Arrasando al enemigo

“Supongo que está claro el objetivo de los ataques: la población civil enemiga, y no las fábricas y astilleros”. Estas son las palabras que Charles Portal, jefe del Estado Mayor del Aire de Gran Bretaña, remitió a Norman Borromley en febrero de 1942, justo antes de la aprobación de la directiva que daba inicio al bombardeo de la aviación británica sobre suelo alemán. Uno de los episodios más negros de la Segunda Guerra Mundial, que entre marzo de aquel año y abril de 1945 dejó alrededor de 350.000 civiles muertos, además de la destrucción de entre 50 y 60% de las áreas urbanas alemanas.

Entre todos los episodios de destrucción, quizá Dresde sea el ejemplo más conocido. No se trata del único, ni mucho menos. El principal objetivo de estos ataques eran los núcleos urbanos, y de esa forma desaparecieron bajo el fuego de la RAF las calles de urbes como Colonia, Düsseldorf, Duisburg, Essen, Lübeck, Fráncfort o Hamburgo, donde se calcula que en la Operación Gomorra murieron alrededor de 42.600 civiles y otras 37.000 personas quedaron heridas. Entre los artífices de la esta campaña de bombardeo de área se encontraba el propio Portal, pero sobre todo, Arthur “Bombardero” Harris, mariscal de la Royal Air Force y un firme defensor de la estrategia de “ataque total”, especialmente durante los muy discutibles ocho últimos meses. Winston Churchill observaba desde las bambalinas.

El Escuadrón de Bombarderos de élite número 5 era capaz de arrasar el centro urbano de una ciudad en apenas media hora en mitad de la noche

Lo pone de manifiesto una investigación realizada por Paul Sanders de la francesa Escuela de Negocios NOEMA y Keith Grint de la Escuela de Negocios de Warwick que analiza estos bombardeos desde la perspectiva de la ética del liderazgo. Si bien los ataques aéreos de entre 1942 y 1944 podían resultar “éticamente discutibles pero necesarios políticamente”, los que tuvieron lugar entre septiembre de 1944 y abril de 1945, ese “crescendo final” en palabras de los autores, tiene mucha menos justificación, ni siquiera desde una perspectiva utilitarista. Fue un ataque a gran escala, con dos tercios de los bombarderos ingleses destinados a bombardear las ciudades alemanas. En algunos casos, como ocurría con el Escuadrón de Bombarderos nº5, capaces de destruir un centro urbano completo en apenas media hora.

¿Para qué sirvieron los bombardeos?

El plan para bombardear Alemania se puso en marcha en septiembre de 1941, no con el objetivo de dañar objetivos militares o industriales (“según se suele pensar”, como matizan los autores) sino de bajar la moral de los civiles. Un objetivo muy difícil de cuantificar. No obstante, había otras razones por las que parecía necesario atacar suelo alemán. Por ejemplo, sostener la gran alianza con la URSS: para Stalin, el bombardeo de su nuevo enemigo era la mejor muestra de la buena fe inglesa, y un necesario movimiento geoestratégico para abrir un nuevo frente que les aliviara. En este caso, en el propio patio trasero de los alemanes, que debería dedicar gran parte de recursos (principalmente de su fuerza aérea, la Luftwaffe) a combatir esta amenaza.

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Colonia fue una de las ciudades más afectadas.

Colonia fue una de las ciudades más afectadas.

No es que en esos primeros compases de la guerra no se planteasen reservas. Es conocido que Winston Churchill se preguntó “¿somos unos monstruos?” después de ver imágenes de las ruinas de ciudades alemanas en 1943. No obstante, parecía estratégicamente necesario. El procedimiento empleado por la Fuerza Área liderada por Harris era el siguiente: una primera incursión de bombas de demolición que propiciase el pánico entre la población, limitaba el margen de maniobra de los servicios de emergencia y allanaba el terreno para la propagación del fuego. A continuación, se lanzaban bombas incendiarias, cuyos pequeños incendios terminaban resultando difíciles de eliminar. Las primeras ciudades en experimentar este ataque fueron Lübeck y Rostock, y a lo largo de los dos años siguientes, el procedimiento se fue perfeccionando mientras caía una ciudad tan otra.

Fue la medieval ciudad de Colonia la primera gran víctima de este bombardeo mixto, durante la noche del 30 de mayo de 1942. Murieron alrededor de 500 personas, pero otras 45.000 quedaron sin hogar. No hay muchos testimonios de los supervivientes, como recordaba W.G. Sebald en ‘Sobre la historia natural de la destrucción: “A causa de un acuerdo tácito no había que describir el verdadero estado de ruina material y moral en que se encontraba el país”. Después de Colonia, llegaron Hamburgo y la Operación Gomorra, Kassel (10.000 muertos), Darmstadt (12.500), Swinemünde (23.000) o la ya citada Dresde. Los constantes bombardeos sobre Berlín serían el objetivo final.

Bonn, Konigsberg o Hilbronn fueron eliminadas rápidamente. Tanto era así que en cuestión de meses, Harris ya no sabía qué bombardear

La gran pregunta, no obstante, es qué se ocultaba detrás de la aniquilación de los últimos meses de la contienda, y si de verdad era necesaria tal campaña de destrucción sistemática. Para Harris sí. En su opinión y en la de sus lugartenientes, la guerra podía terminar sin la invasión de territorio alemán, simplemente a través de bombardeos continuos que forzasen la rendición. Como explican los autores del trabajo, el mariscal consideraba que tenía la bala de oro y que “la victoria final dependía de que sus bombarderos ‘acabasen’ con lo que restaba de las ciudades alemanas”. Sin embargo, la mayoría de esas ciudades ya habían sido reducidas a ruinas. Pero eso, para Harris en particular y los aliados en general, no parecía ser suficiente.

Una venganza velada

La campaña que se puso en marcha durante el otoño de 1944 fue letal, animada por el deseo de los aliados de atisbar cuanto antes el fin de la guerra: el 75% de las bombas lanzadas sobre Alemania fueron tiradas en esos meses que siguieron a la liberación de Francia. Bonn, Königsberg, Hilbronn o Karlsruhe fueron eliminadas rápidamente. Tanto era así que en cuestión de meses, Harris ya no sabía qué bombardear. Hubo mucho más después de Dresde, en febrero de 1945: pequeñas localidades o ciudades universitarias recibieron el “tratamiento Dresde”. Es el caso, por ejemplo, de Pforzheim, que el 23 de febrero de 1945 fue destruida en un 83% y perdió una tercera parte de su población. 17.600 personas murieron en el ataque.

¿Era necesaria esta ofensiva aérea sobre objetivos ya no estratégicos? Es una de las grandes preguntas sobre la discutible estrategia de los aliados en los compases finales de la guerra, que no siempre ha sido cómodo responder. El propio Churchill, que en febrero de 1942 y ante una serie de derrotas se mostró favorable a que Harris tomase las riendas y bombardease los núcleos urbanos, empezó a sospechar –especialmente después del episodio de Dresde– que aquello de aniquilar a la población civil una vez la guerra parecía destinada a terminar pronto no era lo más ético… ni un buen argumento cuando llegase el momento de ser juzgados por la historia.

“La escalada de bombardeos urbanos durante los últimos ocho meses de la guerra no tenía una justificación moral convincente, ni siquiera desde una perspectiva utilitarista: era un desperdicio de recursos, de las vidas de los pilotos británicos y de los civiles enemigos, así como de la posibilidad de poner un fin temprano a la guerra”, concluyen los autores. ¿Qué provocó, por lo tanto, que se le volviese a dar carta blanca a Harris después de todo lo que había hecho? Quizá “motivos más oscuros”, como la venganza… Un precio que terminaron pagando miles de civiles alemanes, olvidados por la historia salvo contadas excepciones. Una vergüenza, incluso en el contexto extremo de la Segunda Guerra Mundial.

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