Por lo general, cualquier médico suele sentirse orgulloso de ver su apellido utilizado para bautizar una enfermedad o un síndrome, un instrumento, una operación, un descubrimiento importante, etc.. No sucedió así, desde luego, en el caso que hoy nos ocupa. Porque a nadie puede agradar ver su nombre asociado a una tétrica máquina de ajusticiar, que se mantuvo en uso hasta la reciente abolición de la pena de muerte en Francia, en 1981. Y menos aún tratándose de nuestro humanitario y filántropo Joseph-Ignace Guillotin (1738-1814), que ni inventó la guillotina ni murió tampoco ejecutado en ella.