amigos le facilitaron el dinero para le regreso. En septiembre de 1802 arribó a Valparaíso en la fragata “Aurora”, después de haber corrido el riesgo de naufragar en las costas de Tierra del Fuego. Instalado con su madre, y convertido en hacendado, pronto escaló honorablemente las dignidades que podía ofrecerle su jerarquía y el régimen político vigente: alcalde de Chillán, miembro del Cabildo.

No tardó en trabar aspiraciones en emancipación que él, como el doctor juan Martínez de Rozas, los Errázuriz, Larrain, Eyzaguirre, que formaron el núcleo inicial revolucionario del 18 de septiembre de 1810, que bajo el lema “Emancipación o muerte” llegaría a producir el movimiento separatista común en su origen al de Buenos Aires, constituyendo el primer gobierno patrio. No tardaron en surgir desavenencias e interpretaciones dispares entre los revolucionarios, pues mientras unos en Santiago no deseaban desconocer la soberanía de Fernando VII, otros como Martínez de Rozas en Concepción, querían llegar a un federalismo en el orden interno y a la total emancipación. A fines de 1810, O’Higgins fu elegido diputado por Concepción al primer Congreso de Chile. En la primera sesión preparatoria del 24 de junio de 1811, presentó con otros miembros de la minoría, una enérgica protesta por el aumento de seis representantes a Santiago. Por aquel tiempo llegó a Chile José Miguel Carrera, joven impetuoso, formado militarmente en la península durante las luchas de patriotas españoles contra Napoleón. Vinculado al grupo de los llamados “exaltados”, en pocas semanas se halló al frente de las fuerzas que conquistaron para su partido el dominio de la situación. Resentido por su exclusión de los círculos directivos, encabezó con buen éxito, el 15 de noviembre de 1811, una insurrección que terminó por asegurarle la jefatura del gobierno militar. Mientras tanto, los realistas desembarcaron en San Vicente para secundar sus planes de reconquista; Carrera salió a su encuentro, y recuperó varias plazas, pero sus esfuerzos se agotaron en Chillán (agosto de 1813) y sus huestes se dispersaron desordenadamente. Fue preciso dar intervención en el mando a O’Higgins, que venció al enemigo en Querecheguas; el 4 de septiembre de 1814, pactó con Carrera para asegurar la paz interna, pero el desastre de Rancagua frustró sus esperanzas. Salvado de caer prisionero gracias a su temerario arrojo, los patriotas chilenos no tuvieron otro camino que el de atravesar los Andes, en busca del refugio y cooperación argentina.

La relación entre O’Higgins y San Martín, y la enemistada con los Carrera ha sido analizada desde distintas perspectivas y es bien conocida. La intención de este artículo es trazar un esbozo biográficos de los momentos menos conocidos del prócer chileno.

La Constitución chilena de 1822 motivó su caída y su destierro, como en 1826, O’Higgins emprendió el camino del ostracismo cinco meses después de la dramática escena en que, al resignar el mando, descubrió su pecho para responder con su vida de las acusaciones de sus adversarios. Se instaló en las vecindades de Lima, cultivando las tierras de la hacienda de Montalván, que el Perú le obsequió a iniciativa de San Martín por haber agotado su fortuna en la empresa libertadora. Su existencia desde entonces fue pobre, pero siguió manteniendo correspondencia con el Libertador, también en el ostracismo. En 1839 se enteró del triunfo del ejército chileno en Yungay, pero esta alegría la enturbió el dolor que le causó la pérdida de su madre, duro golpe que apenas pudo soportar, pues quedó herido de muerte, aunque le fue un lenitivo pasajero el decreto del Senado del 8 de agosto del mismo año, que lo declaró por unanimidad repuesto en todos sus honores y en el grado de Capitán General de que había sido ilegalmente despojado. En 1842, a propuesta del Poder Ejecutivo, el Congreso chileno le reconoció el derecho a gozar de sus sueldos en cualquier parte que resida. En momentos en que había resuelto regresar a su patria, falleció en Lima, el 24 de octubre de 1842. Sus restos fueron sepultados modestamente en el Cementerio Central, pero un mes más tarde se le rindió su homenaje en exequias de inusitada pompa. En Chile se conoció su deceso veinte días después. El gobierno del general Bulnes decretó luto nacional por ocho días la prensa de Chile fue casi unánime en el elogio al gran patricio. En 1864, el diputado Vicuña Mackenna, que en un voluminoso libro había reivindicado su gloria, presentó un proyecto de ley para trasladar los restos a la patria natal. Para su cumplimiento, el gobierno nombró una comisión de homenaje presidida a su pedido, por el almirante Blanco Encalada, el mismo que un cuarto de siglo atrás lo proscribiera. La repatriación se llevó a cabo en 1868, y sus cenizas entraron con sones de gloria en la ciudad de Santiago, el 13 de enero de 1869, reposando en el Cementerio General.

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